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Pasan los meses.

Raquel y Juan Alberto se casan. Organizan una fiesta por todo lo alto en Jerez, en Villa Morenita, y lo pasamos muy bien. Especialmente mi pequeña, que sabe sacarle todo el jugo a la vida.


A nuestro regreso a Múnich, continúo trabajando duro. Müller requiere mucho tiempo y dedicación, y no sé si es porque soy padre o por qué, pero ahora me esfuerzo más. Mucho más.

Judith vuelve a montar en su Ducati. Me angustia verla, pero sé que hacerlo es parte de ella y que no la puedo coartar. También instaura en casa el «sábado del cocido madrileño», una especialidad que Simona está aprendiendo a cocinar, aunque todavía no le sale como a Judith. Ese día, la casa se llena de familia y amigos. Todos quieren disfrutar de esa comida que a mi mujer le sale de lujo, y la casa que un día fue gris y sombría, gracias a mi española ahora es un hogar lleno de risas, ladridos, voces y alegrías. Muchas alegrías.

Un domingo en el que tenemos invitados en casa, aparece Björn con Agneta. Nuestro amigo se ha comprado un coche, algo que lo apasiona, y quiere enseñárnoslo.

Nada más ver quién acompaña a Björn, la cara de mi mujer se contrae. No soporta a la presentadora de la CNN, pero, queriendo ser justo con mi amigo, e ignorando los gestos de mi pequeña, los invito a ambos a entrar en nuestro hogar. Hay que ser corteses, y más tratándose de Björn.

Una vez en el salón, presento a Agneta a nuestros invitados. Ella es la típica mujer que yo nunca querría a mi lado, por diferentes razones, pero es a Björn a quien le tiene que gustar, no a mí.

Más tarde, mientras algunos de los presentes se hacen fotos para subir a su Facebook con la popular presentadora, observo a Björn sonreír por algo que le dice Judith.

¿De qué le estará hablando?

Conociéndola, seguro que se está metiendo con Foski, a quien ahora también llama caniche estreñido.

¡Me parto con mi mujer! Lo que no se le ocurra a ella no se le ocurre a nadie. Entonces de pronto oigo que alguien dice:

—¡Hombre, pero si es el mismísimo James Bond!

Al mirar, me doy cuenta de que quien ha hablado es Mel, la mujer que conocimos meses atrás, el día del parto de Judith, y que hoy es una de sus mejores amigas.

Divertido, observo la cara de Björn. Esa mujer guapa y morena le desagrada, no comenzaron con buen pie, y él replica dispuesto a molestarla:

—Vaya…, vaya…, pero si es Superwoman.

Divertido, los observo aguardando la reacción de la heroína, cuando ella, a diferencia de lo que esperaba Björn, pregunta con gesto divertido:

—Ostras, ¿cómo me has reconocido?

Su respuesta saca de sus casillas a mi amigo. Lo conozco. Está acostumbrado a ser él quien lleve la batuta con las mujeres en todos los aspectos, incluidas las bromas, pero con ella no puede. No puede, y eso lo desespera.

Jud y yo nos miramos.

Nos hace gracia la guerra dialéctica que se traen, y más cuando Mel le suelta que ha venido de incógnito para salvar al mundo de un espía que está al servicio de la Inteligencia británica.

Judith se parte. Yo también.

Mi amigo me busca con la mirada y, con un gesto, le indico que se relaje. Entonces se acerca a mí.

—No puedo con ella. Pero ¿qué hace aquí?

Le entrego una copa tratando de no sonreír, y él gruñe:

—No sé qué te hace tanta gracia.

Incapaz de no reír, lo hago y, cuando él coge la copa, respondo:

—¿No decías que te gustaban las mujeres que te sorprendían? Pues mira, creo que Mel ¡te sorprende!

Björn resopla, blasfema incluso, y al ver a Judith reírse con Mel, musita mirándome:

—Como diría mi padre, Dios las cría y ellas se juntan.

Vuelvo a reír, no lo puedo remediar, pero entonces se oye el ruido de un vaso al romperse. Rápidamente miro a nuestro alrededor mientras oigo el llanto de un niño. Lo localizo enseguida. Quien llora es Sami, la hija de Mel, y, seguido por Björn, me dirijo hacia la pequeña, que se cae al suelo tras un mal gesto de Agneta.

Pero ¿qué hace esa imbécil?

Björn, que ha visto lo mismo que yo, sin mirarme, recoge a la niña del suelo, momento en el que Mel llega hasta nosotros y le quita a su hija. Björn vuelve a agacharse y coge la coronita rosa de la pequeña del suelo.

Molesto, miro a Agneta. He visto cómo ha hecho perder el equilibrio a la chiquilla y, sin ganas de crear mucha polémica, le digo:

—Podrías tener más cuidado con la niña, ¿no crees?

Esa idiota, por no decir otra cosa, no responde. Tan solo se toca el vestido y suelta:

—Ha sido sin querer.

No la creo, he visto lo que ha pasado y, mirando a Mel, me alegra ver que ella no se ha dado cuenta o, sin duda, aquí se liaría una buena.

La pequeña se ha cortado en un dedito con los cristales del vaso roto, por lo que digo dirigiéndome a Mel:

—Ven. En la cocina la podremos curar.

La joven asiente. Me sigue, como me sigue Judith, y allí, entre mimos, la curamos. La niña rubita es una ricura y sus pucheros me llegan al corazón. Sin tiempo que perder, saco del botiquín una caja de tiritas, pero Mel me mira, me guiña el ojo e indica, abriendo su bolso mientras la niña sigue lloriqueando:

—Gracias, Eric. Pero Sami espera una tirita mágica.

—¿Tirita mágica? —pregunto sorprendido.

Mel asiente. Judith sonríe. Estoy perdido.

—¿No conoces las tiritas mágicas de princesas? —insiste Mel.

Niego. En la vida he oído eso, y mi mujer afirma divertida:

—Oh, sí…, ¡son increíbles!

—Buenísimas —asegura Mel.

—¡Tenemos que comprar! —dice Jud con convicción.

No las entiendo.

Pero ¿de qué tiritas hablan?

Aunque, al ver la caja de tiritas de princesas que saca, asiento. Cuánto me queda por aprender en relación con los niños, y sonrío cuando oigo a Mel decir, mientras le coloca una tirita rosa a su hija:

—La Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, ¡tachán…, chan… chan!, para no volver más.

Y, como si un arcoíris de colores hubiera aparecido en la cocina, la rubita deja de llorar para regalarnos una preciosa sonrisa.

—Toma nota, Iceman —me dice Judith—. Cuando Eric crezca, te tocará a ti.

Afirmo con la cabeza. Sin duda tengo mucho que aprender todavía.

Una vez que la crisis ha pasado y la niña vuelve a ser todo sonrisas y alegría, regresamos al salón, donde Björn, al vernos entrar, se agacha para estar a su altura.

—¿Cómo te llamas? —le pregunta.

Vaya…, una bandera blanca entre mi amigo y la madre de la pequeña; esta responde a su manera:

Prinsesa Sami.

Todos sonreímos, la niña es graciosísima. Y Björn, que sigue con la coronita rosa en la mano, se la enseña y pregunta:

—Esto seguro que es tuyo, ¿verdad?

Sami asiente, se la quita de las manos, se la coloca sobre su rubia cabecita y todos oímos que dice:

—Soy una prinsesa.

Acto seguido, y sin esperarlo, la preciosa prinsesa le da un sonoro beso a mi amigo en la cara que veo que lo deja descolocado.

Ese gesto nos hace reír a todos y, minutos después, cuando la pequeña se marcha a jugar, Mel se preocupa por Björn, que, al ayudar a la niña, se ha cortado también en la mano. Entre protestas, mi amigo se deja curar, y cuando veo que aquella le pone una tirita rosa, me río. Y vuelvo a reír. La cara de Björn es para grabarla. Sin duda esa mujer lo sorprende.