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26 de noviembre de 2017
Aprovechó para enviar el mensaje mientras Jabel se metía en la ducha, descartó el ruego de hacerlo juntos con la excusa de que tenía que llamar a casa para informarse del estado de salud de su madre.
Sin dejar de observar la puerta, tecleó el lugar dónde irían a comer, no le había costado convencerlo de visitar un restaurante que le habían recomendado. Sabía que el dueño le prestaría la ayuda necesaria para huir.
Aceptó el beso que le dio cuando salió y le cedió el puesto. Interpuso el neceser entre ambos cuerpos al ver sus intenciones, no estaba preparada para sentirlo una vez más dentro de ella sin aquella blanca sustancia, bastante había tenido con el polvo mañanero, ya que no pudo escabullirse para esnifar una raya.
Siempre había odiado las drogas, pero al que pensar que tenía que vender su cuerpo para salir de aquello, fue lo que la llevó a pedirle a Jacobo que le administrase lo suficiente para pasar el fin de semana. Pensaba que bajo los efectos de la cocaína no tendría reparos de llegar hasta el final si él lo solicitaba, aunque tenía claro que después de eso, no volvería a probarla.
Echó el pestillo nada más cerrar la puerta, abrió el grifo para encubrir el sonido al esnifar el par de rayas preparadas. Pasó el índice por la nariz para deshacerse de los posibles restos.
—Si no tardas demasiado, podemos hacer en casa algo de tiempo.
Mordió el labio inferior con rabia, el hombre no había tenido suficiente con cuatro asaltos que solicitaba otro más. Miró la pequeña caja metálica, si repartía bien el contenido le daba para un par más. No tardó en prepararlas y esnifarlas.
Lo agarró de la mano al salir del portal, de aquel modo, evitaba que él se fijase en los temblores que la asolaban. No estaba acostumbrada a consumir y los efectos eran demasiado palpables. Caminaron las pocas calles que los separaban de su destino. Edna soportó las caricias que le prodigó recordándose que en breve finalizaría aquel calvario.
No le devolvió la sonrisa al camarero que les sirvió las bebidas. Aquella era la señal de que todo estaba preparado. Sorbió a pequeños tragos su bebida sin dejar de observar cada uno de los movimientos de Jabel que casi había acabado con la suya de un trago. Tuvo que esperar a que trajesen los entrantes para que él comenzase a sentirse mal.
—No tienes buena cara, ¿te ocurre algo? —preguntó melosa sin dejar de observarlo.
Conocía los efectos de la Escopolamina, los había suministrado tantas veces para secuestrar a jóvenes, que aquellos sudores y mirada perdida le advertían que la víctima estaba lista.
—No me encuentro bien.
—¿Quieres que llame a tu hermana?
La noche anterior había descubierto que vivía en el mismo edificio y que era enfermera.
—Ya se habrán ido, comen todos los domingos en casa de sus suegros.
—Pues entonces mejor pagamos y nos vamos. Te vendrá bien descansar un rato.
Jabel asintió.
Edna lo obligó a mantenerse sentado mientras ella se acercaba a la barra y pagaba. Recogió las vueltas que le dio el camarero junto a unas llaves.
—Clío azul. Está estacionado en la calle de su casa.
—Gracias por todo.
Apresuró el paso, de no hacerlo, Jabel se desvanecería en plena calle y no deseaba llamar la atención de nadie. Lo tumbó en la cama justo en el preciso momento que los párpados le vencieron. Con premura recogió sus enseres. Cerró la puerta al marcharse. Una vez en el coche puso rumbo a Madrid; su próximo destino.
La noche caía cuando estacionó el coche en el interior del garaje. Estiró el cuerpo al bajar, los músculos le pedían un receso. Unas manos conocidas la sujetaron por la cintura al traspasar el umbral que la llevaba directa a la casa.
Toda ella se erizó al sentirlas recorrer cada parte de su cuerpo, cómo las había echado de menos esos dos días. La urgencia los llevó al cuarto.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —inquirió Expósito sin dejar de acariciarle la espalda desnuda.
—Sí, lo hemos hablado en innumerables ocasiones y es nuestra única salida.
—Mira que ellos no van a ser tan condescendientes como yo. No quiero que pases por esto, tú misma nos has visto y sabes cómo acaban las chicas. No quiero eso para ti.
—No te preocupes por mí, podré soportarlo. Además, estoy segura de que al ser yo, no me tratarán como a ellas.
Expósito no la contradijo, no deseaba alarmarla, sabía las ansias de sus dos socios porque llegase el lunes y hacer con ella lo mismo que hacían con las niñas.