13

Llega noviembre y Flyn se marcha de excursión con el colegio. Dormirá fuera y, como es habitual en mí, me preocupo.

La casa sin él está excesivamente tranquila, y lo añoro. Echo de menos al puñetero coreano alemán que tanto quiero, aunque a veces lo mataría por sus arranques de preadolescente.

¿Yo también era tan contestón a su edad?

En este tiempo hemos quedado varias veces con Björn y Agneta, alias Foski, como la llama Judith, y en ningún momento ni él ni Jud han comentado su encuentro en el Guantanamera. Yo no pregunto. Decido confiar y no pienso más en ello.


Una noche estamos cenando en el salón Laila, Jud y yo cuando la primera suelta:

—Por cierto, mi trabajo acaba la semana que viene y os tengo que abandonar.

—Oh, ¡qué penaaaaa! —oigo decir a Judith.

De inmediato, la miro. Sé que pena no le da ninguna, pero, tras sonreír con disimulo, no digo nada. Miro a Laila. Me intereso por su marcha y, cuando me indica el día que quiere irse, recuerdo que yo tengo un viaje de negocios a Londres, y digo:

—La semana que viene tengo que ir a Londres unos días por trabajo. Si quieres venir en el jet conmigo, por mí encantado.

Rápidamente ella acepta y noto de inmediato la mirada de Jud.

Achina los ojos.

Malo… Malo…

Vale. Me he adelantado.

No he hablado con ella de ese viaje, pero tengo tantas cosas en la cabeza que es imposible comentárselo todo.

¿Acaso ella me ha contado lo de Björn?

Tras la cena, los tres nos sentamos a ver un programa de televisión que nos gusta, y Jud, mirándome, dice:

—Cariño, tengo que hablar contigo.

Instantes después, Laila sale para dejarnos a solas, cosa que le agradezco, y cuando la puerta se cierra, mi mujercita achina los ojos. Desastre asegurado.

Así pues, me levanto y hago algo que sé que le gustará. Como ella una vez, muy sabiamente dijo, la música amansa a las fieras. Y creo que, tras soltar lo de mi viaje a Londres, la voy a tener que amansar.

Ojeo los CD y, cuando veo uno que me hace gracia, se lo enseño y ella sonríe.

¡Lo sabía!

Segundos después, cuando comienza a sonar Si nos dejan, la maravillosa ranchera que tanto bailamos en nuestra luna de miel, se levanta, me abraza y susurra pegándose a mí:

—Me encanta esta canción.

—Lo sé, pequeña… Lo sé.

Bailo.

Bailo con la única mujer que consigue que yo haga cosas tan tontas como esta y, lo mejor, ¡disfruto!

Disfruto de la música, de la canción, de mi mujer y de su amor.

Cuando el tema acaba, nos sentamos en el sofá y nos besamos.

Qué besos más sabrosos y tentadores me regala mi morenita.

Instantes después, cuando bromeo con ella acerca del «¡Qué penaaaaaaaaaa!» que le ha dedicado a Laila, le pregunto por enésima vez qué le ocurre con la chica, pero ella de nuevo pasa de mí y me pregunta por mi viaje a Londres.

Sin nada que ocultar, le respondo sabiendo qué pasa por su cabeza: Amanda.

Sé que piensa en ella, y así me lo hace saber. Pero yo, sin perder un segundo, le recuerdo que aquello acabó. Amanda no ha vuelto a acercarse a mí, a excepción de para trabajar, pero al ver su desconfianza la invito a venir conmigo a Londres.

Un beso lleva a otro…

Una caricia a otra…

Y por último le quito las bragas mientras disfruto de ese gesto que ella hace y que me pone a cien. Jud se asusta ante lo que estoy a punto de hacer y me hace saber que Laila podría entrar en cualquier momento.

No la escucho. Sigo a lo mío y, tras lamer el whisky que le acabo de echar en su exquisita vagina, ya es mía. Ya he entrado en nuestro juego.

Jud se entrega totalmente a mí, a nuestros deseos, a nuestras caricias, a nuestro morboso momento.

Separo con gusto sus muslos. Ella me ofrece una y otra vez su deseada flor y yo, encantado, la disfruto, chupándola y mordisqueándola mientras ella se abandona entre mis manos y disfruta del placer.

Loco por su ímpetu al exigir que no pare, me levanto y, caliente, muy caliente, me desabrocho el cordón de mi pantalón de andar por casa y digo:

—Incorpórate. Date la vuelta y apóyate en el respaldo del sofá.

Ella lo hace, obedece, y cuando veo su bonito trasero respingón frente a mí, la cojo por la cintura y entro en ella. Totalmente en ella.

Locos, disfrutamos mientras nuestros cuerpos se aceleran y nuestros jadeos se unen para ser solo uno.

Ella y yo.

Solo nosotros.