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Joona está sentado con los ojos cerrados en el asiento de atrás de su propio coche mientras su jefe, Carlos Eliasson, lo lleva a Estocolmo y le habla como un padre bueno.
—Se pondrá bien… He hablado con un médico del Karolinska… El estado de Felicia es grave, pero no crítico… No prometen nada, pero aun así es fantástico… Yo creo que se pondrá bien…
—¿Se lo has dicho a Reidar? —pregunta Joona sin abrir los ojos.
—El hospital se encarga de eso, tú tienes que ir a casa a descansar y…
—Intenté ponerme en contacto contigo.
—Sí, lo sé, vi que tenía un montón de llamadas perdidas… No sé si te has enterado de que Jurek le mencionó a Saga una vieja fábrica de cemento. Nunca hemos tenido muchas, pero antes había una en Albano. Cuando nos metimos en el bosque, los perros comenzaron a marcar tumbas por todas partes. Estamos peinando toda la zona.
—Pero no habéis encontrado a nadie vivo.
—Todavía no, vamos a pasarnos la noche buscando.
—Creo que sólo encontraréis tumbas…
Carlos conduce a una lentitud ejemplar y el habitáculo del coche se ha calentado tanto que Joona tiene que desabrocharse el abrigo.
—Se ha terminado la pesadilla, Joona… Mañana por la mañana el Consejo de Régimen Penitenciario dará la orden de trasladar otra vez a Saga y, entonces, la podremos ir a buscar y eliminar todo rastro en los registros.
Entran en Estocolmo y la luz de las farolas parece niebla de nieve. A su lado, un autobús espera a que el semáforo se ponga verde. Unas personas cansadas miran por los cristales empañados.
—He hablado con Anja —dice Carlos—. Me ha dicho que no podía esperar hasta mañana… Ha encontrado los expedientes de Jurek y de su hermano en las bases de Protección de Menores en el archivo comunal y ha sabido encontrar las órdenes de la Secretaría General de Inmigración en el Archivo Nacional, en Marieberg.
—Anja es buena —dice Joona para sí.
—El padre de Jurek obtuvo el permiso de trabajo —le explica Carlos—, pero tenía a los chicos sin autorización y cuando lo descubrieron, Protección de Menores tomó parte en el asunto y los niños fueron puestos bajo custodia. Supongo que en aquel momento pensarían que estaban haciendo lo correcto. La burocracia fue rápida y como uno de los niños estaba enfermo, arreglaron primero su situación y luego…
—Acabaron en sitios diferentes.
—La Secretaría General de Inmigración mandó al niño sano de vuelta a Kazajstán y cuando unos tramitadores diferentes tomaron una decisión sobre el otro chico, lo enviaron a Rusia. Internado 67, se llamaba el sitio.
—Entiendo —susurra Joona.
—Jurek Walter cruzó la frontera con Suecia en enero de 1994. Quizá su hermano ya estaba en la cantera, quizá no… En cualquier caso, por aquel entonces el padre ya había muerto.
Carlos aparca suavemente en un sitio libre en la calle Dalagatan, no muy lejos del piso de Joona, en el 31 de la calle Wallingatan. Ambos bajan del coche, caminan juntos por la acera llena de nieve y se detienen en el portal.
—Yo conocía a Roseanna Kohler, lo sabes —dice Carlos, y suspira—. Y cuando sus hijos desaparecieron hice lo que pude, pero no fue suficiente…
—No.
—Le hablé de Jurek. Quería saberlo todo, quería ver fotos suyas y…
—Pero Reidar no sabía nada.
—No, ella dijo que era mejor así. No sé… Roseanna se mudó a París, no paraba de llamar, bebía demasiado… No es que me preocupara por mi carrera, pero era embarazoso, tanto para ella como para mí…
Carlos se queda callado y se frota la nuca con una mano.
—¿Qué? —pregunta Joona.
—Una noche, Roseanna me llamó desde París gritando que había visto a Jurek Walter delante del hotel, pero yo no le hice caso… Y más tarde, aquella misma noche, se quitó la vida…
Carlos le devuelve las llaves del coche a Joona.
—Duerme un poco —dice—. Yo bajaré hasta la plaza Norra Bantorget a coger un taxi.