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Los bajos del coche van absorbiendo la calle negra y fangosa y Joona Linna hace un esfuerzo por no aumentar la velocidad mientras su mente va recomponiendo los sucesos que tuvieron lugar tantos años atrás.
«Mikael Kohler-Frost», piensa.
«Han encontrado a Mikael Kohler-Frost con vida después de todos estos años».
Sólo el apellido «Frost» basta para que Joona lo reviva todo de nuevo en su interior.
Adelanta a un coche blanco y sucio y apenas ve al niño que lo saluda con un peluche por la ventanilla. Joona está sumido en los recuerdos y ha viajado hasta el salón desordenado, pero acogedor, de la casa de su compañero de trabajo, Samuel Mendel.
Samuel se inclina sobre la mesa, su pelo negro y rizado le cae sobre la frente y repite las palabras de Joona.
—¿Un asesino en serie?
Hace trece años Joona dirigió un caso que le cambiaría la vida por completo. Junto con su compañero, Samuel Mendel, comenzó a investigar los casos de dos personas que habían desaparecido en Sollentuna.
El primero hacía referencia a una mujer de cincuenta años que desapareció mientras daba un paseo por la tarde. Encontraron a su perro arrastrando la correa en un sendero detrás del súper Ica Kvantum. Sólo dos días después, desapareció la suegra de la misma mujer mientras hacía el corto trayecto entre su residencia y el salón de bingo.
Por lo visto, el hermano de la mujer había desaparecido cinco años antes en Bangkok. Se recurrió a la Interpol y al Ministerio de Asuntos Exteriores, pero no llegaron a encontrar al hombre.
No existe una estadística sobre cuántas personas desaparecen cada año en el mundo, pero se sabe que es una cantidad ingente. En Estados Unidos, casi trescientas mil al año y en Suecia, más o menos, siete mil.
La mayoría acaba apareciendo, pero, aun así, la cifra de los que nunca vuelven es escalofriante.
Sólo unos pocos de los que nunca vuelven han sido secuestrados o asesinados.
Tanto Joona como Samuel eran bastante nuevos en la policía judicial cuando comenzaron a interesarse por las dos mujeres desaparecidas en Sollentuna. Algunos datos concordaban con las circunstancias en las que habían desaparecido dos personas de Örebro cuatro años antes.
En aquella ocasión se trataba de un hombre de cuarenta años y su hijo. Habían ido a un partido de fútbol en Glanshammar, pero nunca llegaron a su destino. El coche estaba abandonado en el sendero de un bosque que no llevaba al estadio.
Al principio no fue más que una simple ocurrencia, una idea lanzada al aire.
¿Y si hubiera un vínculo concreto entre los acontecimientos, a pesar de la distancia geográfica y temporal?
Si fuera así, no era descabellado pensar que podía haber más desapariciones relacionadas con aquellas cuatro.
Los preparativos de la investigación se desarrollaron en el sitio donde suele trabajar un policía: la mesa de su despacho, delante del ordenador. Joona y Samuel recopilaron y estructuraron los datos de todas las personas desaparecidas en Suecia en los últimos diez años que no habían sido encontradas.
La idea era investigar si algunas de esas personas tenían algo en común más allá de los límites de la mera coincidencia.
Sobrepusieron los distintos casos, uno encima de otro, como hojas transparentes, y poco a poco una especie de constelación comenzó a emerger de los borrosos conjuntos de puntos interconectados.
El inesperado patrón que surgió de todo aquello fue que muchos pertenecían a familias en las que más de una persona había desaparecido sin dejar rastro.
Joona recuerda el silencio que se instaló en el despacho cuando dieron un paso atrás para observar el resultado. Cuarenta y cinco personas desaparecidas se ajustaban a aquel criterio. Muchas quedarían descartadas en los días siguientes, pero cuarenta y cinco eran treinta y cinco más de las que la casualidad debería permitir.