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Saga llegó al hospital de Danderyd en ambulancia, la visitaron y le asignaron una cama. Se quedó un rato tumbada en la habitación, pero abandonó el hospital en taxi antes de que le hicieran tratamiento alguno.
Cruza cojeando el pasillo del hospital Karolinska Institutet, adonde el helicóptero de emergencia había trasladado a Reidar y a Mikael. Lleva la ropa sucia y mojada, tiene la cara llena de estrías de sangre y un pitido agudo metido en la oreja que no cesa.
Reidar y su hijo todavía se encuentran en la sala de urgencias número 12. Saga abre los ojos y ve al escritor tumbado en una mesa de operaciones.
Mikael está a su lado sujetándole la mano.
Reidar le repite una y otra vez al enfermero que necesita ir con su hija.
Cuando ve a Saga, enmudece de golpe.
Mikael coge unas cuantas compresas limpias del carrito y se las da a la comisaria. El chico le señala la frente, donde la sangre ha vuelto a brotar del corte ennegrecido que tiene en la ceja.
El enfermero se acerca, le echa un vistazo a Saga y le pide que lo acompañe a otra habitación para que pueda curarla.
—Soy policía —dice Saga, y busca su placa.
—Necesitas ayuda —replica el enfermero, pero Saga lo interrumpe y le pide que les muestren el camino a la habitación de Felicia Kohler-Frost, en la sección de infecciosos.
—Tengo que verla —dice ella muy seria.
El enfermero hace una llamada, le dan permiso y lleva a Reidar al ascensor en la camilla.
Las ruedecitas rechinan débilmente al girar sobre el suelo de linóleo.
Saga los sigue y nota que el llanto intenta abrirse paso por su garganta.
Reidar cierra los ojos y Mikael camina a su lado sin soltar la mano de su padre.
Una joven auxiliar de enfermería los recibe y los lleva hasta una sala de urgencias con luz tenue.
Lo único que se oye es el silbido lento y el tictac de las máquinas que miden el pulso, la frecuencia respiratoria, el nivel de oxígeno en la sangre y el electrocardiograma.
En la cama ven a una mujer muy debilitada. Su pelo largo y castaño está extendido sobre la almohada y los hombros. Tiene los ojos cerrados y sus pequeñas manos descansan pegadas al cuerpo.
Respira de prisa y su cara está repleta de perlas de sudor.
—Felicia —susurra Reidar e intenta alcanzarla con la mano.
Mikael pega la mejilla a la de su hermana y le susurra algo al oído con una sonrisa.
Saga observa la escena desde atrás y mira fijamente a Felicia, la niña encerrada que ha sido rescatada de la oscuridad.