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Joona entorna los ojos en la nevada, salta por encima de un bloque de hormigón y llega al borde del embarcadero. Unos trozos de hielo semiderretido flotan en el agua y chocan contra el casco con un tintineo. El olor a mar se mezcla con el gasóleo de cuatro bulldozers.
Joona sube al buque, continúa de prisa por la borda, aparta una caja de grilletes y encuentra una pala.
—¡Oye, tú! —grita un hombre a sus espaldas.
Joona pasa por encima de un cartón mojado, sigue corriendo, ve que hay una maza junto a la borda entre llaves inglesas, ganchos de elevación y una cadena oxidada. Tira la pala, coge la maza y se acerca a toda prisa al contenedor rojo. Es lo bastante grande como para albergar cuatro coches. Lo golpea con la mano y un eco grave retumba dentro del habitáculo de metal.
—¡Disa! —grita mientras lo rodea.
En la puerta doble hay un candado de contenedor muy resistente. Joona mece la maza sobre el suelo, aprovecha la inercia para voltearla en el aire y golpea con fuerza. Se oye un estrepitoso ruido cuando el candado y el sello saltan en pedazos. Suelta la maza y abre las puertas.
Disa no está allí.
En la oscuridad sólo se ven dos BMW deportivos.
Joona no sabe qué hacer. Ojea de nuevo el embarcadero y el área de contenedores apilados.
Un tractor de la terminal mueve mercancía con la luz de aviso encendida.
Al fondo se pueden intuir las cisternas de petróleo de Loudden, detrás de la cortina de nieve.
Joona se pasa una mano por la boca y empieza a retroceder.
Una grúa autopropulsada está moviendo una serie de contenedores grises hacia un tren de mercancías y donde termina el embarcadero, más de trescientos metros más allá, un tráiler con cabina sucia está subiendo al transbordador Ro-Ro de San Petersburgo.
En la rampa, después del tráiler, hay un camión que carga un contenedor rojo.
En el lateral pone «Hamburg Süd».
Joona intenta calcular cuál es el camino más rápido para llegar hasta allí.
—¡No puedes estar aquí! —grita un hombre detrás de él.
Joona se da la vuelta y ve que es un estibador corpulento, con casco, chaleco amarillo y guantes de trabajo.
—Policía judicial —dice rápidamente Joona—. Estoy buscando un…
—Cierra la boca —lo corta el hombre—. No importa quién seas, no puedes subirte así sin más a…
—Llama a tu jefe y explícale que…
—Tú te esperas aquí y se lo cuentas a los guardias que están…
—No tengo tiempo para esto —dice Joona y le da la espalda.
El estibador lo agarra del hombro con fuerza. En un acto reflejo, Joona da un giro, pasa el brazo por encima del otro hombre y le tuerce el codo hacia arriba.
Todo ocurre en un instante.
El trabajador tiene que inclinarse para amortiguar el dolor en la articulación del hombro y Joona aprovecha el movimiento para barrerle los pies y derribarlo.
En lugar de partirle el brazo, Joona lo suelta y deja que se dé de bruces contra el suelo.
La enorme grúa ruge y, de pronto, todo se oscurece cuando la carga que pasa volando por encima de Joona tapa los faros.
El comisario coge la maza y acelera el paso, pero un estibador más joven en ropa de alta visibilidad le bloquea el paso con una gran llave inglesa en la mano.
—Ten cuidado —le dice Joona con voz seria.
—Tienes que esperar aquí hasta que vengan los de seguridad —dice el estibador con mirada asustada.
Joona lo aparta de un empujón en el pecho y sigue adelante. El hombre da un paso atrás y luego ataca con la llave inglesa. Joona para el golpe con el brazo, pero aun así la herramienta le da en el hombro. Suelta un gemido y la maza se le escurre de la mano. El pesado objeto da contra la cubierta y produce un gran estruendo. Joona agarra el canto trasero del casco del estibador, tira hacia abajo y le asesta un golpe fuerte en toda la oreja. El hombre cae de rodillas y grita de dolor.