Jonas Tømte tenía una sensación desagradable. El miedo provocaba en él un sentimiento oscuro. Dan iba a destrozarle. Cuando le pegó una paliza al profesor la primavera pasada, se había asustado de verdad. Siempre decía: no se lo digas a mamá. Había algo en Dan que no estaba bien. La certeza de lo que quería hacer ahora, plantar pruebas contra el hombre del BMW, lo aterrorizaba.
Dejó el ciclomotor donde solía, bajo la ventana del dormitorio de su abuela, y comprobó que estaba completamente sorda. Su rostro se reflejaba en el cristal de la ventana. Los ojos eran agujeros profundos, se le marcaban los pómulos. Parecía una calavera. Podía ver a Vivian. ¿Qué había sucedido en realidad junto al invernadero? Tomó aire, pero era como si sus pulmones se comprimieran al instante. Podía ser Colin, como creía Dan. Pero también podía ser Bjone. Jonas sospechaba que Vivian había mantenido una relación con él. Instintivamente sabía que Dan también estaba al tanto. Pero, entonces, ¿por qué habían arrestado a Frank?
Dan deslizó la mirada por la pared hacia la gran ventana del salón. El abedul del jardín reflejaba sus hojas en la superficie del cristal. Siempre tenía la sensación de encontrarse en un campo minado cuando acompañaba a Jonas a casa. Solo había estado allí algunas veces. En ese mismo momento vio al padre de Jonas detrás de la ventana. El profesor de Lengua leía sentado muy cerca de ella. Estaba pálido y tenía muchas arrugas. Llevaba gafas de montura de acero y la camisa blanca abotonada hasta el cuello. Tenía la cabeza hundida entre los hombros. Había tenido a Jonas a los 52 años y llevaba corbata incluso ahora, en pleno verano. Nunca subían a la cocina ni al salón, se quedaban en la planta sótano. No conseguía apartar la mirada del padre de Jonas. Dan tenía la esperanza de que el profesor Tømte no hubiera visto que iban dos en el ciclomotor, y esperaba no tenerle como profesor en el instituto.
Un círculo de rayos de sol se abría paso entre las ramas y entraba por la ventana de Jonas. Se conectaron como Thio y Amadeus y jugaron a World of Warcraft. Dan se inclinó hacia la pantalla. La guerra se desarrollaba en una calle de una ciudad. Cuando estalló una bomba, el metal de la carrocería del coche se ablandó, se arrugó y se desprendió en pequeños fragmentos. El sonido hueco de la bomba inundó la habitación. Rieron cuando las gaviotas se despellejaron vivas y se deslizaron ensangrentadas por el techo de cristal y el canalón. Por un momento el dolor había desaparecido, pero volvió con una especie de seguridad despectiva. Te conozco.
Entró un mensaje en el móvil de Dan. Lo levantó y observó la pantalla.
—La tía Rita —murmuró y vio a su madre en breves flashbacks. Su manera de reír, cómo fumaba y apaga el cigarrillo. Y cómo dejaba los juguetes de los pequeños en un revoltijo en el suelo.
—Seguro que Bjone no ha dejado ni un rastro —dijo Dan—. ¿Viste el equipo militar que tenía en el coche?
Jonas asintió. Notó que algo le hacía cosquillas en las profundidades del estómago. Él también quería esto. Ahora todo había cambiado. Me limitaré a hacer lo que Dan quiera, pensó. Podía oír cómo su padre caminaba por el piso de arriba y levantó la cabeza.
—Ojalá Colin fuera mi padre —dijo de pronto.
Dan sintió una breve felicidad. Se prendió en él una luz, antes de perder intensidad poco a poco y desaparecer del todo.