Cato Isaksen recibió el aviso de la centralita de guardia a las 09:08. Estaba sentado, golpeándose el labio con la punta de un bolígrafo cuando le llegó el mensaje. Marian acababa de meterse en su despacho. Se levantó de golpe, sintió que su pulso se aceleraba y salió al pasillo camino del despacho de Marian. La voz de la central de guardia repitió la información de forma breve y concisa. Exactamente a las 09:06 un comunicante anónimo había dejado un mensaje en una llamada realizada desde una de las cabinas del centro comercial de Lambertseter. La persona en cuestión había dicho que había visto a un hombre llamado Klaus Bjone salir corriendo del bosquecillo la noche en que Vivian Glenne fue asesinada. Vestía un jersey rojo y llevaba una pala en la mano.
Marian lo acompañó de vuelta al despacho. Una breve búsqueda aclaró que Bjone vivía muy cerca del lugar del crimen. Tenía sesenta y tantos, sin antecedentes pero con alguna multa por exceso de velocidad sobre su conciencia. Trabajaba en el campamento militar de Lutvann, era masón, estaba casado y tenía una hija y una nieta.
Cato Isaksen la miró:
—Es comandante y trabaja para los Servicios de Inteligencia. Las fuerzas noruegas destinadas en Afganistán son su especialidad. Este es un hombre que sabe de guerras, Marian.
—¡Este es el tipo que estamos buscando! ¡Por fin sucede algo! —Marian cerró la boca.
Un funcionario de uniforme les trajo la grabación, se inclinaron sobre la mesa y escucharon.
Un hombre llamado Klaus Bjone es el asesino de Vivian Glenne. Vive en la calle Konvall 139. Lo vi salir corriendo del bosquecillo aquella noche. Vestía un jersey rojo y llevaba una pala en la mano. Y una cosa más, debéis investigar su coche, no el BMW, porque lo ha escondido, sino el jeep.
—Joder, Marian. El que llama parece tener treinta y tantos años. Le tiembla un poco la voz. Vámonos ahora mismo, maldita sea.
—La voz está impostada —Marian se puso las manos en la cintura—, ¿por qué habrá esperado tres días a denunciar esto? A lo mejor es un vecino, o alguien así, alguien que no quiere que Bjone sepa que ha dado el chivatazo. Bjone tiene que ser el hombre del coche oscuro. El Sr. X.
—¡Nos vamos! ¡Ven! —Cato Isaksen agarró las llaves del coche—. Comprobaremos el registro de Tráfico por el camino —hizo un gesto con la cabeza al policía de uniforme—. ¡Saca a Roger Høibakk de la sala de interrogatorios! —pidió—. Infórmale inmediatamente de la situación.
Cato Isaksen tamborileaba con los dedos sobre el volante cada vez que tenía que ceder el paso a vehículos o personas. Marian iba en el asiento del copiloto con el móvil pegado a la oreja. El coche de policía camuflado cruzó la ciudad a toda velocidad camino de Lambertseter. Había poco tráfico.
—Bjone es propietario de un BMW X5 —dijo Marian girándose hacia él.
—¡Muy bien, demonios! —Cato Isaksen se distrajo un momento y tuvo que hacer una maniobra para esquivar a una mujer con un cochecito de bebé que cruzaba la calle.
—Un BMW X5 —dijo Marian—. ¡Puede decirse que el Sr. X tiene un X5!
Se dio la vuelta y cogió el portátil del asiento trasero, lo puso en su regazo y se conectó a la red de la policía. Introdujo su usuario para hacer una búsqueda más detallada.
—Ha estado destinado en Líbano como soldado, Cato, pero trabaja en la sede de los Servicios de Inteligencia. Se ocupa especialmente de los veteranos —añadió—, lo utilizan como experto en casos en los que exsoldados han denunciado al Estado y a Defensa.
—¡Es interesante! —Cato Isaksen cruzó el puente del metro—. Si el ADN del lugar de los hechos resulta proceder de este comandante, habremos resuelto el caso. ¿Puedes llamar a Marie Sagen? ¡Dejaremos libre a Willmann! No he hecho la cuenta exacta, pero las 72 horas que podemos retenerle han pasado de lejos. ¡Mierda! Espero que no nos cause problemas. Estoy seguro de que el fiscal de la policía opina que ya deberíamos haberle dejado salir el sábado. Pero ahora tenemos una nueva pista; un hombre que viste un jersey rojo y tiene un BMW. ¡Un guerrero!