Marian agarró la chaqueta de piel, que estaba sobre el respaldo de una silla, y fue hacia el coche. Juha y Birka estaban en las escaleras viendo cómo se alejaba. Se puso el cinturón de seguridad. Acababa de comerse un bollo reseco que Juha había comprado, pero no había tenido tiempo ni de probar el café.

Dio marcha atrás deprisa. Pensó en algo, un pequeño fragmento de una certeza que al momento se le escapó. ¿Se trataba de un acto de maldad o de angustia? ¿Era una venganza o tenía que ver con el análisis de ADN? Nadie sabía que ya habían hecho el análisis de ADN, que Ellen había tomado las muestras esa misma mañana, solo Roy. ¿A quién se parecía realmente ese niño? Desde luego que a Roy Hansen no. ¿Quién había dicho algo de ese niño? ¿Era Frank Willmann? Sí, era él. La verdad es que son muy diferentes esos tres chicos. Dan será hijo de su padre y Kenneth se parece a Roy, pero ese pequeño llorón…

Se estremeció y aceleró, pasó por delante de Holtet y giró hacia la derecha, en dirección a Lambertseter. La guardería no estaba muy lejos de la estación de metro. Sabía dónde estaba el edificio alargado de madera pintada de rojo.

Entró a toda velocidad en el aparcamiento que había delante del edificio de dos plantas de la guardería y frenó de golpe junto al taxi. La arena y la gravilla que cubrían el asfalto salieron disparadas. Bajó del coche. El sol del atardecer cubría con una franja horizontal la valla de madera pálida. Un cartel decía: La Gominola. Primer ciclo: 0 a 3 años. Roy Hansen estaba con dos mujeres desconocidas y con Rita Glenne, que sostenía el manillar de un cochecito que estaba vacío. Kenneth estaba colgado del brazo de su padre y agitaba una flor de papel.

Rita Glenne se giró hacia ella empujando el carrito.

—¿Tienes hijos? —gritó—. ¿Tienes alguna idea de lo que estamos pasando? Puede que haya sido Birgit Willmann —movía el carrito adelante y atrás con gesto frenético.

Marian no escuchó bien el nombre de la cuidadora de la guardería que había entregado a Sebastian, era Anne o Live.

Roy Hansen tenía aspecto de estar deshecho. Se zafó de Kenneth.

—¡Sebastian no tiene ninguna abuela por parte de madre! —gritó—. Puede que sea Birgit, pero nunca la he visto con sombrero.

—Llevaba sombrero en la ceremonia conmemorativa —dijo Marian dándole la mano—. Pero ¿qué pasa con tu madre? Tú tienes madre.

—¡Pero no ha sido mi madre! —gritó.

—Fui corriendo a casa de los Willmann en cuanto Roy llamó, pero nadie me abrió —lloró Rita Glenne—. ¡Tú no tienes hijos!

—No tengo hijos —dijo Marian en tono tranquilizador e hizo una señal a la empleada rubia de la guardería—. Cuéntame brevemente lo ocurrido —le pidió mientras la otra profesora rodeaba con el brazo a Roy Hansen.

—Creo que no tenía coche —la mujer de las pequeñas gafas redondas temblaba—, pero no lo sé. Se llevó a Sebastian en brazos y desapareció. Vestía un abrigo beige con forma de capa, guantes de flores y un sombrero blanco de verano. El abrigo estaba lleno de manchas. Podía tener sesenta y tantos años, o tal vez más. Sí, probablemente más. No pude ver bien el color del pelo. Toda la mujer parecía gris, completamente corriente —añadió.

Marian la observaba. Completamente corriente.

—¿Cómo era de alta, gorda, delgada? ¿Algún rasgo facial especial?

—No sé, tal vez… No lo recuerdo. No me fijé en nada en especial. Estaba agotada después de un día con cinco niños de un año. Normalmente son diez, pero como estamos en época de vacaciones… hoy solo estamos trabajando dos. La ayudante se fue a casa muy poco antes de que llegara la mujer.

—¡Danos tu número de móvil! —ordenó Marian.

Kenneth se sentó en el suelo con su pequeña mochila delante. La abrió y metió dentro la flor de papel.

El móvil de Marian vibró. Era la central de operaciones. Se alejó unos cuantos metros. La voz le informó de que la madre de Vivian Glenne había fallecido cuatro años antes. Marian pidió dos coches patrulla y buscó con la mirada el coche de Cato Isaksen. Ya debería estar allí.

—Daremos instrucciones más detalladas —dijo Marian.

Rita Glenne se estaba poniendo histérica.

—Ya hemos dicho que Sebastian no tiene abuela por parte de madre. ¡Mi madre murió!

Marian pidió a las empleadas de la guardería que se ocuparan de ella y de Kenneth, y le hizo un gesto a Roy Hansen para que la acompañara hasta el coche.

—Siéntate —dijo abriendo la puerta. Una vez dentro empezó a interrogarlo—. Intenta calmarte, encontraremos a Sebastian. Pero ahora tienes que pensar: ¿quién puede haber ido a buscarlo? Olvídate de por qué, solo piensa en personas.

—Pero no tengo ni idea. La única que se me ocurre es Birgit —siguió con la mirada a su cuñada y a su hijo, que eran conducidos hacia el interior de la guardería.

En ese mismo instante llegó a la explanada el coche de policía camuflado de Cato y Roger, y Marian se volvió a bajar del coche. Roy Hansen hizo lo mismo y se quedó indeciso junto al vehículo.

Cato Isaksen y Roger Høibakk se apresuraron en dirección a Marian, que informó a Cato de que había pedido dos coches patrulla.

—Tenemos que buscar por el vecindario —dijo ella—. Ya sabes que he intentado plantear el asunto del archivo de casos antiguos. Podemos obtener muchos resultados si relacionamos casos cerrados con otros nuevos.

—¿De qué habría servido en este caso?

—No podemos saberlo. Si hubiéramos podido conectarnos y comprobar sobre la madre de Roy, Birgit Willmann y todas las viejas del vecindario… No tengo ni idea, pero urge encontrar detalles. Klaus Bjone también tiene una esposa, ¡y estaba cabreado!

Cato Isaksen se acercó a Roy Hansen. Un insecto con aspecto de mosquito subía por su brazo pecoso.

—Tengo tres hijos, Roy —Cato Isaksen apoyó el peso de su cuerpo sobre la otra pierna—, sé cómo lo estás pasando. Quiero que vengas conmigo a casa de tu madre.

—¡Ella no tiene nada que ver con esto!

—Iremos de todas formas —dijo con firmeza—. Siéntate en mi coche —levantó la cabeza—. Marian, tú te ocupas de los Willmann. Si no quieres ir sola, espera a que llegue uno de los coches patrulla. Roger, quédate aquí —miró a Marian—. Estamos ante un astuto hijo de puta. Y no consigo ver la conexión. Me estoy devanando los sesos. ¿Qué demonios puede significar esto? Marian, ¿qué dices?, tú que presumes de intuición y entiendes a los asesinos.

Marian le miró.

—La mujer de Bjone —repitió—. Pero puede que tenga menos de 60 años.

—Parecía frágil, puede parecer mayor si se esconde bajo un sombrero —continuó Cato—. La infidelidad de su marido puede haber sido el factor desencadenante.

—Roger, cuando lleguen las patrullas, te vas a casa de Bjone en una de ellas. No llames antes de ir. El otro coche que se quede dando vueltas por la zona buscando al azar.

—Comprendido —dijo Roger Høibakk pasándose la mano por su cabello oscuro.

Marian derrapó por la curva abierta y se incorporó al tráfico. Era la hora tranquila de la tarde. Vacaciones y poca gente en la carretera. Eran las 16:41. La prensa no debía enterarse de la desaparición, aún no. Tal vez hubiera una explicación lógica para todo. Bueno, eso no era posible desde el momento en que alguien se había hecho pasar por la abuela de Sebastian. En el estrechamiento del puente del metro tuvo que detenerse para dejar paso a un coche que venía de frente. Siguió a toda velocidad, pasó la gasolinera Shell y el centro comercial y se desvió a la derecha hacia la urbanización de chalets adosados. Pensó en lo que Cato había dicho, eso de comprender al asesino, y sintió la necesidad de beber algo.