Una ráfaga de aire desgarró la superficie del agua. Frank Willmann dejó caer el sedal. Llevaba el torso desnudo. El aire frío le provocaba piel de gallina. Los músculos descansaban como bolas sobre sus antebrazos, pero la piel que los rodeaba se había hecho demasiado holgada. Miró en dirección a Colin. No habían dedicado ni una palabra a hablar del secreto. Pero creía que Colin le entendía. No le diría nada a la policía. Si le cogían, sería una tumba. Tal vez seguían siendo amigos porque ya no eran vecinos. No era algo que tuviera ganas de detenerse a analizar. Una vez al año salían juntos de pesca, pasaban tres o cuatro noches en una tienda de campaña y eso era todo. El barco iba hacia la orilla. Entre las piedras redondas el agua olía a podrido. Colin filmaba el movimiento de los remos con una pequeña cámara. El perro estaba sentado, muy firme, en la proa. Frank observaba la herida que Colin tenía en la frente. La costra se estaba cayendo.
—Tendrías que haberte presentado. Estuve tres noches en una celda. Es lo peor que me ha pasado. Tres noches durmiendo sobre un colchón, un agujero como retrete. ¿Qué fue lo que te pasó? —indicó la herida con un gesto.
—Nada, una piedra que asomaba en el lugar equivocado —le miró—. Medicina legal. Si yo no voy ni a mi médico de cabecera… Siento que hay malas vibraciones en el aire. Como hace un rato, cuando vimos dos víboras venenosas. Me pondré en contacto con Dan en cuanto todo esto se haya tranquilizado. Ahora, rememos hasta la orilla.
Frank Willmann recogió el sedal vacío y sacó una cerveza de la mochila.
—Lo siento, me hace falta.
Arne Colin Andersen dio un fuerte impulso con los remos y levantó la mirada hacia el cielo.
—Si no llueve más, la presa puede resistir —recogió los remos, se asomó por la borda, juntó sus manos y se echó agua fría en la cara.
El barco siguió deslizándose.
—Tengo media botella de licor en la cabaña. Te la daré.
Roger Høibakk estaba en el coche patrulla junto con su colega uniformado y miraba fijamente hacia las ventanas vacías.
—¿Puede que Bjone haya querido vengarse de Dan por lo de la tierra? ¿O se habrá vengado su mujer por su infidelidad? ¿Es Bjone el padre de Sebastian? ¿Es el asesino, a pesar de todo? —se respondió a sí mismo—: Es demasiado rebuscado.
Seguía vigilando la ventana del salón mientras permanecía en contacto con la central de alarmas. Le dieron nuevos datos sobre Klaus Bjone. Había estado en Líbano como soldado, pero ahora trabajaba en el servicio de inteligencia y era responsable de los veteranos. Había aportado una serie de informes periciales en relación con casos en los que exsoldados habían demandado al Estado y a Defensa. También había actuado como perito en los tribunales, por parte de Defensa. Pensó que debía tratarse de un problema de seguridad pública. Estar en los dos lados a la vez.
No oyó ningún ruido más, solo el zumbido del tráfico en el exterior. Marian subió sigilosa la escalera con el rostro levantado, como si se estuviera preparando para lo que pudiera encontrar. Todavía apretaba en la mano la foto de los niños. Si Frank Willmann era el padre de Sebastian, podía ser la razón por la que Birgit le hubiera secuestrado. Eso podía resultar muy peligroso. Los pensamientos se sucedían a gran velocidad.
En el pasillo había una especie de aparador sobre el que habían colocado montones de figuritas de cristal con formas de animales en distintos tamaños: caballos, perros, gatos y conejos. Y un tigre, más grande que el resto de las figuras, además de un elefantito. Marian recordó el duelo que pasan los elefantes cuando pierden una cría; manadas enteras de elefantes podían acercarse a los poblados si alguien había matado a uno de ellos. Las personas lo malinterpretaban, creían que buscaban venganza, pero solo querían ver al fallecido y decirle adiós. Cogió la figurita del tigre. El anciano de la playa en Corea, aquel sobre el que había leído en los papeles de su adopción, le había dado el nombre de Puño de Tigre.
Birka salió por una puerta entornada. Debía de tratarse de una habitación para invitados. Dejó la figurita sobre el aparador y se asomó. La perra olisqueó el aire y la miró. En el centro de una cómoda blanca había unos prismáticos. Se dio la vuelta despacio y sintió que el horror se deslizaba por su espina dorsal. El sms que Frank había recibido de Vivian Glenne. Tú, viejo cerdo mirón, no tienes nada que reprocharme. Un mensaje bien claro.
La cortina estaba cuidadosamente echada. Marian la abrió y miró hacia la casa de color verde claro. En el jardín estaba Dan, sentado en el balancín oxidado. Echó un vistazo rápido al reloj. Ya eran las 17:35.
El dormitorio también estaba ordenado y limpio, con una gran cama de matrimonio cubierta con una manta blanca, mesillas de noche blancas y una ventana que daba al parque infantil. Justo enfrente había una farola, seguramente para dar luz en invierno. Dejó la foto de los niños sobre la colcha, echó una mirada por la ventana y abrió el armario; había camisas, un par de trajes y unos vestidos bastante sosos colgados en fila.
Birka se frotó contra su pierna, y Marian se agachó para acariciarle la espalda de forma instintiva. Una intuición repentina hizo que volviera a marcar el número de Frank Willmann, pero recibió la misma respuesta automática. Entonces se dejó caer de rodillas y miró debajo de la cama.
Cato Isaksen se detuvo, dejó que Roy Hansen se apeara y siguió a gran velocidad en dirección a la calle Konvall.
Roy Hansen entró en el salón. Rita Glenne fue rendida a abrazarle y él se agarró a ella sollozando.
—¿Qué es lo que está pasando, Roy? —Lloró—. ¿Cómo va a terminar esto?
—No lo sé, Rita.
Cato Isaksen había pedido que le diera una foto de Sebastian. Roy se soltó y empezó a rebuscar. Tiró de algunos cajones. Por algún lado tenía que haber una foto de Sebastian con Vivian, hecha por un fotógrafo en el centro comercial, cuando bautizaron a Sebastian. Y es que a Sebastian lo habían bautizado por la Iglesia, al contrario que a los demás hermanos. A Vivian de pronto le había entrado la manía de querer bautizar al pequeño, y luego habían comido en la mesa del salón bien puesta, con la madre de Roy y con Rita. No era una gran familia, y ahora faltaban dos. Se derrumbó, cayó de rodillas y se quedó mirando el dibujo de la alfombra pequeña y gastada.
Había varias cajas, cajas bonitas y una vieja maleta marrón. Marian sacó la primera de las cajas. Era bastante plana y estampada con flores plateadas. La abrió y se encontró con un montón de muñecas de papel, clasificadas según el color del pelo y el tamaño. Las delgadas prendas de papel tenían presillas cuadradas en los hombros. Levantó una y le dio la vuelta. Las muñecas estaban pegadas a un cartón para hacerlas más rígidas y todas tenían un nombre escrito por detrás. Marian las dejó en su sitio y cogió la foto de una niña sonriente y desdentada que llevaba un vestido blanco de verano y calcetines blancos con bailarinas negras.
Vio al instante que era la misma niña que la de la foto anterior. La niña tendría unos tres años y llevaba un gran lazo en el pelo. En otra foto aparecía el chico. ¿Eran el recuerdo de dos niños ya fallecidos? ¿Birgit Willmann había sido madre? Si ese era el caso, ¿qué había sido de los dos niños?