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Siempre le habían parecido inhóspitos los hospitales, le daba igual estar en la sala de espera, en el pasillo o en una de las cientos de habitaciones que componían los enormes edificios, todo el conjunto era blanco y carecía de calidez. Los meses pasados con su padre hicieron que Edna los aborreciese definitivamente; pero el siempre puñetero destino, la había llevado a visitarlos dos veces en el mismo mes.

Pulsó el botón de la moderna cama para subirla y quedar sentada, quería ver si de ese modo espabilaba. Odiaba estar adormilada más tiempo del necesario, con los días de cautiverio tuvo más que suficiente. Miró a ambos lados de la habitación y agradeció estar sola, necesitaba analizar todo.

«Jabel García», repitió en su interior.

El frío se apoderó de ella presto, le heló cada vello y hueso del cuerpo. Hasta ese momento las facciones de su rostro se habían difuminado, pero su memoria comenzaba a despertarse del letargo en el que había estado sumida y, poco a poco, le mostraba los característicos rasgos de él; los carnosos labios, las facciones endurecidas y esos iris azabaches que eran capaces de leer cualquier pensamiento.

Con movimientos suaves estiró el cuello para intentar despejarse, la medicación administrada vía intravenosa no le concedía un momento de introspección. No reparó cuando el sueño la venció.

La escasa luz predominaba la estancia al despertar, ya nada le extrañaba, los días de encierro le sirvieron para adaptarse a vivir en la penumbra. Estiró el cuerpo y un agudo dolor le hizo emitir un quejido. Desde que estaba allí había descubierto músculos de su anatomía que ni sabían que existían, pero —en esos momentos— cada uno de ellos se quejaba con insistencia por ser sometidos a tanta presión.

Con pesadez logró sacar las piernas de debajo de las sábanas, aunque a simple vista podía considerarse un leve movimiento, para Edna significó tener que hacer un sobreesfuerzo. Descansó unos segundos antes de atreverse a mover la espalda, si las piernas estaban tan castigadas, no deseaba imaginar qué sería del resto de ella.

A tientas llegó hasta el minúsculo baño, con desplazamientos calculados se desnudó. Comenzó por asearse el rostro, le urgía deshacerse del olor a sexo que le impregnaban las fosas nasales, trayendo cada recuerdo de la última sesión en la que fue sodomizada.

Tanteó cada centímetro del baño en busca de la ropa, no halló nada, ni una simple camisola como últimamente le hacían llevar. Desechó la idea de colocarse lo del día —o mañana, no sabía bien— anterior. De hacerlo, lo único que lograría sería revivirlo todo otra vez. Regresó al camastro desnuda.

Obvió la silueta de la bandeja que había encima de la mesa, intuyó que él había accedido al cuarto mientras seguía dormida para llevarle algo de comer. El estómago lo tenía demasiado revuelto como para alimentarlo. Los efectos de las drogas todavía eran latentes en su sistema nervioso, aunque sí tomó un gran trago de la botella de agua que había pegada al camastro.

Sin otra cosa que hacer, optó por cerrar los ojos, cuanto más tiempo estuviese dormida menos dedicaría a atormentarse. De inmediato unos iris negros le hicieron compañía. Durante el sueño tuvo la sensación de estar en movimiento, ese vaivén que se produce cuando viajas en la parte trasera de un vehículo la sumió en una somnolencia aún más profunda.

Se sobresaltó al percibir lo gélido que estaba el colchón. Le aterró no ver nada, era la primera vez que aquella oscuridad se apoderaba de ella. Prestó atención al percibir el característico sonido del tren al desplazarse por las vías. Llevó las manos a los ojos y comprobó que una venda los cubría.

Parpadeó en repetidas ocasiones, la visión borrosa le impedía enfocar y ver con claridad qué le rodeaba. Apoyó las manos en el suelo, se horrorizó al descubrir la sangre que las cubría, pero más le sorprendió encontrar un trozo de papel a su lado.

Con gran esfuerzo se puso de pie al descubrir que se trataba de un billete de tren. Dando bandazos, avanzó hasta a alcanzar la estación que consistía en una pequeña plataforma adoquinada. Llegó justo en el momento que el tren hacía su entrada.


Sara era presa de la desazón. Las horas pasaban y Edna no mejoraba. En el trayecto en la ambulancia hasta el hospital, llamó a Jacobo para ponerlo al tanto. Se había marchado pasadas las nueve de la noche, uno de los dos debía de estar con las niñas, pero le prometió regresar una vez se durmiesen para que no pasase por el mal trago sola. Pasaba más de una hora de medianoche y seguía sin saber nada de él.

Deambuló por los pasillos, de aquel modo intentaba serenarse. Lo había llamado en innumerables ocasiones sin resultado, incluso contactó con sus padres para cerciorarse de que había llegado bien. Al saber que no había estado en casa, la idea de que algo le hubiese pasado se apoderó de ella. Marcó de nuevo su número de teléfono y la locución de móvil apagado o fuera de cobertura le contestó de inmediato.

Salió a la puerta de urgencias con la idea de verlo llegar. Entendía que Latorre no estuviese con ella cuando le había prometido que se marchaba a casa porque tenía que realizar un par de llamadas, pero no su marido.

—Familiares de Edna Cortés, pasen por información de familiares número cuatro —escuchó por megafonía.

El joven médico que le había dado la nefasta noticia la esperaba sentado. Tomó asiento con indecisión, otra mala noticia y sería a ella a quien tendría que atender. Laxó los hombros al escuchar que Edna se encontraba fuera de peligro y que en breve la trasladarían a planta. Con aires renovados abandonó la pequeña sala a la espera de ser avisada.

Con sumo cuidado se coló en la habitación donde su amiga dormía. Le extrañó encontrarla sentada en la cama, pero la vio tan relajada que optó por no molestarla. Se acurrucó en el incómodo sillón que cada cuarto disponía para las visitas. El cansancio pudo más que sus pensamientos y la sumieron en el sueño.

El ajetreo de las enfermeras la desveló. Estiró el cuello antes de incorporarse, lo tenía engarrotado por la mala postura. Se cercioró de que Edna proseguía dormida antes de dejarla sola, necesitaba contactar con su marido o se volvería loca.

No había recorrido ni la mitad del largo pasillo cuando lo divisó, sin pensarlo corrió a su encuentro y no paró hasta llegar a su lado.

—Tranquila, cariño, estoy bien. Ya te he dicho que me quedé sin cobertura nada más recibir la llamada de mi jefe. Lo siento mucho —se disculpó Jacobo una vez que estuvieron en la cafetería.

—No vuelvas a hacerme esto, lo he pasado francamente mal.

—¿Has visto las noticias? —preguntó él para desviar el tema, no deseaba mentirle más de lo que ya hacía.

—No. ¿Qué pasa?

—Han encontrado los cadáveres del inspector García y de Latorre.

Sara se llevó las manos a la boca para evitar el grito, no deseaba asustar al resto de clientes que a esas horas abarrotaban el local. No sentía ninguna lástima por el policía y en parte por el detective tampoco. Saber que, en todo momento, la había engañado para que lo llevase hasta Edna seguía enfureciéndola.

Escuchó atenta la explicación de Jacobo y las supuestas hipótesis que se decían sobre el doble homicidio. Sí sintió lástima por la hija de Latorre, hacía poco que había perdido a su madre, también asesinada, y ahora debía decirle adiós a su padre en las mismas circunstancias. Pensó en sus niñas y el llanto se descontroló. Acompañada por Jacobo, regresó a la habitación.


Edna abrió los ojos, recordar esa parte de su cautiverio hizo que se sobresaltara. Miró desconfiada hacia la puerta al escucharla, creyendo que aún seguida apresada. Le tranquilizó encontrarse con el conocido rostro de Sara, aunque le puso nerviosa ver la súplica que gritaba su mirada.

Esperó paciente a que Sara entrara, pasados los segundos y comprobar que no tenía intención de moverse del lugar, preguntó:

—¿Vas a pasar o te vas a quedar en la puerta?

—Lo lamento. —Fue lo primero que dijo—. No sabes cuánto lo siento.

—Tú no tienes la culpa de nada.

—No estoy tan segura de eso.

Con tacto le narró todo lo descubierto la tarde anterior. Cuando percibía que su amiga se alteraba, cesaba en la narración y se dedicaba a consolarla. Lo último que le contó fue lo recién descubierto.

—Desde el primer momento no te fiaste de Latorre y estabas en lo cierto. Lo único que hice fue llevarte de nuevo a su lado. No sé qué hacer para que puedas perdonarme.

—Sara no tengo nada que perdonarte. —Al ver que eso no bastaba, añadió—: Además, ya ha pasado todo y gracias a ti, estoy aquí. —Señaló la habitación.

Sara conectó el televisor a media mañana, no tardaron en enfocar la vista en la pantalla. En ese preciso momento, las noticias daban paso a narrar la muerte del inspector García y la del detective Jayden Latorre. La presentadora no omitió detalle de la doble vida que ambos llevaban.

Sara seguía en trance. Esa misma mañana dos viandantes alertaron a las autoridades para dar el aviso de la presencia de dos cadáveres en un jardín cercano a su residencia. La identificación por parte de uno de los agentes reveló que se trataba de ellos, la policía seguía con la investigación para averiguar qué había ocurrido esa madrugada.

—Ya ha acabado todo —comentó Sara a la vez que apagaba el televisor.

—Gracias a Dios —respondió Edna recostándose con una media sonrisa provocada por la tranquilidad que sentía.


De pie en la estación del Norte de Valencia, ambas amigas se despedían al igual que hicieron casi un mes atrás, aunque la diferencia era que esa vez iban con tiempo.

—Llámame cuando llegues a casa —solicitó Sara.

Hacía dos días escasos que a Edna le habían dado el alta, y era hora de volver a su hogar y a su vida. Tuvo que suplicarle a Sara para que le dejase hacer el trayecto de regreso en tren, no deseaba que se expusiera a la carretera para llevarla.

—Descuida —respondió Edna dándole un último abrazo.

—De verdad que no nos importa llevarte —insistió una vez más su amiga.

Edna miró a Jacobo y le agradeció con la mirada el gesto.

—No es necesario, ellos ya no pueden hacerme nada —objetó.

Sujetó el asa de la pequeña maleta para ponerla en movimiento. Caminó con decisión por el andén hasta localizar el vagón correspondiente. Alzó la mano y saludó por última vez a su amiga, sabía que pasaría una larga temporada antes de que se reencontraran.

Localizó su asiento y le impactó descubrir quién sería su compañera de viaje; una sierva de Dios.