Marian no oía los latidos de su corazón, pero notaba cómo golpeaban su pecho. Había huellas en el barro. Se iban llenando de agua lentamente. Estaban mirando hacia la cabaña y Dan le gritó.

—¡Nunca antes había visto tanta agua aquí!

Ella berreó.

—¡Es tremendo!

Parecía que la presa iba a romperse en cualquier momento. El agua caía pesada. Una cuesta embarrada con las huellas de unas diez ovejas llevaba hasta el principio de la escalera. La conciencia de Dan captó de pronto un movimiento allá abajo. Tal vez solo fuera la puerta que no estaba del todo cerrada. El viento llegaba a rachas irregulares. La lluvia fría escocía en sus sienes. Temblaba de frío.

Cato Isaksen y cinco policías uniformados corrían hacia el interior del bosque. Ya había amanecido. Dos perros iban hacia ellos. Cato Isaksen se detuvo. Uno de ellos era la perra de Marian. Tenía que ser ella.

—¿Qué demonios haces aquí, Birka? —Se puso en cuclillas y la perra empapada gimió de alegría y se arrastró hasta él. Él rio y apretó su rostro contra el pelo húmedo, que olía fatal. Randi venía hacia él por el sendero—. ¡Randi! —Se puso de pie—. ¿Qué ha ocurrido?

—Nada, les perdí la pista. Jonas Tømte tiene que estar aquí, en alguna parte. Encontré a Birka un poco más abajo. Marian perdió a la perra el miércoles, cuando venía de Notodden.

—¡Mierda! —Cato Isaksen hizo una señal a los policías para que avanzaran—. Hacia el interior, hacia la presa —ordenó—. Seguimos adelante. Randi, ¿vienes?

Dan miraba fijamente la cabaña de tablones. Jonas estaba en la puerta con algo en los brazos que tenía que ser Sebastian. No podía ver si estaba vivo. Lo que sostenía tan solo parecía un bulto espeluznante, un poco más claro que el resto en la oscuridad gris. Las señales flotaban en su mente; visiones interrumpidas que no tenían sentido. Un momento de profunda angustia recorrió su cuerpo. Retuvo el aire y luego espiró despacio, notó que la presión de su pecho disminuía. Se dio la vuelta despacio hacia Marian Dahle, que estaba de espaldas a la escalera, y le preguntó si bajaban a echar un vistazo. Ella no sabía que Jonas estaba allí.

Jonas retrocedió un metro hacia el interior de la cabaña. ¿Habría encontrado Dan lo que había escrito? El correo sin enviar de la dirección s.f de Skogfinne. Él era un pionero finlandés, un gnomo en este universo de barro y lluvia. Pensó en el verano pasado. Se quedó hasta que sintió el agua más templada, luego se agachó y frotó sus antebrazos, antes de sumergirse del todo. Tan solo el zumbido de unas libélulas rompía el silencio. Las paredes se inclinaban hacia él. El techo se caía. Lo sentía así. Era un soldado. Colin era el asesino. Colin había matado a Vivian. Era imposible ganar si no tenías valor para ganar. Agarró la escopeta que estaba sobre el camastro y apretó al bebé contra su cuerpo. Tendría que matarlos. No solo a Sebastian, sino a la jodida policía y a Dan también. Sí, a Dan también. No entendía nada, ¡debía morir!

—¿Qué pasa, Dan? ¿Por qué me miras así? —Marian se dio la vuelta despacio. Pero la puerta de la cabaña estaba cerrada. Tenía pinchazos hasta en la punta de los dedos—. ¡Me asustas! —Más tarde recordaría la media hora siguiente como una pesadilla que no acababa nunca. El ruido del agua reventaba sus oídos. El sonido se convirtió en un zumbido oscuro. Recordó algo que un delincuente le dijo una vez durante un interrogatorio. Cuando las cosas son tan sencillas que la policía no las ve, entonces eres genial.

Dan golpeó de pronto, con el puño cerrado. Se dio la vuelta bruscamente y el puño volvía a estar ahí, directo a su cara. Su mandíbula crujió. Una certeza se abría paso por su mente. La sacudió como una descarga eléctrica. La sangre entraba en su boca. Se le nubló la vista. En cuanto recuperó la visión, volvió a estar ahí, la golpeó hasta que estuvo tumbada sobre el suelo húmedo y lanzó la pierna hacia él en un patético movimiento de karate.

No le alcanzó, se escurrió hacia atrás, casi se cayó, pero pudo volver a levantarse.

—¿Por qué? —gritó ella.

Él sacó un arma de la cintura del pantalón y la dejó en el suelo, se quitó la chaqueta y se pasó el jersey por encima de la cabeza. Marian miraba su torso rechoncho. Su piel blanca tenía un profundo rasguño que le cruzaba el pecho y arañazos en uno de los brazos. Era como si esta escena se estuviera desarrollando en otro lugar. Este era un número de escapismo disfrazado de otra cosa. Oyó su propio grito. La certeza esperó unos segundos en la lluvia que el viento arrastraba de lado. Dan se agachó, recogió el arma y la miró con la boca abierta.

—Mamá dijo que Jonas no quería estar conmigo, sino con ella. Si no hubiera sido por Jonas…, mamá estaría viva.

Marian hizo una maniobra rápida, se puso de pie, dio la vuelta y se tiró por la escalera. El ruido de sus pies resonaba sobre los escalones metálicos. Producían un eco entre el muro de cemento y la ladera de la montaña. El sonido del agua de la presa retumbaba. El miedo acariciaba su espalda.

Dan bajó tras ella. Agarró la barandilla con las dos manos y se dejó caer por los escalones de tres en tres, contó cuatro, seis, ocho escalones.

Marian miró un instante por encima de su hombro. La alcanzó cuando aún estaba por la mitad de la escalera. Se dio la vuelta y bajó despacio un escalón más, con los brazos por delante para protegerse.

—¡No hagas esto, Dan! ¿Por qué lo haces?

Él se detuvo.

—Sabes muy bien por qué. Mamá acusaba a Jonas de toda clase de mierda.

—¿De qué, Dan?

—¡No creo que se metiera en su cama!

—¿Qué has dicho, Dan?

Juntó los labios.

—Los padres de Jonas no deben saber que se follaba a mi madre —miraba algo que estaba detrás de ella mientras gritaba—. ¡Es solo eso!

Marian percibió un movimiento y se dio la vuelta. Jonas Tømte la estaba apuntando con una escopeta. No tenía cara, tan solo una superficie lisa y apretaba algo contra su cuerpo. Era Sebastian.

El agua hacia un ruido atronador. Marian miró a los chicos por turnos, giraba la cabeza de un lado a otro y sabía que su vida dependía de los tres últimos escalones.

—¡No bajes aquí! —gritó Jonas.

—Tiene a Sebastian —gritó Dan moviendo la pistola.

—Programé a mi abuela. ¡Ella lo recogió en la guardería! ¡Yo soy el creador de esqueletos! ¿Me entiendes?

Su cerebro estallaba. Dan sentía que la lluvia escocía la piel de su torso desnudo. Ya no eran amigos. Lo había sabido todo el tiempo, pero su cerebro había confinado esta certeza a la oscuridad. No quería entenderlo. ¡Joder! ¡No quería! Eso también.

Ella llevaba la pala —gritó Dan. El sonido del agua era un trueno constante—. Pegué una y otra vez. Pero yo no quería que muriera. Ella solo había ido a buscar una flor, pero fue culpa suya. ¡Se follaba a Jonas!

—Pero si estabas conectado al ordenador —gritó Marian.

—No te enfades, ¡todo el mundo me grita! El cura dijo: no temáis a los que matan el cuerpo. Ese soy yo, no me tengáis miedo. Utilicé el juego como coartada. El juego iba con piloto automático, alquilé un jugador. Se puede hacer si uno quiere librar una hora y volver sin desconectarse del juego. Thio jugaba contra Lethe.

Jonas miraba más allá de Marian, hacia Dan, y empezó a desplazarse despacio por el saliente del muro. Las cosas cambiaron en la parada del autobús, cuando Dan le contó lo de la prueba de ADN… Sebastian iría al agua, se iría flotando en la masa de agua marrón y atronadora. Vivian le había llamado asqueroso salido. Si sus padres se enteraban, todo se habría estropeado. Para siempre.

Mientras los chicos se miraban, Marian puso con mucho cuidado las manos en torno a la barandilla y se alzó despacio. Tenía que conseguir coger la pistola. El domador debe ir directamente hacia el foco de la pista, ser visible y no tener miedo. Cuanto más débil pareces, más peligroso eres. Se dio la vuelta y miró hacia atrás un instante. Jonas había vuelto a levantar la escopeta. Los chicos estaban allí, al borde de la presa, uno abajo y otro encima de una escalera metálica, enfrentados, como dos vaqueros del oeste que fueran a tener un duelo. Jonas dejó a Sebastian sobre el cemento, apoyó la escopeta contra su mejilla y cerró un ojo. El hermanito llevaba una chaqueta rosa y pantalones, y estaba descalzo. Dan levantó el brazo y apuntó a Jonas con la pistola.

Dan bajó la mirada hacia Jonas. Jonas sonreía, sus dientes destacaban por su blancura, como si tuviera nieve en la boca.

—Así que no era tu padre, Dan —gritó—. Colin no era el asesino.

—Fui yo —gritó Dan mientras veía que Sebastian empezaba a gatear alejándose de Jonas hacia el borde de la plataforma de cemento.

Marian levantó las manos.

—¡Dan! ¡Tienes que salvar a Sebastian! No os libraréis si me matáis a mí. Cuando lleguen los análisis del lugar del crimen, os relacionarán con todo. Os tomarán muestras. ¡Os descubrirán!

Jonas miró a Dan y gritó.

—¡Nos la cargamos! Desaparecerá en el agua —la escopeta vibraba levemente junto a su mejilla.

—Te tiraremos al río después —gritó Dan—. Jonas y yo somos del mismo equipo.

Sebastian estaba junto al borde. Estaba de rodillas, con las manos extendidas al frente e intentaba ponerse de pie. Jonas se dio la vuelta y levantó una pierna, pero volvió a darse la vuelta de golpe.

—¡Dan! ¡Sebastian! —gritó Marian.

Sonó un disparo. Retumbó. Una sordera repentina y total se apoderó de Marian. Ningún sonido se abría camino. Sebastian cayó de lado. Era Jonas quien había disparado. Dan estaba en el mismo lugar.

El sonido del agua había desaparecido. Solo quedaba la lluvia que caía y golpeaba movida por el viento.

Dan apretó el dedo sobre el gatillo y volvió a retumbar. Jonas se derrumbó con la escopeta encima.

Dan tiró la pistola y se lanzó por la escalera. Marian fue corriendo, cogió la pistola y la levantó. Dan corrió por el muro de cemento, saltó sobre Jonas, que gemía en posición fetal, y llegó hasta Sebastian, que en ese mismo momento estaba a punto de caer rodando por el borde. Se abrió hacia el vacío, como si pudiera volar. Era demasiado tarde, un cuerpo, un borde, un lago, un niño que ya era pasado.