3

Anders mira a través del grueso cristal de la puerta. Jurek Walter lleva inmóvil en el suelo diez minutos. Su cuerpo se ha relajado después de los calambres.

El jefe de servicio saca una llave, la introduce en la cerradura, duda, mira por la ventanita y luego abre.

—Que te sea leve —dice.

—¿Qué hacemos si se despierta? —pregunta Anders.

—No va a despertarse.

Brolin abre y Anders entra. La puerta se cierra a sus espaldas y oye el ruido de la cerradura. En la celda de aislamiento huele a sudor, pero también a algo más. Hay un olor ácido a vinagre. Jurek Walter yace inmóvil, pero un lento vaivén respiratorio se puede intuir bajo el movimiento de su espalda.

Anders guarda las distancias a pesar de saber que el hombre está sumido en un sueño profundo.

Dentro la acústica es curiosa, penetrante, como si los sonidos estuvieran demasiado pegados a los movimientos.

Se oye el frufrú de la bata de médico a cada paso que da.

Jurek acelera la respiración.

El grifo gotea en el lavabo.

Anders llega hasta la cama y echa una mirada a Jurek antes de ponerse de rodillas.

De reojo, ve al jefe de servicio, quien lo mira temeroso a través del cristal blindado cuando Anders se agacha e intenta ver algo bajo la cama empotrada.

En el suelo no hay nada.

Se acerca un poco más, observa con atención a Jurek y luego se tumba boca abajo.

Ya no puede vigilarlo con la mirada. Tiene que darle la espalda para buscar el cuchillo.

Una luz débil se filtra por debajo de la cama. Hay motas de polvo junto a la pared.

Anders no puede dejar de imaginar que Jurek Walter ha abierto los ojos.

Hay algo metido entre las maderas del somier y el colchón. Es difícil ver qué es.

Anders se estira, pero no llega. Se ve obligado a tumbarse de espaldas. El espacio es tan estrecho que no puede girar la cabeza. Se mete más hacia adentro. Nota la resistencia muda que le ofrece el somier sobre el pecho cada vez que inspira. Tantea con los dedos. Tiene que entrar un poco más. Una de sus rodillas choca con un listón de madera. Se quita una mota de polvo de la cara con un soplido y hace fuerza para meter más el cuerpo.

De repente, se oye un ruido sordo en la celda de aislamiento. No puede volverse para mirar, así que se queda quieto y escucha. Su respiración es tan acelerada que le cuesta distinguir otros sonidos.

Con cuidado, alarga la mano, alcanza el objeto con las puntas de los dedos, mete aún más el cuerpo y consigue hacerse con él.

Jurek ha fabricado un cuchillo de hoja corta y muy afilada con un trozo de zócalo de hierro.

—¡Sal ya! —grita el jefe de servicio por la trampilla.

Anders intenta salir, hace fuerza hacia afuera y se araña la mejilla.

Se queda atascado, no puede salir, se le ha enganchado la bata y no se la puede quitar allí metido.

Le parece oír que Jurek empieza a moverse.

A lo mejor no es nada.

Anders estira de la bata lo más fuerte que puede. Las costuras crujen, pero aguantan. Tiene que volver a meterse para desenganchar la tela.

—¿Qué haces? —grita Roland Brolin con voz nerviosa.

La trampilla de la puerta trastea y se vuelve a cerrar.

Anders se da cuenta de que uno de los bolsillos de la bata se ha enganchado a un listón suelto. Lo libera rápidamente, aguanta la respiración y hace fuerza hasta que logra salir.

Se da la vuelta resollando y se pone de pie con el cuchillo en la mano.

Jurek está tumbado de lado, tiene un ojo medio abierto que contempla el vacío.

Anders se acerca a la puerta sin perder tiempo, se encuentra con la mirada nerviosa del jefe de servicio, al otro lado del cristal blindado, e intenta dibujar una sonrisa, pero el estrés se le filtra en la voz cuando dice:

—Abre.

Pero Roland Brolin sólo abre la trampilla:

—Primero entrégame el cuchillo.

Anders lo mira interrogante y luego le pasa el cuchillo.

—Has encontrado algo más —dice Roland Brolin.

—No —responde Anders y mira a Jurek.

—Una carta.

—No había nada más.

Jurek empieza a retorcerse en el suelo y a resoplar débilmente.

—Regístrale los bolsillos —dice el jefe de servicio con una sonrisa estresada.

—¿Por qué?

—Porque esto es un registro.

Anders da media vuelta y se acerca con cuidado a Jurek Walter. Ha vuelto a cerrar los ojos, pero se le están formando perlas de sudor sobre la arrugada cara.

A regañadientes, Anders se agacha y hurga en uno de los bolsillos, mientras Jurek suelta un leve gruñido.

En los bolsillos de atrás del pantalón guarda un peine de plástico. Con manos temblorosas, Anders sigue buscando en los estrechos bolsillos.

Le caen gotas de sudor desde la punta de la nariz. Tiene que parpadear con fuerza.

La gran mano de Jurek se cierra varias veces.

En los bolsillos no hay nada.

Anders se vuelve hacia el cristal blindado y niega con la cabeza. Le resulta imposible ver si Roland Brolin está al otro lado de la puerta. La lámpara de la celda de aislamiento se refleja en el cristal como un sol gris.

Tiene que salir ya.

Anders se levanta y se apresura hacia la puerta. El jefe de servicio no está. Anders se pega al cristal, pero no ve nada.

Jurek Walter respira de prisa, como un niño que tiene una pesadilla.

Anders golpea la puerta. Sus manos rebotan en el grueso metal sin apenas emitir ruido. Vuelve a golpear. No se oye nada, no pasa nada. Pega en el cristal con el anillo de compromiso y, de pronto, ve una sombra que se alza en la pared.

Un escalofrío le sube por la espalda y le recorre los brazos. Con el corazón a galope y la adrenalina aumentando en su sangre, da media vuelta. Ve a Jurek Walter sentándose lentamente, con la cara flácida y la mirada al frente. Aún le sangra la boca, y un singular carmín le tiñe los labios.

El hombre de arena
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