35
El tiempo pasa y los niños crecen, pienso mientras me anudo la pajarita frente al espejo.
Desde que Judith entró en mi vida, mi casa dejó de ser un lugar gris y un remanso de paz para convertirse en un espacio lleno de colores, risas, música y locura.
Aquellos momentos en los que Björn y yo hablábamos con tranquilidad, mientras nos dábamos un baño en la piscina cubierta, han quedado en el olvido. Ahora, cada vez que nos juntamos allí, estamos rodeados de niños como Eric y Hannah, que llevan manguitos, y otros que, temerariamente, como Flyn y la prinsesa Sami, se tiran en bomba junto a sus alocadas madres.
Flyn también crece. Ya no es el niño que se divertía jugando conmigo a los videojuegos. Ahora, aunque alguna vez jugamos, como el adolescente que es, prefiere encerrarse en su habitación para hablar virtualmente con sus amigos. No entiendo esa forma de comunicarse. En mi época, lo bonito era mirarse a los ojos. Ahora lo moderno es mirar una pantalla y teclear, aunque todo eso puede cambiar cuando le den las notas. Dependiendo de sus resultados, las redes sociales quizá desaparezcan de su vida o no. Como dice Jud, cada acto tiene su consecuencia, y espero que él lo tenga claro.
La tranquilidad, lo que se dice tranquilidad, es un tema olvidado en casa, pero, por extraño que parezca, me gusta. Adoro mi vida, tanto como sé que le gusta a Björn.
Hemos pasado de ser dos hombres sin responsabilidades que solo miraban por sí mismos a convertirnos en dos hombres de familia que juegan a las prinsesas y a los superhéroes y que disfrutan de sus mujeres y sus hijos.
¡Quién nos lo iba a decir!
Ir a cualquier lugar todos juntos es como ir de excursión, y reconozco que yo, que soy el más soso, el menos chisposo y bromista, hasta le he cogido el gustillo.
Björn y Mel llevan más de un año viviendo juntos y, para Sami, él es su papi. Cada vez que lo llama así, a mi amigo se le cae el culo, como dice mi mujer, y yo me pongo a reír, mientras soy consciente de la infinidad de veces que el culo se me cae a mí y ellos se ríen.
Jud y Mel, si antes eran amigas, ahora, como dice mi española, son comadres. No sé en realidad qué quiere decir eso, pero en el tono que lo dice mi mujer, sin duda es algo más que una simple amiga.
Acabo de anudarme la pajarita negra.
Esta noche vamos a ir al Sensations a una fiesta superprivada y nos vestimos con elegancia para la ocasión.
Mientras Jud termina de arreglarse, voy a ver a Eric, que ya tiene casi tres años, y a la pequeña Hannah, que ya ha cumplido los dos. Son preciosos.
Eric es rubio, con los ojos claros y, aunque es un destroyer porque todo lo rompe, es observador y, en cierto modo, callado. Jud dice que es un Zimmerman en potencia. Hannah es todo lo contrario. Es una calcomanía de su madre, además de una gran llorona. Es morena, zalamera, y si Eric es un Zimmerman en potencia, sin lugar a dudas, Hannah es una Flores en toda regla.
¡Menudo genio se gasta la pequeñaja!
Los observo encantado mientras duermen plácidamente en sus camitas. Ellos, junto a Judith y Flyn, son el motor de mi vida, y soy incapaz de verme viviendo sin ellos.
Eric y Hannah son la alegría de la casa. Cada uno a su manera, nos dan vida, y aunque Flyn, como dice Jud, tiene un pavazo hormonal que no se puede aguantar, me alegra la existencia. A Jud, últimamente, no tanto. El niño crece, demanda ser tratado como un adulto, y a Jud le cuesta mucho.
Con mimo, beso a mis pequeños y, tras salir de sus habitaciones, me voy a ver a mi hormonado adolescente, que está en el salón y, ¡cómo no!, cuando entro, está tecleando en su teléfono. Seguro que habla con su novieta Dakota. Él y su teléfono parecen estar pegados el uno al otro.
Según entro y cierro la puerta, me mira y pregunta:
—Papá, ¿adónde vais esta noche?
Sonrío. Si le dijera adónde vamos, creo que no lo entendería, por lo que, con tranquilidad, respondo:
—A una fiesta.
—¿Irán Björn y Mel?
Asiento. Flyn adora a Björn, e indica:
—Pues dile que he oído que va a salir un cómic especial para coleccionistas del Capitán América que va a ser una pasada.
Sonrío. Flyn y Björn son muy frikis en algunos temas, y, divertido, cuchicheo:
—Dudo mucho que no lo sepa ya.
La puerta del salón se abre y aparece Judith. Está preciosa, sexi. Y Flyn, al verla, suelta un silbido y murmura:
—Uau, mamá, ¡estás muy guapa!
Mi morenita, encantada por el cumplido que él le dedica, sonríe y, tras darse una vueltecita con coquetería, va a hablar cuando Flyn pregunta:
—¿Puedo ver un rato más la televisión?
Judith se para, se pone seria de repente, y murmura:
—Si te digo que no porque mañana tienes clase, ¿dejaré de estar guapa?
Según dice eso, el gesto de Flyn cambia.
¡Vaya dos!
Con esto del pavazo hormonal, él y Judith discuten más de lo normal, y el crío se levanta y dice, caminando hacia la puerta:
—Hasta mañana, papá.
Bueno…, ya la hemos liado.
¡Joder con las hormonas adolescentes del niño!
Según sale por la puerta y esta se cierra, Judith me mira y gruñe:
—¿Y a ti qué te pasa? ¿No vas a decir nada?
Resoplo.
¿Por qué siempre estoy en medio de todo?
Y, sin ganas de que la noche se jorobe por esto, me acerco a ella. La aprieto contra mi cuerpo, le chupo el labio superior, después el inferior y, tras un delicioso mordisquito que me sabe a vida, la beso.
El beso nos calienta…
El beso nos tienta…
El beso nos hace saber lo bien que lo vamos a pasar esta noche…
Y, a continuación, murmuro mirándola:
—Solo tú y yo. Es nuestra noche, y nada ni nadie nos la va a jorobar.
Jud sonríe. Se olvida de lo ocurrido con Flyn y, tras despedirnos de Simona y Norbert y Susto y Calamar, montamos en nuestro coche y nos marchamos. Queremos divertirnos.
Como siempre que montamos, rápidamente Judith mira en la guantera. Allí guarda sus CD de música y, poniendo uno, dice:
—Mira qué maravillosa canción han sacado mis Alejandros.
¡Sus Alejandros!
Por extraño que parezca, no me pongo celoso. Al revés, sonrío. Sé que se refiere a Alejandro Sanz y Alejandro Fernández. ¡Sus Alejandros!
Mira que le gustan esos cantantes.
Encantado, escucho cómo Jud canta la desgarradora canción y noto que le fluye del mismísimo corazón. En segundos, siento que la letra me pellizca el alma. Soy consciente de que, por mucho que discuta con mi pequeña, nunca la dejaría y, ante cualquier problema, intentaría enamorarla antes de que llegara a la puerta, como dice la canción.
Horas después, tras una cena en la que lo pasamos muy bien, el grupo de escogidos por los dueños del Sensations para la fiesta nos dirigimos al local. Tenemos una estupenda fiesta privada por delante.
Una vez allí, en la puerta, debemos dar una clave de acceso. Esta noche el Sensations está cerrado y solo accederemos a él los íntimos, los amigos de los propietarios.
Al entrar, cierran la puerta. Ya estamos todos.
Minutos después, Uche y su marido, que son los dueños del local, nos entregan a todos unos sobres. Judith coge el suyo. No es la primera vez que estamos en una de sus fiestas y, al abrirlo y ver las tarjetitas con los distintos dibujos, murmura:
—A ver…, a ver…, ¿qué queremos hoy?
Sonrío y, mientras ella y Mel hablan y comentan entre risas el significado de las tarjetas y sus dibujitos, Björn y yo pedimos algo de beber.
—Mira, esta vez han venido Bernardo y Luis con Angélica y Bárbara.
Según oigo a Björn decir eso, miro y veo que ellos nos saludan desde donde están. Nosotros saludamos también. En otra época, ellos cuatro, Björn y yo lo pasamos muy bien y, consciente de lo que todos estamos pensando, murmuro:
—Será divertido.
—Muy divertido —afirma mi amigo antes de darle un trago a su copa.
Mientras Jud y Mel charlan con conocidos, Björn y yo hablamos entre nosotros y me hace saber que el hacker llamado Marvel la ha tomado con la web de su bufete de abogados de nuevo y se la ha vuelto a piratear.
—¿Otra vez?
Él asiente y maldice.
—Sí, macho, otra vez.
—¿Y la policía qué dice?
—¿Qué va a decir? —se mofa él—. Intentan localizarlo, dar con él. Pero ese cabrito es esquivo, tremendamente esquivo y profesional. Eso sí, cuando lo pille, te juro que no lo va a reconocer ni su padre.
Sonrío, aunque no sé por qué lo hago. Lo que le está ocurriendo a Björn con su página web es una verdadera putada. ¿Quién será ese puñetero hacker?
Al ver su gesto sombrío, sé que piensa en ello y, decidido a que lo olvide, pregunto:
—¿Qué tal tu prinsesa?
Es mencionar a Sami y a mi amigo le cambia el gesto. Adora a la niña. Creo que no la podría querer más incluso si fuera su hija biológica.
Durante unos minutos, Björn me cuenta entre risas las proezas de la pequeña, hasta que me pregunta por Superman y el Monstruito. Noto cómo mi gesto se suaviza y enseguida le hablo de las gracias de Eric y de Hannah.
¿Desde cuándo somos tan marujos?
Coño…, que estamos en un local plagado de morbo y sexo, ¿y nosotros hablando de nuestros hijos?
Pero, sin poder remediarlo, continuamos mientras reímos y nos sentimos los padres más orgullosos del mundo mundial.
De pronto, Judith se acerca a mí y, poniéndose de puntillas, murmura en mi oído:
—Vamos. Quiero ir a un reservado contigo.
Encantado, sonrío y, tras intercambiar una mirada con Björn que lo hace sonreír, mi preciosa mujer y yo nos encaminamos hacia los reservados.
Al entrar, miramos alrededor. Para la exclusiva fiesta todo está diferente, y en un lateral hay una mesita con unas cubiteras llenas de hielo y champán.
Sin pensarlo, me dirijo hacia allí, cojo dos copas, las lleno y, entregándole una a mi mujer, murmuro mientras brindamos:
—Por nosotros.
Judith sonríe y bebe.
Por primera vez en muchos días, estamos solos. Nos miramos, sonreímos y nos besamos. Nos besamos con tranquilidad. Aquí no hay niños y nadie que no queramos nos va a molestar.
Un beso…
Dos…
Y, tonto, porque Judith me pone tonto perdido, después del último beso, la miro y pregunto al ver que sigue teniendo en la mano el sobre con las tarjetitas:
—¿A qué le apetece jugar a mi morbosa mujer?
Ella sonríe.
Uy…, uy…, esa sonrisita.
Con Judith he incluido juegos que antes nunca había probado. A ella la excita ver mi gesto lleno de placer, desconcierto y morbo cuando otro hombre me hace una felación. Y, aunque me costó en un principio, ya lo entiendo. Yo mismo disfruto una barbaridad cuando veo a una mujer jugar con Jud. ¿Cómo no va ella a disfrutar viendo lo contrario?
Nos miramos en silencio. Sé qué tarjetita quiere colocar en la puerta del reservado y, gustoso de que el juego comience, murmuro:
—Disfrutémoslo.
Encantada, asiente. Me besa, y, dejando el sobre encima de una mesita, saca la tarjeta en la que se ve el dibujo de un hombre solo y se encamina hacia la puerta.
Una vez que lo coloca en la manija, cierra y, mirándome, murmura:
—Iceman, quítate la chaqueta y desabróchate la camisa.
Sin dudarlo, lo hago.
Me deshago de la chaqueta, me desanudo la pajarita y me abro la camisa.
Jud se da aire con la mano, sonríe ante mi mirada y, haciéndome reír, susurra ahuecándose el pelo:
—Qué fatiguita más buena me das.
Sonrío. ¡Me encanta que me diga eso!
Complacido, voy a meter la mano bajo su vestido cuando la puerta se abre. Es Peter. Nos enseña la tarjeta que segundos antes ha colgado Judith y espera nuestra aprobación para pasar.
Ella asiente y Peter entra en la habitación. Judith, que es quien dirige el juego, le entrega una copa de champán a Peter en silencio y luego ordena mirándome:
—Quítate los pantalones.
Uf…, el calor que me entra por la manera en que dice eso…
Noto que el corazón se me acelera y, sin tiempo que perder, hago lo que me pide. Una vez desnudo ante ellos, soy consciente de mi erección, y Judith, acercándose, me acaricia con mimo esa parte de mí que tanto placer le ocasiona y murmura con morbo:
—Me encanta.
Afirmo con la cabeza. No lo dudo.
Sin pensar en nada, me coge la mano y me lleva hasta la cama. Nos sentamos y ella vuelve a tocarme, mientras Peter nos observa desde su posición.
La boca de Judith busca la mía y me besa. Me besa de tal forma que, como siempre, pierdo la noción del tiempo, hasta que siento que ya no es su mano la que me toca, sino la boca de Peter, que me succiona.
Cierro los ojos, tiemblo…, entonces Judith murmura:
—Mírame, Eric…, mírame.
Abro los ojos. Mis pupilas chocan con las oscuras pupilas de ella y veo cómo su respiración se acelera, se aviva con la mía, mientras Peter me recorre lentamente con su húmeda lengua desde los testículos hasta el glande.
Placer…
Entregado al goce exigido por mi mujer, nos besamos. Su boca es mi cielo, su sabor es mi anhelo, y juntos nos perdemos en el puro deseo.
Morbo…
Lujuria…
Goce…
Con avidez, Peter se acelera como nosotros. Disfruta con mi pene como si yo estuviera follando su propia boca con mi erección, y me contraigo.
Judith, que en ocasiones parece leerme la mente, murmura mirándome:
—El sexo es sexo, cariño. Disfrútalo.
Nos miramos, hay que ver cómo me conoce, e insiste:
—Te gusta verme entregada a una mujer, ¿verdad? —Asiento. Adoro cuando Judith abre las piernas para que otra la haga suya. Y musita—: Pues piensa que a mí me gusta lo mismo. Quiero verte vibrar. Quiero verte jadear ante lo que un hombre te…
—Jud… —balbuceo—. Hay cosas que sabes que…
—Sé dónde están tus límites, como tú sabes dónde están los míos, y ambos los respetamos. Pero quiero verte disfrutar aquí y ahora. Tú me has enseñado que el sexo es sexo y nada más.
Solo con lo que dice y por el modo en que me mira, creo que voy a explotar de gusto. No es la primera vez que me pide que haga algo así, pero sí va a ser la primera vez que el momento y sus palabras ocasionen este loco efecto en mí.
La beso. Beso a la dueña de mi vida y de mi voluntad con auténtica pasión, mientras relajo mi cuerpo y dejo que Peter prosiga su camino, un camino que me voy a permitir disfrutar.
Siento cómo las manos de aquel se anclan en mis caderas y cómo saborea centímetro a centímetro mi erección. Lenta, muy lentamente, hasta que su lengua termina en mi escroto y un jadeo ruidoso sale de mi interior.
—Sí…, eso me gusta —afirma Judith sonriendo.
Abandonado al deseo sobre una cama, con mi mujer al lado y un hombre entre mis piernas, siento cómo, cada uno a su manera, me saborean centímetro a centímetro, mientras yo me dejo hacer.
Percibo el caliente aliento de Peter en mi miembro y el de Judith en mi boca, el placer que eso me ocasiona, y más viendo cómo me mira mi pequeña. Me hace vibrar, temblar, cuando la oigo decir:
—Sí…, cariño…, así.
Su voz…
Su mirada…
Su manera de disfrutar me vuelve loco.
Judith y yo nos entregamos por propia voluntad a nuestro juego. Ese juego que muchos no entenderían, pero que nosotros comprendemos a la perfección.
Jadeo…
Tiemblo…
E, incapaz de no animar a Peter a que continúe, coloco la mano sobre su cabeza y ahora soy yo el que se hunde en su boca más y más.
Jud nos observa. Ha salido mi parte animal. Le gusta lo que ve.
Ante ella hay dos hombres: su marido y un extraño. Tras mi orden, este se ha apropiado de mi duro y erecto pene y me está haciendo vibrar como nunca.
Mi respiración se acelera más y más, junto a mis secos y duros movimientos. En busca del goce, sin importarme si es hombre o mujer, muevo las caderas y me follo la boca de Peter, deseoso de que el clímax me inunde por completo, hasta que Judith le ordena que pare y, acto seguido, dice:
—Lávalo.
Dios, no… Quiero correrme. Necesito correrme.
Pero entonces Judith, justo en el momento en el que Peter echa agua sobre mi caliente y dura erección, se quita el bonito vestido que lleva, sin bragas, y una vez que Peter se levanta, dice:
—Siéntate y ofréceme a mi marido.
Joder…, eso me pone burro.
De inmediato, él se sienta sobre la cama, Jud lo hace sobre él, y cuando Peter le abre las piernas para mí y me la ofrece, muerto de deseo, me acerco, le doy un azote a su bonito trasero y, clavándome en ella con ganas, me hundo en su cuerpo sin pensar, sin hablar, sin razonar.
El calor del cuerpo de mi mujer al rodear mi pene y el modo en que lo succiona son el placer más increíble vivido en mi vida. Y, entregado a la caliente lujuria a la que ella me ha llevado, entro y salgo de su interior con dureza mientras Peter la sujeta para mí. Solo para mí.
Le doy otro cachete en el culo, otro, otro más, sé cuánto le gusta que haga esto en estas situaciones, y la atraigo hacia mí para comerle la boca.
Sin parar un segundo, me hundo en ella deseoso de que sienta cada pliegue de mi piel.
Los exquisitos gritos de mi Judith cada vez que ahondo en ella pidiendo más me vuelven loco. Mi pequeña es insaciable. Y, caliente como hacía mucho tiempo que no estaba, disfruto de este increíble ofrecimiento mientras ella exige con voz trémula que me la folle, que la haga mía. Y lo hago. Vaya si lo hago, hasta que llegamos al clímax y, cogiéndola entre mis brazos para solo sujetarla yo, nos dejamos llevar.
Joder, ¡qué maravilla!
Qué fantástico es disfrutar del sexo con mi amor.
Las piernas me tiemblan. Me siento en la cama, con Judith sobre mí, y me tumbo. Nuestras respiraciones entrecortadas nos hacen saber lo mucho que hemos disfrutado, y reímos, siempre nos reímos tras un momento pasional, y pregunto:
—¿Todo bien?
—¡Genial! —afirma mi pequeña con una bonita sonrisa.
Durante unos segundos nos olvidamos de Peter. Solo tenemos ojos y mimos para nosotros, hasta que, al levantar la mirada, veo que nos observa y soy consciente de su palpitante erección, que ya cuenta con un preservativo. Quiere seguir jugando. Su cuerpo le pide una continuación, y le pregunto a mi mujer.
—¿Estás preparada para más?
Judith mira a Peter y sonríe, ¡menuda es ella! Y, sin salirme de su cuerpo porque sigue tumbada sobre mí, le acaricio el trasero, que es suave, muy suave.
—Como diría Dexter, debo de tener las nalguitas rojas —comenta.
Desde mi posición, se las veo coloradas, y al ver cómo Peter las mira, asiento. Él también. Le gusta mi ofrecimiento y, tras coger un botecito de lubricante de la mesita, lo abre y se lo echa sobre el preservativo.
Judith no mira. Espera acontecimientos. Se fía de mí, de lo que yo puedo ofrecer de ella, y, cuando siente que le separo las cachas de su bonito y colorado trasero, noto cómo se arquea, cómo ella se lo ofrece también.
Instantes después, Peter se arrodilla en la cama y, tras acercarse a Jud por detrás, sé cuándo la penetra por los movimientos de mi pequeña. Su boca se abre, jadea haciéndome saber cómo es poseída. Eso me pone a dos mil, y mi erección, aún en su interior, se despierta.
Peter la agarra por las caderas y la acerca a él una y otra vez, mientras el sonido hueco de la intromisión en su cuerpo se apodera del reservado. Los jadeos satisfechos de mi mujer y la forma en que aquel acelera sus acometidas terminan de despertar al tigre que hay en mí, y ahora somos dos hombres quienes poseemos a Judith mientras la sujetamos por las caderas.
Ella disfruta. Ya llevamos bastante tiempo juntos para diferenciar entre pasarlo bien y pasarlo mal y, sin duda, le gusta lo que ocurre.
Jadeos…
Suspiros apasionados…
Gritos de locura…
Y sexo caliente y morboso. Todo eso somos nosotros.
Entregados a nuestro juego, disfrutamos de un caliente trío en el que el placer, el gozo, la sensualidad, el erotismo y el morbo son lo que prima, son lo que hemos ido a buscar, hasta que nuestros cuerpos, calientes como el fuego, no pueden más y, una vez que llegan a la cúspide, nos dejamos llevar.
Cinco minutos después, cuando Peter ya se ha lavado y se ha marchado, Jud y yo nos quedamos desnudos sobre la cama. En la manija de nuestro reservado no hay ninguna tarjetita, no hay ningún reclamo, y, sin necesidad de nadie más, nos hacemos el amor mientras oímos los jadeos y los gemidos de quienes están al otro lado de la pared, a los que más tarde visitaremos. Claro que sí.