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La nieve revolotea en el aire cuando Joona sale corriendo a la calle y se mete en el coche. Cruza la explanada de grava en la que estuvo entrenando a los dieciocho, da un giro brusco, las ruedas se deslizan con ruido y sale del recinto de la fortaleza.
Su corazón late a mil por hora y todavía le cuesta creer lo que le acaba de contar Nathan. Unas perlas de sudor se le forman en la frente y las manos no quieren dejar de temblar.
Adelanta a un tráiler en la autovía E-20 poco antes de Arboga. Tiene que sujetar el volante con ambas manos porque la corriente de aire del pesado vehículo hace que el coche dé bandazos.
No puede dejar de pensar en la conversación que ha mantenido en mitad del entreno con el Grupo de Operaciones Especiales.
Nathan Pollock tenía la voz serena cuando le ha dicho que Mikael Kohler-Frost está vivo.
Joona siempre estuvo convencido de que el chico y su hermana pequeña eran dos de las múltiples víctimas de Jurek Walter. Ahora Nathan le acaba de contar que la policía ha encontrado a Mikael en un puente ferroviario en Södertälje y que ha sido ingresado en el hospital Södersjukhuset.
Pollock le ha explicado que el estado del chico es grave, pero que su vida está fuera de peligro. Aún no le han hecho ningún interrogatorio.
—¿Jurek Walter sigue encerrado? —Fue la primera pregunta de Joona.
—Sí, sigue en aislamiento —respondió Pollock.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Y el chico? ¿Cómo sabéis que es Mikael Kohler-Frost? —preguntó Joona.
—Por lo visto, ha repetido su nombre varias veces. Es lo único que sabemos… y que la edad coincide —contestó Pollock—. Obviamente, hemos enviado pruebas de saliva al Laboratorio Estatal de Criminología…
—Pero ¿no habéis informado al padre?
—Antes de hacerlo tenemos que ver si las pruebas de ADN coinciden, quiero decir que no podemos arriesgarnos a equivocarnos…
—Voy hacia allá.