Jonas agarró con fuerza el manillar y pensó en ambos padres, el de Dan y el suyo propio. La mediana de la autopista estaba flanqueada por árboles de troncos raquíticos. Había circulado sobre todo por carreteras secundarias. En algunos lugares el asfalto estaba resquebrajado. Pero ahora había vuelto a la autovía. Llevaba a Sebastian en la mochila portabebés. Había colocado al niño vestido de rosa pegado a su cuerpo, se puso un chubasquero y subió la cremallera hasta dejar al niño medio cubierto. Era la chaqueta que utilizaba para navegar. La chaqueta era demasiado fina, hacía frío e hilos de lluvia hacían que le escociera la cara. La ropa de la nieta de Bjone le había resultado útil. La ropa de niña estaba en el petate que había en el coche de Bjone. Lo había cogido por instinto, como si, inconscientemente, hubiera pensado que tenía que robar algo, cuando por fin habían conseguido colarse en el garaje. Todo el asunto era una locura, pero ¿qué no haría uno por su padre? Dan había intentado salvar a Colin. Jonas recordaba cómo el suyo le había dado dolorosísimos tirones de orejas cuando era pequeño. Le tenía miedo. Te quedas sin paga, castigado sin salir, saca buenas notas, pórtarte mejor y pide perdón. No quería seguir siendo el perro que come de la mano de su amo. No le gustaban los perros. Pasaban muy pocos perros por su lado. Estaba prohibido que los ciclomotores circularan por las autovías, pero el casco preservaba su identidad.
Cato Isaksen se saltó el semáforo en rojo a toda velocidad. En el retrovisor podía ver la luz desgarradora del resto de los coches patrulla que le seguían. Y seguro que detrás de ellos iba la prensa. El sonido de las sirenas se convirtió en una alarma en su cabeza. En el asiento del copiloto iba Roger informando de forma telegráfica a la comisaria.
—Sí, es un punto de inflexión. La central de alarmas está informada. Vamos hacia la casa. Te mantendremos informada.
Cato Isaksen dio un volantazo para colocar el coche en el carril izquierdo, y siguió en dirección a Ekeberg.
—Lo primero que vas a hacer cuando lleguemos, Roger, es hacer una foto a la abuela y enviársela a la empleada de la guardería.
Roger no decía ni una palabra, estaba como paralizado. No era propio de él, pero a Cato Isaksen le venía bien. Pensaba. Intentaba construir una secuencia imaginaria de los hechos, pero el caso era complejo y lioso y todo apuntaba en distintas direcciones. ¿Había asesinado Jonas Tømte a la madre de Dan? ¿Había secuestrado a Sebastian? ¿Era el padre de Sebastian?
Dan esperaba en la calle. Los coches de policía frenaron de golpe. Se convirtió en un escenario de luces azules y mucho ruido. Cato Isaksen salió disparado del coche y fue corriendo hacia él mientras los demás entraban en la casa. El investigador le agarró por los hombros.
—No veo la relación, Dan, ¿cuál es la relación?
—¡No lo sé! ¡Pero tenéis que dejar a mi padre en libertad!
—¿Dónde está Jonas Tømte?
—Jonas está en Hvaler. Pero su abuela está en casa y no puede quedarse sola en casa. La abuela tiene que haber ido a buscar a Sebastian a la guardería. Tiene Alzheimer. Jonas le tiene miedo a su padre. Jonas tiene muchas ganas de hacer algo de lo que su padre se pueda sentir orgulloso, pero no quiere estudiar Derecho. Jonas quiere diseñar juegos de ordenador y pescar.
Otro coche patrulla se detuvo detrás de los otros dos. Un policía se cuidaba de que la prensa se mantuviera alejada. Cato Isaksen entró corriendo en la casa.
Ojalá Jonas y toda su maldita familia se murieran. Jonas se había acercado a Dan cuando estaban en cuarto, desde su barrio pijo hasta la maldita casa verde claro. Se había ido a casa con él al tercer día de clase, un pequeño mago que se había llevado un poco de soledad y luego se había quedado. Pero su madre dijo que Jonas no quería estar con él, sino con ella. Sin Jonas, Dan no era nadie. La realidad no tenía sentido, todo era lo contrario de lo que estaban pensando. En su interior se había repetido una y otra vez que nada era cierto.