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Veinticuatro horas antes de desaparecer

No tardaron en instalarse en la terraza del bar ubicado en la plaza donde residía Sara. Alargaron el aperitivo del mediodía con la comida y el café, tenían tantas cosas que contarse, que cuando quisieron darse cuenta les quedaba el tiempo justo de prepararse para la presentación. Entre risas accedieron a la casa de Sara, aún les faltaba pasar por la ducha y acicalarse para el gran acontecimiento.

De camino a la sala donde tendría lugar el evento, Edna conoció a las amigas de Sara. Congenió bastante bien con la La Jerezana, una mujer que desprendía alegría por doquier y eso mismo era lo que necesitaba, disfrutar durante unas horas y olvidarse de los problemas, bastante era cargar con ellos durante la semana.

El tiempo de espera lo dedicaron a tranquilizar a su amiga, aunque no era la primera vez que presentaba ante el público una nueva obra, los nervios se apoderaban de ella, la idea de que no fuese bien acogida la mantenían en un estado de inquietud constante.

Tal como había previsto Edna, el recibimiento por parte de los lectores fue un éxito total. Con los nervios aplacados, se despidieron de los allí presentes para dar comienzo a su noche de chicas. Unas horas que le sirvieron a Edna para evadirse de la monotonía que la envolvía cada día. Pusieron punto y final de madrugada.

Un nuevo día amaneció y la tristeza invadió tanto a Sara como a Edna, les quedaban escasas horas juntas, la hora de la partida marcaba el punto de inflexión hasta un nuevo encuentro.

Optaron por invitar a La Jerezana a comer con ellas, la velada se prolongó tanto que un mínimo descuido hubiese obligado a Edna a permanecer una noche más en Valencia. Gracias a la habilidad al volante de La Jerezana, llegó justo a tiempo de subirse al tren, lo que provocó que la despedida con ellas fuese efímera.

Con la respiración acelerada por la carrera, localizó el vagón correspondiente, accedió a él segundos antes de que las puertas se cerrasen y ponerse en marcha. Ubicó la maleta en el portaequipajes que daba acceso a su coche, buscó el asiento asignado por la compañía y se dejó caer rendida. Le llevó varios minutos reponerse de la fatiga.

Una vez recuperada, buscó los auriculares entre las decenas de cosas que abarrotaban el bolso, sonrió al escuchar el característico sonido de un nuevo mensaje. Con la idea de que se trataba de Sara para despedirse otra vez, se hizo con el móvil, la tonta sonrisa volvió a adueñarse de ella al comprobar que el remitente no era su amiga, sino Jabel.

Durante el fin de semana no se olvidó de él y aunque menos asiduos, intercambiaron mensajes. Pasó los siguientes minutos hablando con él, interesándose ambos por cómo habían transcurrido sus días. Edna relató lo bien que le había venido ese viaje exprés y Jabel comentó el estrés al que se vería sometido en pocos días; la Navidad estaba a la vuelta de la esquina y, por desgracia, los delitos aumentaban. Se lamentaba porque no tendría tiempo de conocerla en persona si no era ese fin de semana.

Un impulso la hizo salirse de sus costumbres, no era asiduo en ella quedar con desconocidos; pero algo le decía que no debía tener miedo de él, que —hasta el momento— en cada conversación telefónica e intercambio de mensajería, Jabel le había demostrado ser un hombre de bien.

Mandó el mensaje sin pensar en nada más, aquella noche la única consecuencia sería abrir, otra vez, su corazón. En él le decía su intención de quedar a su llegada, que tenía ganas de conocerlo en persona, que a esas alturas de la relación necesitaba ver los gestos a la hora de expresarse y cómo se comportaba ante su presencia.

✓ ¿Cómo va el viaje? ¿Cansada?

Una tonta sonrisa se le instaló en el rostro, la preocupación que demostraba comenzaba a gustarle, hacía años que un hombre no se interesaba por su bienestar, aunque a decir verdad, Edna estaba convencida de que jamás había recibido aquella atención.

Acodada en la barra de la cafetería del tren, pensó que solo se había enamorado una vez o eso creyó mientras duró su única relación. Una vez finalizada comprobó, con pesar, que aquello no era ese sentimiento del que todas sus amigas hablaban, jamás había sentido esas mariposas en el estómago cuando lo veía y tampoco contaba las horas que quedaban para volver a verlo. Quizá lo suyo fue un mero encaprichamiento, dejarse seducir por el chico más guapo del grupo.

Recordó con tristeza el día que lo conoció, estaba en casa ultimando los detalles para salir, aquella noche era especial, por primera vez su hermana la invitaba a salir con sus amigos. Al ser la pequeña, la diferencia de edad las alejaba más que las unía.

A su corta edad no discernía con coherencia, en aquella época lo único que a Edna le interesaba era salir cada fin de semana y pasarlo bien, esa noche prometía ser tal como lo había ideado decenas de veces en su cabeza.

Resultó mucho mejor de lo esperado, al llegar al bar donde se encontrarían con el resto de amigos, Juan ya estaba allí. Las miradas entre los dos volaron toda la noche, incluso su hermana llegó a amonestarla por fijarse en un hombre que le superaba en edad. Hizo oídos sordos de su consejo, con los años comprendió que, de haber sido más inteligente, se habría ahorrado muchos disgustos.

Sacudió la cabeza para eliminar los amargos recuerdos provocados por una relación tóxica de más de diez años. La cual, lo único que le aportó, fue aprender a resurgir de sus propias cenizas al despojarla incluso de su personalidad.

Parpadeó un par de veces, no deseaba derramar más lágrimas, bastantes había dejado escapar ya. Llevaba años lejos de la manipulación de Juan, gracias a su tenacidad logró recomponer los estragos causados y, en esos instantes, se consideraba una mujer con voz y decisión propia. Esa mala experiencia vivida fue lo que la impulsó a desconfiar del sexo opuesto, pero Jabel, con su infinita paciencia, le demostraba que no todos eran iguales.

✓ Con muchas ganas de que acabe el viaje.

Respondió sin pensarlo porque era verdad, era la primera vez que sentía esos nervios previos antes de una cita, la idea de que no rodase bien el encuentro no le pasó por la cabeza, si congeniaban bien hablando e intercambiando mensajes, lo harían mucho mejor en persona.

✓ ¿Cuánto te queda para llegar?

✓ Casi estamos en Alicante. Estaremos unos diez minutos parados allí y después una hora más de trayecto.

✓ ¿Has pensado lo que te he dicho antes? Puedo recogerte en la estación, tengo ganas de verte.

Meditó la petición, ella también tenía ese ímpetu de tenerlo frente a frente.

✓ Necesito pasar por la ducha para despejarme.

✓ Puedes hacerlo en mi casa o podemos ir a la tuya, pero así estaremos juntos más tiempo. ¿Qué me dices? ¿Te van las aventuras?

Nunca había sido muy aventurera, lo mismo fue esa falta de iniciativa, no tener cada instante planeado lo que la llevó directa a los brazos del hombre equivocado, pero se había acostumbrado a esa nueva vida.

Percibió como el tren reducía velocidad hasta el momento exacto de detenerse. Con premura abonó la cuenta de la consumición tomada, recorrió los vagones que la separaban del suyo y sin pensarlo, asió la pequeña maleta y descendió del tren sin intención de regresar.

✓ Veo que no te ha gustado la sugerencia porque no has contestado.

Leyó una vez en la puerta de la estación.

Sin tiempo que perder, dedicó los siguientes segundos a contestar.

✓ Mira si me ha gustado que estoy en la puerta de la estación a la espera de que me recojas.

✓ Dame diez minutos. Te prometo que no te arrepentirás de la decisión tomada.