12

—¿Está segura de que no recuerda nada más?

—Sí —respondió saturada Edna de tanta pregunta.

Si se descuidaba, el detective le hubiese preguntado hasta la talla de ropa interior que usaba. Contestó las preguntas más absurdas que jamás había imaginado, incluso llegó a interesarse por la hora exacta de salida de Murcia y llegada a Valencia. Cierto era que el profesional era él, pero no desapareció ni viernes ni sábado, fue domingo después del mediodía, para qué le interesaba el resto de horarios.

Al igual que si le hubiese leído la mente, Latorre aclaró:

—Entiendo que puedan resultarle un tanto quisquillosas las cuestiones que he planteado, pero sirven más de lo que imagina.

—Si usted lo dice —concluyó exasperada.

Tenía la cabeza embotada, llevaban allí encerradas más de tres horas y el buen hombre no había dejado de fumar en ningún momento, el ambiente comenzaba a estar cargado de humo que imposibilitaba respirar con normalidad, incluso ya le escocían los ojos.

Latorre ignoró el tono de la mujer, quería comprenderla, siempre intentaba ponerse en el lugar de sus clientes, y el caso que tenía entre manos más que nunca necesitaba de su comprensión; sin embargo, la señora parecía aburrida de todo, como si en verdad le importara tres pimientos descubrir qué le ocurrió los días que estuvo secuestrada.

De ahí que hubiese hecho las preguntas más absurdas que se le pasaron por la cabeza, lo que en realidad le interesaba era la reacción que mostraba en cada una de ellas. Sin mucho más que saber, se levantó dispuesto a acabar la reunión, sentía curiosidad por comenzar con la investigación; pero algo en su interior le advertía que el más sorprendido sería él, que la agente inmobiliaria ocultaba información y estaba dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto.

Alargó la mano para estrecharla con su nueva clienta, que respiró sosegada al verse liberada de tanta inquisición.

—Sara, ¿podemos hablar un momento? —solicitó Latorre antes de que abandonara la estancia.

—Espérame en el rellano —pidió Sara a su amiga—, no tardaré en salir.

Latorre esperó hasta que Edna cerró la puerta. Cuando se aseguró de que estaban solos, cuestionó:

—¿Estás segura de que no despareció por voluntad propia y ahora se avergüenza de lo que hizo?

Sara lo miró alarmada, ¿cómo se atrevía siquiera a pensarlo?

—Segurísima —afirmó con rotundidad—. Conozco a Edna y no haría algo así en la vida. Es una mujer sensata.

—No digo que no lo sea, pero mi impresión es que oculta información.

—Ya la has visto, no está bien. No recuerda nada de lo que ocurrió.

Latorre no estaba convencido de ello. Su impresión había sido la contraria, que sabía más de lo que dejaba entrever.

—Y si se acuerda tampoco quiere decirlo. Voy a necesitar que esta tarde venga conmigo a Alicante. Con suerte, si le muestro la zona, puede decirme en que restaurante comieron ese domingo.

Sara hizo cálculos, sabía que en su agenda mental esa tarde tenía algo programado, pero los nervios por la situación de su amiga la tenían desorientada.

—¿A qué hora nos recoges en la puerta de mi casa?

—A eso de las tres. Quiero llegar antes de que se esconda el sol.

—De acuerdo, estaremos preparadas.

De regreso a casa, Sara intentó no hablar de nada que tuviese que ver con la desaparición de su amiga ni con la reunión mantenida con Latorre, quiso que durante unas horas Edna se olvidara de todo y que su vida comenzase a ser lo más normal posible. Tampoco le informó de la salida que debían de hacer por la tarde, sabía que adelantarle la noticia la incomodaría más de lo que estaba.

Llegaron a casa y Sara la obligó a que se instalara en el salón mientras ella preparaba la comida. Por mucho que su amiga se empeñó en ayudarla, se negó. Necesitaba unos instantes de soledad, la inquietud también se había apoderado de ella. Si Latorre se cuestionaba la versión de Edna, estaba segura de que sería porque algo extraño había visto en el comportamiento de su amiga. Era el mejor en su campo y las veces que había usado sus servicios, siempre resolvió los casos con éxito.

El ruido de la puerta principal la sacó de sus pensamientos, esos que no le gustaba la forma que tomaban conforme pensaba en las palabras de Latorre. Quedó sorprendida al ver aparecer a su marido con sus hijas. Miró el reloj de la cocina para comprobar la hora.

—¿Qué hacéis vosotros aquí? —indagó abriendo los brazos para recibir a sus pequeñas.

Mientras las estrujaba en un enorme abrazo, besó los labios de su marido, que regresaba a su lado después de dejar varias bolsas de papel sobre la encimera.

—Mamá, ¿no te acuerdas que día es hoy? —preguntó la pequeña.

Sara miró a su marido en busca de ayuda, lo que menos deseaba era olvidar una fecha importante.

—Dejará de acordarse. Tu madre sabe de sobra que esta tarde bailas, a mamá nunca se le olvidaría algo así. —Salió en su rescate Jacobo—. Anda, id a lavaros las manos.

Las dos niñas salieron de la cocina con una amplia sonrisa en la cara.

—¿No te acordabas, verdad? —cuestionó Jacobo sujetándola por la cintura.

—No. Gracias por la ayuda.

—No son necesarias. ¿Dónde está Edna?

—En el salón, o por lo menos allí la he mandado cuando hemos llegado a casa.

—¿Podrá quedarse unas horas sola?

Sara se revolvió de los brazos de su marido, no sabía cómo darle la noticia.

—Verás —comenzó a decir—, hemos quedado a las tres con Latorre para ir a Alicante, quiere que Edna visualice la zona a ver si de ese modo recuerda dónde comió aquel fatídico domingo.

—¿Y no pueden ir ellos?

—Así tendrá que ser. Si me pierdo la función, nuestra hija nunca me lo perdonará.

En ese mismo instante su móvil sonó anunciando un nuevo mensaje. Lo cogió de la mesa y lo leyó. Le mostró la pantalla a su marido, el cual sonrió.

A la hora acordada, Sara acompañó a Edna a la calle a la espera de que el detective pasara a recogerla. A su amiga no le hizo ninguna gracia cuando, en mitad de la comida, anunció los planes que tenía Latorre para ella, pero más se disgustó al decirle que no la acompañaría, que debía asistir a la función de su hija.

Sara no objetó nada cuando vio a Edna encender un cigarrillo, conocía su vicio; pero también era verdad que lo hacía de siglo en siglo, o eso le había dicho. Aunque desde la salida del despacho del detective ya había agotado el cupo mensual. Cosa que la hacía pensar que él no iba tan desencaminado.

—No me gusta.

Sara miró a Edna sin entender a qué se refería.

—No me da buena espina el detective —repitió Edna.

—¿Por qué? Si puede saberse.

Edna miró al frente sin llegar a contestar porque en ese preciso momento aparecía el susodicho para recogerla.

Sara no tuvo que explicar por qué no los acompañaba, él mismo se lo había solicitado por mensaje. Con sutileza apartó a su amigo de Edna para pedirle, por favor, que no fuese muy exigente con ella, que comprendiese que pasaba una mala racha y había que ser más condescendiente.

—Sé tratar a las personas —se defendió Latorre regresando junto a Edna—. ¿Nos vamos?

Sara permaneció en la acera, su mente era un remolino de pensamientos, no quería desconfiar de su amiga; pero su infantil comportamiento hacía que se replanteara su versión, ya en Madrid le costó dos días que le dijese la verdad, quizá —en esa ocasión— hacía lo mismo y sabía más de lo que decía.

—¿Te veo pensativa?

Sara giró el cuerpo y se refugió en el pecho de su marido.

—¿Es por Edna? —preguntó Jacobo abrazándola.

—Sí, Latorre cree que nos oculta información.

—¿Y tú qué piensas?

—Si te soy sincera, no lo sé. Quiero creerla; pero si la hubieses visto hoy, hasta tú dudarías de ella.

—¿Quieres contármelo?

Resumió lo más breve que fue capaz la reunión con su amigo el detective, los gestos y contestaciones de Edna.

—Y ahora me dice que no se fía de él.

—Sara, cariño, es comprensible que se comporte de ese modo. Ponte, por un momento, en su lugar. ¿Tú cómo reaccionarías?

No tuvo que pensar mucho la respuesta, era algo que llevaba cavilando desde que la vio bajar del vagón en la Estación de Atocha.

—Quizá me comportaría peor que ella.

—¿Y por eso yo debería desconfiar de tu palabra?

Lo miró escandalizada, llevaban quince años juntos y no se ocultaban nada.

—¿No lo harías, verdad? —contraatacó ella.

—Jamás, cariño.