El edificio de cristal, en el que se encontraba el cine Symra, destacaba junto al nuevo centro comercial que estaba un poco más allá. Cato Isaksen vio la señal amarilla y roja de la gasolinera desde muy lejos. Dos hombres montados en una furgoneta descargaban un contenedor de recogida de ropa. Una bolsa de ropa usada cayó sobre el asfalto. La gasolinera de Shell estaba justo detrás del aparcamiento, pegada a las vías del metro. Entró y encontró un lugar para aparcar en la segunda planta. Junto al lavadero de uralita, perteneciente a la gasolinera, estaba la entrada al taller, detrás de un gran contenedor de basura verde. Un cartel decía: Servicio rápido de cambio de aceite. Decidió ocuparse del chico primero. Podía esperarle en el coche mientras pasaba un momento por la tintorería.
Dan sintió un tirón en la nuca cuando levantó el brazo para quitar un trozo de tierra de los bajos del coche. Había llamado a Jonas. Se quedó mudo cuando le contó lo que había pasado. Todo lo del día anterior pareció desaparecer y dejar de tener importancia. Jonas prometió que iría. Su voz sonaba fría, pero iba a venir. Tenían que ir a la tintorería y pedir a Birgit que les dejara mirar en el libro de recogidas. Dan había estado suficientes veces en la tintorería como para saber que apuntaban los nombres de todos los clientes. Encontrarían el maldito nombre del cabrón del BMW. Le encontrarían antes que la policía. Podía oír la voz de su madre en su interior: Un cliente de la tintorería, nada más, uno que estaba descontento con algo. Recogió unas camisas esta mañana. Eso es todo. Una de ellas seguía manchada. ¡Las cosas no son lo que parecen! Maldita sea, ¡ni hablar! ¡Y una mierda! Las cosas eran lo que parecían. De pronto notó que algo se movía y levantó la cabeza. Creyó reconocer los grandes pies que se veían entre el muro y la carrocería del coche. ¡Frank! Dio un paso atrás y miró por la abertura. No era Frank y tampoco Jonas. Era el policía de antes.
El aire estaba cargado del olor espeso, graso y dulzón del aceite. El local situado detrás del lavadero tenía los muros desnudos y una solitaria bombilla en el techo. Cato Isaksen vio el rostro sudado de Dan Glenne Andersen a través de la estrecha abertura.
—¿Puedes subir un momento, Dan? —dijo.
La pequeña escalera de metal resonó bajo sus pies. Dan se quedó mirándole, como si fuera su enemigo.
—Entiendo que esto es difícil, Dan. Tu tía tiene muchas ganas de que vayas a casa, y los de la policía podemos ayudarte para que tengas con quien hablar. Alguien que entiende de situaciones de crisis.
—No, no quiero ir a casa. Quiero que me dejen en paz.
La luz entre amarilla y verdosa de la bombilla le hacía parecer aún más pálido.
—Si quieres, podemos llevarte con tu padre —Cato Isaksen puso la mano sobre su brazo. Las comisuras de los labios de Dan se levantaron con una sonrisa vacía y desganada—, de todas formas tenemos que ir a la escuela de jardinería para hablar con él. Solo voy a acercarme antes un momento a la tintorería para hablar con la mujer de Frank Willmann. ¿No habrás sabido algo de tu padre?
Negó con la cabeza, tenía ganas de decir que no podía más, pero en su mente había un pequeño carro de combate. Era negro y duro y tenía una larga nariz de Pinocho en lugar de metralleta. Podía imaginar a su padre encendiendo una hoguera. No sabía si tendría ánimos para volver a la escuela de jardinería.
—No quiero ir con mi padre. No me ha llamado, no me molestes más.