10
—Ya está, cielo, estoy aquí. No te va a pasar nada.
Edna abrió los ojos confusa. Respiró con normalidad cuando al enfocar la vista el rostro preocupado de Sara no dejaba de escrutarla.
—¿Otra pesadilla? —cuestionó su amiga inquieta.
Edna asintió.
—¿Has recordado algo?
—No. Lo veo todo negro, siento mucho frío y me duele el cuerpo. Es tan real que aún perdura la sensación.
Sara la atrajo hacia a ella y la abrazó. Empleó la fuerza necesaria para calmarla sin llegar a dañarla. Llevaban dos días instaladas en su casa. Nada más llegar a Valencia llamó a su esposo para que fuese a recogerlas a la estación y, por el camino, habló con sus padres. Les suplicó que se quedaran con las niñas mientras Edna estuviese en la ciudad, no quería dejarla sola en un hotel, ella no deseaba regresar a casa para no preocupar a su madre enferma. Por ello, llevaba una semana a su lado y sabía de sus despertares.
—Creo que lo mejor será aplazar la reunión con Latorre, lo llamaré para quedar otro día —comentó Sara incorporándose.
—No, por favor, no la canceles —pidió Edna a media voz.
Sara tomó asiento en una esquina de la cama, le cogió la mano y apretó con suavidad.
—Cielo, no estás para hablar con él. Mejor quedamos mañana.
—Quiero acabar con esto cuanto antes y regresar a mi día a día.
—¿Estás segura?
—Sí.
Aunque a Sara no le parecía buena idea, no le quedó más remedio que claudicar. Si ella estuviese en su situación, sabía a ciencia cierta que también querría averiguar la verdad lo antes posible. Volvió a levantarse. No le hacía gracia dejarla en la habitación en aquella situación, a Edna le llevaba tiempo recuperarse, incluso en más de una ocasión, le había costado horas; no obstante, la reunión estaba establecida y si no se daban prisa no llegarían. Conocía a su amigo el detective y si no aparecían a la hora acordada no las atendería hasta otro día.
—Mientras que te duchas, estaré en mi cuarto. No eches el pestillo y si necesitas cualquier cosa, grita.
—Vale.
Edna esperó en la cama a que su amiga se marchara, no por vergüenza, en esos días juntas la había visto desnuda en innumerables ocasiones; pero quería poner en orden su mente antes de incorporarse, no era la primera vez que desfallecía si se levantaba enseguida.
El agua no arrastró la desazón que la embargaba, dejó que las lágrimas se entremezclaran, las retenía desde que se había despertado exaltada porque no quería asustar a Sara. Cómo decirle que había reconocido una de las voces en el sueño. No, no podía, ya que ni ella misma tenía claro si él estaba involucrado o se trataba de una mezcla de recuerdos.
La algarabía de la calle la recibió al traspasar el portón del edificio. La plaza ajardinada estaba atestada de gente, Edna tuvo que esforzarse para saber en qué día vivía. Al comprender que era sábado por la mañana, no le sorprendió que no quedase ni una silla libre en las terrazas de los bares.
A paso lento sortearon a los niños que correteaban y jugaban mientras sus padres charlaban sentados sin perderlos de vista. Cruzaron la calle y anduvieron unos metros hasta llegar a la boca del metro más próxima.
Edna quedó paralizada en el primer escalón, la sensación de reconocer el lugar se apoderó de ella. De inmediato su cuerpo comenzó a temblar.
Sara giró la cabeza para asegurarse de que la seguía, no era cuestión de perderla de vista en su situación. Se alarmó al no hallarla a su lado. Giró el cuerpo buscándola, iba a gritar su nombre cuando se le ocurrió levantar la mirada. Sintió pena por su amiga, que temblaba al igual que un flan al inicio de la escalera.
Apresuró la subida hasta colocarse a su lado y la abrazó.
—¿Qué ocurre? —inquirió Sara alarmada.
—Ya he estado aquí.
Sara sonrió.
—Claro, cielo. —Al comprobar la interrogación de su mirada, aclaró—. Conmigo.
Edna sacudió la cabeza.
—No.
—¿Cómo qué no? —Bromeó Sara para paliarle la angustia—. La tarde de la presentación accedimos al metro por aquí.
—Si la recordase por eso no tendría tanto miedo. En todo caso, sería un recuerdo feliz.
A Sara le extrañó la respuesta.
—Quizás sea otro acceso, son todos iguales. Pero es bueno que hayas recordado eso. Vamos o no llegamos. —La instó a caminar—. No te va a pasar nada. Recuerda que estoy contigo y no voy a permitir que te lleven otra vez.
Edna confiaba en Sara y si ella decía que a su lado estaba a salvo, no tenía por qué dudar de su palabra. Sin soltarse de ella, reanudó la marcha con más tranquilidad. El apoyo incondicional de su amiga era el bálsamo que necesitaba para librarse del caos en el que se había convertido su vida.
Optó por quedarse de pie una vez en el metro, la multitud a esas horas era increíble, no estaba acostumbrada a ese tipo de transporte ya que su ciudad no disponía. Lo usaba en las contadas ocasiones que visitaba Madrid. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar que allí mismo había comenzado su pesadilla. Siguió a Sara en cada cambio de metro que hacían hasta que al fin anunció su llegada.
Respiró el aire de la calle nada más subir a la superficie, desde su desaparición sentía claustrofobia por los sitios oscuros y sin ventilación. Desde su salida del hospital evitaba usar hasta el ascensor, prefería utilizar las escaleras.
Con lentitud observó la fachada del inmueble donde estaban paradas, se hallaban en el extrarradio de la ciudad y el edificio constaba de tres plantas.
—Es en la segunda —anunció Sara como leyéndole el pensamiento.
—Nos vemos arriba —comentó Edna al ver que su amiga se dirigía al ascensor una vez accedieron al edificio.
Sara sacudió la cabeza, por momentos olvidaba que había dejado de usarlos.
—Culpa mía. No sé dónde tengo la cabeza. —Se disculpó.
—No tienes que dejar de utilizarlos, no cambies tus hábitos por mi culpa.
—Me vendrá bien un poco de ejercicio. —Sara se puso frente a ella en el rellano de las escaleras y la sujetó por los hombros—. Si te hace sentir incómoda en algún momento, solo tienes que decirlo y nos largamos, ¿entendido?
Edna asintió.
Un hombre, que rozaba la cincuentena, las recibió. No había nada raro en su comportamiento ni en su recibimiento. Esperaba una persona excéntrica, quizás con pinta de ido, era lo que tenía ver tantas series americanas, los detectives privados que creaban tenían todos el mismo patrón.
Algo desilusionada entró en la vivienda que hacía las veces de oficina. De forma instintiva miró las paredes a la espera de encontrarlas repletas de estanterías llenas de libros, el desencanto se apropió de ella, el blanco resaltaba sobre los escasos muebles de madera que albergaba la estancia. Pronto comprendió que estaba frente a un hombre normal y corriente, incluso se atrevía a decir que solitario y para nada el ideal que ella tenía de aquella profesión.
—Latorre, ella es Edna Cortés, la amiga de la que te he hablado.
El hombre alargó la mano para estrechársela.
—Un placer conocerla al fin.
Edna aceptó el saludo, no sin antes dedicarle una mirada de reojo a su amiga, quien asintió ofreciéndole la tranquilidad que precisaba.
—Gracias por querer ayudarme —contestó.
—Me gustan los retos, y déjeme decirle que su caso será el mayor al que me enfrente en mi carrera hasta el momento.
No le agradó la explicación, no se consideraba el reto de nadie y menos de un desconocido, pero si quería llegar hasta el fondo del asunto tendría que conformarse.
—Tomad asiento, por favor.
Latorre indicó un par de sillas de distintos modelos que se encontraban delante de su mesa de trabajo. Sorteó el tablero y se sentó frente a ellas. Abrió el cuaderno y se hizo con un bolígrafo.
—Cuénteme qué recuerda.
Edna se frotó las manos antes de narrar lo mismo que le había contado a su amiga. Obvió decirle la revelación de esa mañana, aún no estaba segura de tener razón y no quiso levantar sospechas sin cerciorarse primero.
—Está bien —interrumpió Latorre—. El viernes 24 de noviembre viajó usted a Valencia para pasar un día con Sara. El sábado volvió a coger un tren de vuelta a casa y decidió bajarse en Alicante para quedarse con el tal Jabel. Recuerda haber estado con él durante la noche y parte del domingo hasta la salida del restaurante.
Edna asintió, lo había abreviado mejor que ella.
—Por un casual, ¿sabría decirme el nombre del restaurante?
—No.
—¿Y la zona?
—Sí, donde están todos los bares en el centro.
—Algo es algo. ¿Qué me dice de Jabel?
Lo miró desconcertada.
—¿Qué quiere que le diga?
—¿Cómo lo conoció? ¿Cuánto tiempo llevaban viéndose? Todos esos detalles.
Sara notó el desagrado que le producían las preguntas a su amiga.
—Cielo, dile todo. Si le ocultas algo, no podrá ayudarnos.
Sin otra salida, Edna no tuvo más remedio que relatarlo.
—Nos conocimos a través de una aplicación para solteros. Llevábamos semanas hablando por teléfono y WhatsApp, ese sábado fue la primera vez que nos vimos.
Vio el asombro en el rostro del hombre, cosa que le molestó.
—Aunque no creo que Jabel esté implicado, me trató como a una dama las horas que estuvimos juntos.
—Perdone que le diga esto Edna, pero los hombres con tal de salirse con la suya son capaces de hacer cualquier cosa.
—No comparto la misma opinión —objetó ella.
—La comparta o no, ahora mismo todo apunta a que él es el responsable de su desaparición y todo lo demás.
—Aquí el experto es usted, no yo. —Ironizó Edna.
—Exacto —afirmó él.