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Miró en rededor sintiéndose una completa extraña. Los agentes que había en la estancia la observaban con verdadera curiosidad, esa actitud lograba que Edna se sintiese más atípica de lo que en sí se sentía a diario. Tampoco ayudaba ver su fotografía en la entrada de la comisaría como si fuese una vulgar delincuente.
Aunque Sara intentó en innumerables ocasiones evitar que viese los noticieros, ella aprovechaba los momentos de soledad para encender el televisor y fisgonear lo que decían sobre su desaparición.
«La agente inmobiliaria, Edna Cortés, desapareció el pasado 25 de noviembre cuando regresaba en tren desde Valencia hasta Murcia. Las alarmas se dispararon el domingo a media tarde cuando, tanto su hermana como su amiga, denunciaron su desaparición. Fueron los trabajadores de Renfe quienes dieron el aviso el 3 de diciembre de que una mujer cubierta de mugre y sangre, coincidía con las características físicas que sus familiares y amigos habían descrito a la policía. A su llegada a Madrid una ambulancia esperaba para trasladarla al hospital y realizarle las pruebas médicas oportunas…».
A partir de ese momento los invitados al programa debatían decenas de hipótesis sobre su desaparición y todas coincidían en los motivos de la misma; por voluntad propia. Se acogían al hecho de que los resultados médicos demostraban que no fue violada ni forzada, pero sobre todo se basaban en la cantidad de estupefacientes hallados en sangre. No tardaba en desconectar el aparato para dejar de escuchar conjeturas sobre su ausencia porque ni ella misma recordaba qué había pasado en realidad.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó lo más bajo que fue capaz.
Su amiga le acarició el brazo para que se tranquilizara, la conocía y sabía que su estado de ansiedad aumentaba según avanzaba el segundero.
—El inspector quiere hablar contigo. Te lo dije ayer y estuviste de acuerdo.
—He cambiado de opinión, todos me miran raro.
—Es tu imaginación, nadie te mira.
Edna alzó una ceja. Tenía una laguna mental de los días que había estado a saber dónde; pero su capacidad de raciocinio y observación estaban intactos, no era imaginación suya que los policías no dejaban de señalarla y hablar entre sí.
—No, no lo son. ¿Por qué no nos vamos y que vaya él al hotel?
Esperaba la contestación de su amiga, pero fue una voz profunda la que escuchó.
—Buenos días, señora Cortés. Soy el inspector jefe, el inspector Expósito ha tenido que salir con urgencia, la acompañaré para que le atienda su compañero García. Le pido disculpas por hacerla esperar tanto tiempo. Si son tan amables de seguirme, las guiaré.
Hizo un gesto con la mano invitándolas, de ese modo, a que lo siguiesen.
Sara al notar la inseguridad de su amiga, le sujetó la mano y apretó con suavidad para infundirle el valor del que carecía en esos momentos.
Edna inspiró una bocanada de aire antes de ponerse en pie. Siempre había tenido especial respecto por aquellos edificios, nunca tuvo problemas que la llevaran a las dependencias policiales, también era verdad que había hecho todo lo posible por no pisarlos; pero sin quererlo y creía que sin buscarlo, era la tercera vez que entraba en una comisaría en pocos días.
Siguieron al inspector que se adelantó unos pasos para guiarlas por la zona. Los ojos de Edna capturaron cada detalle a su paso; un largo pasillo inhóspito que albergaba puertas azules cerradas y paredes blancas carentes de calidez.
Un frío trémulo se adueñó de ella, no sabía bien cuál era el motivo; pero al acceder a la pequeña oficina provista únicamente de una mesa y tres sillas —sin más ventilación que la artificial— sintió su cuerpo estremecerse por el dolor y el miedo, aunque lo que más le impactó fueron los dos iris azabaches que la observaban con expectación desde el centro de la estancia.
—Edna, cielo, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?
Las palabras de preocupación de Sara llegaron lejanas, como si se trataran de voces de ultratumba. Sabía que la tenía a escasos centímetros de ella, aun así la sentía lejana.
—Edna, me estás asustando, ¿qué sucede? ¿Has recordado algo?
La visión se le nubló envolviendo la estancia en plena oscuridad. Hiperventiló en repetidas ocasiones, por mucho que se esforzaba en tener un comportamiento normal, su mente era como si estuviese encerrada en una realidad paralela.
—Traeré un vaso de agua.
Aquel tono de voz hizo que se retrajese más. Le resultaba familiar, no era la primera vez que lo escuchaba.
—Vámonos de aquí —pidió al cerciorarse, dentro de su mal estado, de que el inspector había salido.
—Edna tienes que hablar con el inspector, si no lo haces, nunca sabremos qué ocurrió —suplicó Sara sin reparar en los temblores que se adueñaban de su amiga.
—Por favor, Sara, vámonos. Te lo explico en el hotel. Invéntate cualquier excusa, pero sácame de aquí, te lo suplico.
Decepcionada por la pobre explicación y sin entender qué le sucedía a su amiga, optó por aceptar —de mala gana— la súplica. Le sujetó la mano y la sacó de allí sin esperar siquiera el regreso del inspector. Casi estaban llegando al final del pasillo cuando se tropezaron con el primer agente con el que habían hablado.
—¿Eres el agente que nos ha recibido, verdad? —preguntó Sara.
—Sí, señora.
—Le puedes decir al inspector García que lamentamos mucho la pérdida de tiempo que le hemos ocasionado, pero tenemos que marcharnos de inmediato. Se me ha olvidado que Edna tiene cita en el hospital con el médico que la atendió a su llegada y no puede saltársela.
Sin más explicaciones y sin esperar a que el hombre respondiese, prosiguieron su camino y no pararon hasta estar alejadas del edificio.
Sara se colocó frente a su amiga a la espera de una explicación, entendía que debía ser difícil para ella pasar por todo aquello; sin embargo, si no ponía de su parte, jamás sabría qué sucedió. En ocasiones como esa, la idea de que en realidad no la hubiesen retenido sin su consentimiento tomaba más fuerza. Cada vez que tenían que hablar con la policía, Edna se aislaba en el pequeño mundo que había forjado nada más recuperar el conocimiento y no había quién la sacara de él.
—¿Me vas a explicar por qué nos hemos ido sin hablar con el inspector?
Edna se frotó las manos. El miedo seguía instalado en ella, intentaba sacar de su cabeza la voz recién escuchada, su mente no discurría con claridad. La sensación de no ser la primera vez que la oía, seguía latente en ella.
—Si sigues en ese plan de no poner de tu parte para descubrir qué te ocurrió, yo me largo. Tengo a mi familia desatendida porque no quiero dejarte sola, aunque me niego a seguir a tu lado si prosigues comportándote como una niña pequeña que se encierra en su mundo a la espera de que los demás averigüemos qué le pasa.
Edna la vio alejarse en dirección a la parada del metro que la llevaría directa al hotel. Quedó unos segundos de pie sin moverse, era consciente de que tenía que despertar del letargo en el que llevaba sumida días. Siempre le había costado hablar de su intimidad, incluso ni la confianza que Sara le había otorgado desde el primer día, había sido suficiente para superar esa barrera.
Deambuló por las céntricas calles de Madrid, de aquella forma solía poner en orden sus pensamientos. Discurrió cómo contarle lo poco que recordaba, sabía que era importante revelarle el modo en el que conoció a Jabel, incluso en eso le había mentido. Su pasado con Juan la había marcado más de lo que ella quería reconocer. Era cierto que había superado aquella etapa de su vida, pero también la mala experiencia vivida le había hecho que fuese más desconfiada y produjo que se encerrara más en sí misma sin llegar a desvelar los sentimientos y complejos reales que tenía.
Era cerca del mediodía cuando regresó al hotel, no tenía claro que después de estar un par de horas meditando por la ciudad, encontrara a Sara en la habitación a la espera de su regreso.
Mostró una tímida sonrisa al verla sentada en el filo de la cama con las maletas agolpadas a sus pies.
—Te contaré todo lo que quieras saber y yo recuerde.