72

Saga cierra las dos cerraduras de la puerta con llave y baja la escalera hasta el portal. En su interior, nota un halo de preocupación cuando ve el coche del servicio de transporte penitenciario que la está esperando en la oscuridad de la calle.

Abre la puerta y se sienta al lado de Nathan Pollock.

—Es peligroso recoger a autoestopistas —dice ella, e intenta sonreír.

—¿Has dormido algo?

—Un poco —responde, y se pone el cinturón.

—Sé que lo sabes —dice Pollock y la mira de lado—, pero aun así te voy a recordar que no debes intentar manipularlo para conseguir información.

Mete primera y el coche comienza a deslizarse por la silenciosa calle.

—Eso es casi lo más difícil —dice Saga—. Imagínate que sólo habla de fútbol, o que no dice nada de nada.

—A lo mejor es lo que hay y no lo podemos evitar.

—Pero a lo mejor Felicia sólo vive unos pocos días más…

—Eso no es tu responsabilidad —responde Pollock—. Esta infiltración es una apuesta que hacemos, todos lo sabemos y estamos de acuerdo en ello…, no se puede discutir acerca del resultado. Lo que vas a hacer está totalmente desvinculado con el caso que tenemos abierto. Nosotros seguiremos con los interrogatorios a Mikael Kohler-Frost, con todas las pistas antiguas y…

—Pero nadie cree…, nadie cree que podamos salvar a Felicia si Jurek no habla conmigo.

—No debes pensar así —dice Pollock.

—Entonces, paro ahora mismo —sonríe ella.

—Bien.

Saga empieza a zapatear otra vez y, de pronto, estornuda en el pliegue del codo. Sus ojos azul claro todavía conservan un aspecto cristalino, como si una parte de ella hubiese dado un paso atrás para observar la situación en la distancia.

Las fachadas negras se iluminan al paso del coche.

Saga deja las llaves, la cartera y otros objetos sueltos en una bolsa de efectos personales.

Antes de llegar a la prisión de Kronobergshäktet, Pollock le entrega el micrófono de fibra óptica en una cápsula de silicona y un paquetito de mantequilla.

—La comida grasa retrasa el vaciado gástrico —dice—. Pero aun así opino que no deberías esperar más de cuatro horas.

Saga abre el paquetito de mantequilla, se traga la grasa y observa el micrófono en la blanda cápsula. Parece un insecto atrapado en una bola de ámbar. Yergue la espalda, se mete la cápsula en la boca, echa la cabeza hacia atrás y traga. Siente una punzada en el esófago y le empieza a sudar todo el cuerpo a medida que la cápsula va bajando poco a poco.

El hombre de arena
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