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Latorre quedó inmóvil junto a la puerta, aún recordaba el día que Sara lo llamó sin parar de llorar, entre hipido e hipido le narró que su mejor amiga había desparecido cuando regresaba a casa después de asistir a la presentación de su nueva novela, acto al que él no pudo ir por motivos personales.
Llevaba meses investigando los casos de las chicas desaparecidas. Le extrañaba que la policía archivase los expedientes considerando que se habían marchado por cuenta propia, él no estaba tan convencido de aquellas aclaraciones, entendía que alguna de las chicas sí se hubiese marchado por voluntad propia, pero ¿todas?
Combinaba las horas entre estar en su despacho para analizar la información obtenida y sentado en el interior del coche dispuesto a hacer largas horas de vigilancia.
El caso de Edna Cortés era distinto, en nada se parecía a las demás desaparecidas, la mujer superaba la treintena cuando el resto de chicas no alcanzaban la mayoría de edad. Pero la forma de evaporarse había sido la misma. Quizá —con suerte y con la ayuda de Sara— podía llegar hasta el fondo del asunto que lo tenía excluido de la sociedad casi un año.
Aunque no era hombre asiduo a frecuentar los bares, de siglo en siglo sí le gustaba desconectar del trabajo y dejarse llevar por la seducción de alguna mujer que conociese en ese instante. Momentos efímeros puesto que tanto su corazón como su mente todavía pertenecían a su mujer fallecida.
Salió del aturdimiento y regresó al despacho, le urgía hacer unas llamadas, lo mismo, el comisario de Alicante podía aclararle unos cuantos puntos que lo llevaban de cabeza. Fue atendido por la secretaria, la cual le informó que su jefe se hallaba en una reunión, aunque lo que peor llevó, fue enterarse de que habían decretado el secreto de sumario. Adiós a una vía fidedigna de información.
Colgó el viejo teléfono a base de golpes, por mucho que deseaba esclarecer lo que sucedía en la Comunidad Valenciana, cada puerta que abría alguien se la cerraba dándole un portazo en las narices.
Una vez relajado, optó por llamar a otro contacto de mucha más confianza.
—¿Qué me puedes decir de Edna Cortés? —inquirió nada más descolgaron.
—Nada que tú no sepas. Es agente inmobiliaria quince años, sus jefes están encantados con el trabajo que desempeña, parece ser que es la comercial que más viviendas vende al mes.
Latorre escuchó con atención, su confidente no le había relatado nada que desconociese, fue lo primero que investigó.
—¿Qué hay de su expareja? —cuestionó.
—Que es un cabrón con suerte. Las dos relaciones que ha tenido, ambas lo han dejado sin denunciarlo; pero vamos, que ese desgraciado el único delito que ha cometido, ha sido imponerse a base de golpes con sus parejas.
—¿Puede que esté detrás de la desaparición de Edna?
—No lo creo, si hubiese sido él no habría escapado con vida. La última vez que permanecieron juntos bajo el mismo techo, ella acabó en el hospital con varios huesos rotos.
Latorre se cuestionó qué llevaba a las mujeres a soportar semejantes aberraciones, no comprendía por qué no reunían las fuerzas necesarias para denunciarlos y abandonarlos con la primera bofetada, por muchas vueltas que le daba en la cabeza, no llegaba a una conclusión.
—Si te sirve de algo, tanto sus familiares como sus amigos de entonces dicen que desde ese día Edna cambió y no ha vuelto a ser la misma. Que se alejó de todos y se encerró en su mundo.
Entendía el cambio en la personalidad de ella, se habría vuelto desconfiada con los de su mismo sexo, incluso si él estuviese en su situación actuaría de igual modo.
—Es normal, tuvo que vivir un calvario.
—Eso no es todo. Según los vecinos, hace poco más de un año que su actitud cambió. Al principio les extrañaba que saliese de casa a medianoche cada día, y que no estuviese los fines de semana cuando la única salida que hacía era para ir a trabajar y poco más.
—¿Pudo conocer a alguien?
—Todo apunta a eso, el vecino asegura que durante meses era raro el sábado que un hombre moreno de ojos azabaches no venía a verla, eso sí, asegura que siempre aparecía pasada la medianoche.
—¿Crees que pertenece a la red que investigas?
—No, por mucho que he indagado nada indica que sea una de ellos.
—De todos modos, intentaré sonsacarle esa información esta tarde.
—¿La vas a ver otra vez?
—Sí, incluso le he pedido a Sara que me deje a solas con ella. Creo que la presencia de su amiga la hace retraerse y no decir toda la verdad.
—Ya me contarás.
—Estamos en contacto. Lleva cuidado.
—Sabes de sobra que sé cuidarme.
—Lo sé, pero la operación en la que andas metida es complicada.
—Es parte de mi trabajo.
—Te quiero. —Latorre pensó en que no se lo decía lo suficiente. Ya sabía lo que era no poder despedirse de un ser querido.
—Yo también te quiero, papá.