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Pasan los días y, tal como propuso, mi amigo Björn invita a Graciela a cenar.
Dexter no dice nada. Simplemente se quita de en medio para no ver ni oír, aunque al día siguiente sé por Björn que se limitaron a cenar y a conversar, no hubo nada más, y lo creo. Björn es mi amigo y nunca me mentiría.
Flyn comienza el colegio. Eso me alegra.
Primero porque él necesita una rutina para centrarse en sus estudios y, segundo, porque, una vez que él no esté en casa, tanto Jud como el resto podrán descansar. Flyn es un niño que suele demandar mucha atención.
Y como la rutina comienza, Judith y yo discrepamos. Me recuerda que Flyn quiere aprender a llevar una moto, algo que me enfada. ¿Para qué? Y me suelta sin anestesia que dentro de unos días va a participar junto a mi primo Jurgen en una carrera de motocross.
¡¿Cómo?!
La miro sin dar crédito.
¿Otra vez con el jodido motocross?
Saber eso me enerva, pero me cabrea aún más cuando me recuerda que me lo dijo hace tiempo y yo mismo ordené traer su moto desde Jerez.
Pero bueno, ¡seré gilipollas!
Es más, se mofa de mí llamándome Dory, que, al parecer, es la amiga de un pez llamado Nemo.
¿Quién narices es Dory?
Los días pasan y mi cabreo se rebaja. Es lo mejor que puedo hacer, porque luchar contra Judith, en mi caso, significa perder. Puede conmigo o, mejor, dejo que pueda conmigo.
Comienza la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza más importante del mundo, y junto a mis amigos, familia y mujer, la voy a disfrutar este año.
Cuando veo a Jud vestida con el dirndl, el traje típico, me quedo sin aliento.
Mi mujer, se ponga lo que se ponga, está preciosa, ¡increíble!
Estoy apoyado en la puerta observándola por puro deleite cuando ella se da la vuelta y me vuelvo a enamorar.
¡Qué bonita es!
Nos miramos, sonreímos, y aseguro:
—No sé cómo lo haces, pero siempre estás preciosa.
Mi halago le gusta. Lo veo en su cara, como también veo que le gusta verme a mí vestido con el traje típico de mi tierra.
No es que me apasione ir vestido así, pero por ella, lo que sea.
Segundos después, nos besamos. Adoro sus besos. Su sabor. Su… todo. Y cuando ella salta a mis brazos y el beso finaliza, me mira y murmura:
—Si sigues besándome así, creo que voy a cerrar la puerta, echar el cerrojo y la fiestecita la vamos a organizar tú y yo en la habitación.
Asiento, eso sería fantástico, y digo:
—Me gusta la idea, pequeña.
Besos…
Mimos…
Tentaciones…
Jud saca de mí esa parte protectora y cariñosa que nadie ha sabido sacar, y estoy a punto de cerrar la puerta cuando oigo la voz de mi sobrino, que dice:
—Pero ¿qué hacéis?
Jud y yo rápidamente reprimimos nuestra pasión, pero Flyn insiste con gesto de enfado:
—Dejad de besaros y vámonos de fiesta. Todos nos esperan.
Sonriendo, le hacemos caso. Ya tendremos nuestra fiestecita más tarde.
Norbert nos lleva en el coche a Dexter, a Graciela, a Jud, a Flyn y a mí lo más cerca posible de la explanada Theresienwiese, el lugar donde se celebra la famosa fiesta.
Como siempre, el tumulto es increíble y la música atronadora.
Divertido, observo a Dexter y a Graciela. Como nosotros, van vestidos con los trajes típicos, y al ver la cara de agobio de mi amigo, tomo rápidamente el mando de la situación y hago que me sigan. Yo sé adónde tenemos que ir.
Cuando llegamos a la caseta donde tenemos nuestro lugar reservado como todos los años, nos encontramos a mi madre y mi hermana junto a Frida, Andrés y el pequeño Glen. Por supuesto, vestidos para la ocasión.
Jud, feliz, comienza a hablar con Frida. Graciela se les une, y Dexter, que ya ha saludado a mi madre, me mira y dice:
—Quiero una cerveza bien grande.
Asiento y, tras guiñarle el ojo a mi mujer, me alejo con él en dirección a la barra. Allí, pido algo de beber y, al ver cómo mi amigo mira a Graciela, cuchicheo:
—¿Hasta cuándo va a durar esto?
Dexter niega con la cabeza. Su confusión cada día es mayor, y antes de que conteste, insisto:
—Sabes lo que ella piensa de ti, ¿a qué esperas?
Mi amigo da un trago a su cerveza, mira a Graciela durante unos segundos y finalmente responde:
—Eric…, no puedo darle lo que ella desea, y lo sabes.
—Dexter, tú puedes darle a Graciela lo mismo que cualquier hombre.
—Hey, güey… —Me sonríe con cierta tristeza y, mientras observa cómo baila con Andrés, añade—: Te equivocas. Hay cosas, como bailar con ella, que no puedo hacer. Y si a eso le añades que el sexo es algo que…
—Dexter —lo corto—, no todo en la vida es sexo y bailar. En la vida hay cosas más importantes.
Mi amigo no se inmuta. Sin duda debe de pensar que me faltan varios tornillos, pero dice:
—Lo sé. Pero no sé si ella…
—Inténtalo —lo animo—. Yo mismo me di una oportunidad con Judith. Cuando la conocí, nunca pensé que mi vida sería ella, y aquí me tienes, casado, feliz y deseoso de ver a mi mujer sonreír. Porque su sonrisa y su felicidad son todo lo que me importa.
Dexter me mira. Mis palabras le hacen ver que soy un blandengue, pero extrañamente sonríe y al final cuchichea:
—No puedo hacerle esto a Graciela. No puedo ser un lastre para ella.
Sus palabras, tan llenas de sentimientos, me apenan, y cuando voy a responder, él señala hacia la puerta y dice:
—Mira, ahí llega el guaperas de Björn con la bordada a mano.
Al mirar, veo a mi amigo y sonrío.
El tío ya es el centro de atención de la caseta, y veo que junto a él, además de Agneta, que se hace fotos con los asistentes que la conocen de la tele, va Diana, una buena amiga del Sensations.
Dexter y yo cogemos nuestras bebidas y volvemos junto al grupo, y entonces la bordada a mano, a la que no recuerdo el mote que Jud le puso, exclama mirándome:
—¡Eric! Qué alegría volver a verte. Ven, quiero presentarte a Diana.
Según dice eso, observo el gesto de mi pequeña. Uy…, uy… Está claro que Agneta no le gusta y sus palabras la han molestado. ¿Por qué?
Tras saludar a Diana, entre risas, porque ya nos conocemos, me acerco a mi morenita, la cojo entre mis brazos y, deseoso de que sepa que ella es la única mujer que me importa en todo el mundo, delante de todos, abro mi corazón y digo feliz:
—Amigos, es la primera Oktoberfest de mi preciosa mujer en Alemania y me gustaría que brindarais por ella.
Todos a nuestro alrededor, conocidos y desconocidos, levantan sus enormes jarras de cerveza y, tras gritar, brindan por mi chica y beben. Jud sonríe y yo la beso.
¡Adiós a su gesto serio!
Minutos después, Flyn quiere ir a montar a las atracciones y Jud se ofrece, junto a Marta, a llevarlo.
—¿Queréis que os acompañe? —digo.
—No, cariño —indica Jud—. Quédate aquí. Eso sí, aléjate de Foski, porque esa tía me da grima.
Al oírla, sonrío. ¡Foski! Ese es el mote con que Jud ha bautizado a la bordada a mano.
Una vez que ella se marcha con mi hermana y mi sobrino, Björn se acerca a mí y, entregándome una jarra de cerveza fría, levanta la suya y dice:
—Por mi amigo y hermano. Porque siempre te vea con esa felicidad en la mirada.
Encantado con sus palabras, brindo con él y bebo. Está más que claro que la felicidad que Jud me hace sentir la proyecto al mundo.
—Espero verte a ti algún día con esa mirada —cuchicheo.
Björn sonríe y, moviendo la cabeza, replica:
—Me gustan demasiado las mujeres como para centrarme solo en una.
—A mí también me gustaban, hasta que apareció una especial —afirmo pensando en mi pequeña.
Él me mira, bebe y, cuando traga, pregunta:
—¿Merece la pena?
—Al cien por cien —afirmo con seguridad.
—¿A pesar de los quebraderos de cabeza que te da?
Asiento, lo tengo clarísimo, y él añade:
—Eric, yo no quiero quebraderos de cabeza. Vivo muy bien pensando solo en mí. Hago y deshago a mi antojo y solo yo soy el dueño y señor de mi vida.
Ahora el que asiente soy yo. Comprendo lo que dice.
Su postura es la misma que yo defendía hasta que una española entró en mi vida como un puto tsunami para descabalármela, y cuando voy a decir algo más, Björn cuchichea divertido:
—Dexter está muy raro.
Miro a mi amigo, que desde un lateral observa con un gesto extraño cómo Graciela baila con un tipo, y murmuro:
—Me tiene desconcertado. No sé lo que piensa.
Según digo eso, veo a Amanda entrar en la caseta. Nuestras miradas se encuentran y le sonrío. El tema que hubo entre ella y yo está zanjado, y me alegro por ella y por mí, pero sobre todo por Judith. Por nada del mundo quiero que piense lo que no es.
Amanda se acerca a nosotros y nos saluda.
Como buena alemana, ha venido de Londres para disfrutar de la Oktoberfest. Una vez que nos hemos saludado, se pone a hablar con Björn y yo observo a Jud cuando entra en la caseta. Felices, nos miramos, le guiño un ojo y, segundos después, la veo en lo alto de una mesa junto a Frida cantando una canción típica alemana.
¡Y se la sabe!
Encantado, contemplo cómo canta y baila con esa gracia española que solo tiene ella, mi amor. Pero al bajar de la mesa me doy cuenta de que me mira y su gesto cambia. Malo…, malo… Sin duda se ha percatado de la presencia de Amanda.
¡Joder!
Instantes después veo cómo se rasca el cuello. Desastre…
Y, sin acercarse a mí, se da la vuelta para alejarse con cara de enfado.
No. Eso no.
Voy tras ella. ¿Adónde va?
Habla con un hombre por el camino y después continúa andando.
La sigo.
No quiero que su mente piense cosas que no son, y cuando por fin la agarro de la cintura, ¡joderrrrr!, me da un codazo que me deja sin respiración.
Pero ¿por qué será tan bruta?
Estoy doblado en dos por el golpe seco cuando ella finalmente mira para atrás y, sin entender su reacción, pregunto ofuscado:
—Pero ¿qué te ocurre?
Judith no responde. Me mira con gesto confuso y, aunque me duele el estómago por la brutalidad de mi querida mujercita, la agarro de la mano y la llevo a un lateral de la carpa.
Una vez allí, la suelto y con toda mi mala leche le hago saber lo poco que me ha gustado su reacción. Ella no habla. No contesta, solo me mira, hasta que finalmente mi dolor cesa, ella da su brazo a torcer al entender que entre Amanda y yo no hay nada, excepto trabajo, y murmuro:
—Pequeña…, solo me importas tú.
Atraído como un imán, voy a besarla, pero me hace la cobra.
¡Maldita sea esa manía que tiene!
Juega conmigo. Se lo permito y, tras sonreír, regresamos con el grupo, pero al hacerlo me sorprendo al ver a Graciela sentada sobre las piernas de Dexter.
¿Y eso? ¿Qué ha pasado?
Jud, que ve lo mismo que yo, me mira sorprendida, y Graciela y Dexter, que hablan, de pronto se besan.
¡¿Qué?!
Pero ¿qué nos hemos perdido?
Mis ojos y los de Björn se encuentran y, al ver el gesto guasón de mi amigo, me tengo que reír; entonces miro a mi chica, que todavía parpadea por lo que ha visto, y me mofo:
—Aquí besa todo el mundo menos yo.
Ella me mira con una sonrisa.
Por Dios, cómo me pone verla sonreír así, y segundos después, agarrándome del cuello con posesión, exige:
—Bésame, tonto.
Y la beso…, vaya si la beso.
El resto de la tarde lo pasamos de lujo.
Sin duda la fiesta junto a Jud es mucho más divertida de lo que yo recordaba, aunque ella sea todo energía y locura y yo tranquilidad. Que no, que no soy de bailar, y menos ante mi familia y amigos.
Cuando Dexter y Graciela se marchan a casa, feliz por la oportunidad que mi amigo se está dando con la chilena, acerco la boca al oído de mi mujer y cuchicheo:
—Creo que esta noche alguien lo va a pasar muy bien en nuestra casa.
Jud sonríe y asiente. Está tan convencida como yo.
Pedimos algo de beber, no quiero que la fiesta acabe junto a mi amor, y en ese momento me vibra el teléfono y compruebo que es Björn. Ha ido al Sensations y nos propone que vayamos también.
Sin dudarlo, se lo comento a Jud y le aclaro que Foski no está con él. Eso le gusta, como me gusta a mí ver la expresión que reflejan sus ojos.
Veo deseo y morbo en su mirada y, con muchas ganas de jugar con ella a todo lo que se nos antoje, murmuro dispuesto a volverla loca, de entrada con mis palabras:
—Quiero ofrecerte. Quiero follarte y quiero mirar.
Jud asiente. Se acalora. Le gusta lo que oye. Lo que propongo.
Está caliente y receptiva, y una vez que me hace saber que desea disfrutar de lo que le he propuesto, nos marchamos de allí. Nos vamos al Sensations.