Los coches patrulla estaban aparcados en fila en la calle. Dos fotógrafos apretaban el disparador sin parar. La luz de sus flashes brillaba en implacables fogonazos iluminando las gotas de lluvia que caían de lado por el aire y rebotaban contra el asfalto.

—¡Malditos periodistas! —gritó Cato Isaksen frenando de golpe en la entrada. Roger llegó corriendo. Cato Isaksen se bajó del coche a toda velocidad. Asle y Randi estaban en el recibidor. Marian salió cerrando la puerta del coche violentamente.

—Hemos encontrado algo más, jefe —dijo Roger Høibakk encendiendo la luz del recibidor—. Mira, un e-mail impreso no enviado y escrito la misma noche en que mataron a Vivian Glenne. Un par de horas o tres antes. Estaba arriba, en el salón, junto a un par de libros de texto, sobre un escritorio. A mí me da la impresión de que lo ha redactado un adulto. El agua caía por el canalón. Cato Isaksen se acercó la hoja de un tirón.

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Bandeja de borradores

Jueves, 14 de julio 18:04

¡Besas como el mismo diablo! ¡Pero te detesto! Porque ahora sé que yo no era el único, éramos muchos. Estoy helado, como si me estuviera pudriendo por dentro. ¡Deseo que todo te salga mal!

He llorado por primera vez desde que era niño. Te quería para mí solo, para siempre. Ahora parece estúpido, pero yo deseaba que fuéramos tú y yo. Te reíste cuando te lo dije, pero yo pensaba que estaríamos juntos tanto tiempo que yo me encogería y me quedaría calvo, y tú tal vez enfermarías. He soñado con eso, porque así estarías atada a mí.

¿Por qué tengo que comer de tu mano como un perro que adora a su amo? Vas muy escotada y llevas zapatos de tacón, o botas altas, y te embadurnas de maquillaje. La diferencia de edad lo hacía aún más emocionante, pero, en realidad, no tengo mucho más que decir. Es evidente que para ti todo esto no significaba nada.

Recuerdo la primera vez. Empujaste el parque del niño hasta pegarlo a la pantalla de la televisión. Estábamos en diciembre. A día 5, para ser exactos. En la programación infantil emitían un nuevo episodio de «El calendario de Adviento». El número 5 brillaba cubierto de purpurina roja. Tu hijo estaba allí plantado, con el chupete puesto, mirando fijamente el televisor. Entonces nos fuimos corriendo al cobertizo. No había nieve, pero la hierba sin cortar estaba amarilla y cubierta de escarcha.

El vaho escapaba de nuestras bocas, y el olor a madera mojada excitaba mi nariz. En una estantería desordenada había una manta de lana verde que extendiste por el suelo. Sobre mi polla deslizaste un aro de goma negro con pinchos. Todos los hombres sueñan con una mujer como tú.

Puedo ver cómo te mueves. Vista por detrás eres un poste, alta y delgada, con las piernas largas y estrechas caderas de chico. Pero, cuando te giras, aparecen tus pechos grandes y tu vientre un poco redondeado. No eres guapa, tus rasgos son demasiado bastos y tu nariz grande, pero eres sexy.

Me utilizaste. No he olvidado lo que me contaste de tu primer novio; dijiste que el sexo no era gran cosa, pero era secreto y estaba prohibido, y encendía en ti una llama que buscas constantemente para volver a prenderla. Las escenas histéricas que montaba tu madre, casi de opereta, le añadían emoción.

Me lo explicaste exactamente así. Tu madre está muerta, y tú perteneces a un taxista. Creo que eres de primera clase, pero las cosas no salieron bien.

Cato Isaksen levantó la mirada.

—¡Joder! ¡Esto tiene que haberlo escrito Axel Tømte! ¡El padre de Jonas! Va a ser él, ¡mierda! Hablé un momento con él por teléfono en relación al interrogatorio de su hijo —Cato Isaksen miró a sus colegas—, un hombre alto y delgado con gafas de montura de acero. Estuvo en la ceremonia de Vivian Glenne. ¡Me cago en la leche! Hemos estado mirando en la dirección equivocada todo este tiempo. Ha habido demasiados frikis alrededor. ¿Y se puede saber en qué mierda de invernadero ha sucedido todo esto? ¿Han seducido a Axel Tømte en el cobertizo de Vivian Glenne? Podría ser cierto, dice que fue antes de Navidad y Sebastian tiene diez meses. El mensaje no ha sido enviado. Los técnicos han investigado todos sus correos, los que había borrado, también. El caso es que nunca recibió este.

Marian cogió aire. Tenía razón en eso de los frikis. Todo lo de Birgit y Frank Willmann había sido un elemento de distracción. Tenían algo oscuro que ocultar y eso les había desconcertado.

—Supongo que no envió el e-mail y, en lugar de eso, se encontró con ella cara a cara, a la entrada del bosque —dijo Cato Isaksen pensando en lo que antes le había dicho Dan. Jonas tiene miedo de su padre, porque nunca podrá darle lo que quiere. Jonas quiere ser alguien de quien su padre se sienta orgulloso.

Dan apareció de pronto, como si se hubiera materializado de la nada, aún con la gorra tapándole la frente.

—¿Qué habéis encontrado? —preguntó mientras sentía la pistola rozar la piel de su estómago.

Cato Isaksen le devolvió la hoja impresa a Roger.

—Nada, Dan —le ahorrarían al chico oír hablar de más aventuras de su madre, demonios—. Randi, ¿te ocupas de Dan? ¿Sabes dónde está la cabaña de la familia Tømte, Dan? ¿Has estado en Hvaler?

Dan negó con la cabeza.

—Roger, ponte en contacto con la central y pídeles que averigüen dónde está la cabaña de Tømte. Asle, coge el otro coche. Tres hombres en cada uno. Apagaremos las sirenas y las luces azules cuando nos estemos acercando. Que no reciban ninguna clase de preaviso.

—Comprendido —dijo Roger Høibakk haciendo un gesto a Randi—. Tendrás que solicitar otro coche y llevar a la abuela a Urgencias Psiquiátricas.

—Sal y métete en el asiento trasero de mi coche, Dan —dijo Cato Isaksen—, y ni una palabra a la prensa.

Los perros se deslizaban por la orilla del río en la húmeda oscuridad, jadeando uno detrás del otro con las narices pegadas al suelo y el pelaje mojado. Los olores eran intensos. Como si la esencia de la tierra se hubiera abierto camino a través de la humedad, condimentada con el dulce aroma de la hierba y el musgo. El perro que iba delante olió algo en la hierba, un movimiento, y dirigió el morro hacia un animalillo que desapareció arrastrándose deprisa entre los rastrojos. El otro perro se quedó paralizado. Casi todo le era desconocido. Si sus sentidos ya estaban saciados, pronto volvería a la casilla de salida. Se dio la vuelta y miró hacia atrás. No venía nadie. Levantó las orejas y su boca se abrió dejando al descubierto sus afilados incisivos. Los perros se miraron y olfatearon el aire. Esperaron unos segundos. Interpretaron las señales que se estaban mandando. De nuevo el canto de un pájaro nocturno, agudo, partió el silencio en dos, como si fuera otra cosa. Los sentidos ordenaban las impresiones en orden cronológico, el ruido del arroyo, los golpes de las alas que se batían entre las copas de los abetos. Y el silencio que había detrás. ¡Y entonces llegó, repentino, ese sonido!