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Primer día desaparecida
La pastosidad de la boca junto al intenso dolor de cabeza, la obligó a abrir los ojos. Un olor nauseabundo se adueñó de sus fosas nasales en el primer intento por llenar los pulmones del tan necesario aire. La arcada quemaba todo a su paso, quiso taparse la boca para contenerla; sin embargo, no fue lo suficiente rápida para evitarlo y arrojó la comida a sus pies.
Parpadeó un par de veces, deseaba adaptar la visión a la oscuridad que le envolvía. No estaba en su cuarto y algo en su interior le advertía que tampoco se encontraba en la cama de Jabel, la dureza que sentía no se asemejaba en nada a la comodidad de su colchón.
Esforzó la mente para recordar dónde se encontraba, aunque la laguna mental se apoderó de ella. Lo máximo que alcanzó a rememorar fue la salida del restaurante apresurada y el retorno a casa de Jabel.
«Un momento», pensó.
Jabel insistió en aplazar el café porque algo en la comida le había sentado mal. La preocupación en su mirada fue suficiente para que Edna aceptase de buen grado la sugerencia de acostarse a dormir la siesta, estaba convencido de que el malestar de su cuerpo era debido a la falta de descanso.
Intentó incorporarse para corroborar que la idea de que se hallaba en el hospital no era tan descabellada, quizás había empeorado en el trayecto y habían ido. La desorientación hizo que tomase asiento de nuevo, inspiró una bocanada de aire para paliar el mareo y poder levantarse. Minutos más tarde volvió a intentarlo. Cerró los ojos asustada cuando —al dar tres pasos— comprobó que la cadena que la apresaba a la cama imposibilitaba cualquier movimiento, aquello impedía una escapatoria.
Forzó la mente para que le revelase dónde se encontraba, pero era como si estuviese drogada, por mucho que procuraba reconstruir lo ocurrido durante el día, lo máximo que evocaba era la salida del restaurante; sin embargo, nada más se proyectaba.
—¡Socorro! —Medio gritó, ya que el habla también le costaba.
Luchó contra el grillete para liberarse, tiró con fuerza hasta que sintió la calidez de las primeras gotas de sangre recorriéndole la muñeca. No le importó el dolor que sufría por la perseverancia exigida, sabía que —de no intentarlo— algo malo ocurriría.
Dejó caer los párpados en un intento desesperado por no echarse a llorar, de nada servía dejarse vencer por el pánico. Tenía que ser coherente e intentar buscar una salida, aunque fuese a la desesperada.
Pensó en Jabel, en la forma tan caballerosa con la que la había tratado desde su llegada y en su fuero interno no quería pensar que detrás del secuestro se encontraba él. Desechó el pensamiento, un hombre que trata con tanta dulzura a una dama, jamás sería capaz de cometer tal aberración.
Entonces ¿quién era su secuestrador? Ella no era una persona conocida y tampoco millonaria, era una simple agente inmobiliaria. Por mucho que se estrujó los sesos en pensar y encajar por qué la habían apresado, nada le vino a la cabeza.
Dentro del letargo que le acompañaba, creyó escuchar pasos. Prestó atención al rítmico sonido que llegaba desde fuera. No se equivocaba, al otro lado de la estancia en la que se hallaba, se oían pisadas. Incluso si su mente no le traicionaba, estaba segura de que era más de una persona.
Tragó saliva al advertir que alguien abría la puerta. No se atrevió a levantar la cabeza, dejó la mirada clavada en el suelo.
—Mírame —ordenó un timbre de voz que intimidaba.
Mantuvo la misma posición sumisa. Aquello, lo único que provocó, fue recibir el primer golpe. La intensidad de la fuerza usada la obligó a girar el rostro. No tardó en sentir el sabor metálico de su propia sangre que emanaba del labio inferior.
—Cuando te exija que me mires, lo haces. No me gusta repetir las órdenes —dijo irritado.
La sujetó del cuello y la obligó a alzar la mirada.
—¿Disfrutas cuando te provoco tanto dolor?
Edna quiso enfocar la vista, puesto que le imponía tener que verlo, quería conocer la cara de su secuestrador. El aturdimiento se apoderó de ella al comprobar que su visión era tan borrosa que lo único que vio, fueron miles de puntitos negros al igual que si de una imagen codificada se tratase.
—Demasiado mayor para mi gusto, pero son las exigencias del guion.
Edna trató de deglutir la saliva acumulada en la boca, aunque la presión ejercida le imposibilitaba la tarea. Logró su cometido cuando él la soltó.
Escuchó cómo se movía por la estancia, por mucho empeño que puso en descifrar el rostro de su agresor, la nube que se cernía sobre ella entorpeció la tarea.
Con brusquedad le introdujo una especie de cilindro en uno de los orificios de la nariz y con el dedo le taponó el otro.
—Aspira.
—¿Qué es? —preguntó con voz temblorosa.
—No te interesa. Hazlo o lo hago yo a la fuerza.
Un pánico atroz se apoderó de ella, no entendía del tema, pero sabía qué le ofrecía. En innumerables ocasiones presenció la escena de la mano de su expareja.
Exhaló más fuerte de lo habitual debido a la fobia que tenía a las drogas, sabía el daño que generaba en la persona que las consumía y también se extrapolaba a las que le hacían compañía, aquello lo único que logró fue recibir otro fuerte golpe.
—¡Puta! Lo has tirado todo —rugió sin dejar de golpearla.
Las lágrimas se adueñaron de los ojos de Edna al sentir el intenso dolor. Quedó agazapada mientras él se separaba de ella y rehacía lo que había desperdiciado.
Volvió a ponerle el tubo en la nariz y presionó con más fuerza el orificio libre.
—Si no quieres que te golpee más veces, métetelo de una puta vez.
No quiso correr la misma suerte, sin dejar de temblar aspiró con fuerza todas las veces que le indicó. El tabique nasal le escocía, había perdido la cuenta de las rayas que la había obligado a esnifar.
Cuando Edna pensaba que se había marchado y podía relajarse dentro de que lo administrado le permitiese, reparó que una goma ejercía presión en su brazo y le cortaba la circulación. No tardó en sentir el pinchazo, quiso preguntar qué le suministraba en aquella ocasión, aunque prefirió no ser golpeada de nuevo. Con los que había recibido tenía suficiente.
La cabeza le pesaba, era como si le hubiesen puesto decenas de losas sobre ella, pero a la vez su mente estaba sobreexcitada. La sensación era tan desagradable que necesitaba levantarse. No tardó en hacerlo, mas la pesadez de su cuerpo le impedía moverse con normalidad.
Repitió el mismo trayecto en repetidas ocasiones, daba tres pasos a la derecha para regresar al punto de partida y hacer el trayecto a la inversa. Así estuvo hasta que cayó rendida en el camastro que la mantenía cautiva.