28
Recibió la llamada nada más subirse en el coche. Previó que su paso por Alicante le concediese más tiempo de ventaja, pero de nada había servido la visita a su antiguo comisario, acababa de confirmarle que se había convertido en el principal sospechoso del caso Edna Cortés. También le aconsejó que se mantuviese oculto una temporada, lo justo para que pudiese investigar por qué todas las pruebas apuntaban directamente a él, cuando estaba convencido de que todo era una trampa. Jabel le dijo dónde se alojaría, también le relató los planes que tenía en mente.
Se sintió raro al saber que a partir de ese momento se encontraba en busca y captura, por ello, no le quedó más remedio que pedirle ayuda a un amigo para maquillar su aspecto, era de vital importancia no ser reconocido por nadie y menos ellas. Le proporcionó unas lentillas de colores, era lo bueno de tener un camarada oftalmólogo con óptica propia. Rehusó contestar a las cuestiones que le hizo, no deseaba involucrarlo más, bastante hacía con proveerlo de un nuevo color de ojos. Afeitó la barba de dos días que desde hacía años lo acompañaba, y gracias a la magia de los tintes, dejó de lado la oscuridad de su cabello.
Miró el reflejo que le devolvía el espejo del baño, le costó acostumbrarse a su nueva imagen, tantos años conviviendo con el negro que el castaño le hacía ver a un extraño, aunque si se fijaba bien, sus rasgos no habían cambiado y ello podía delatarlo. Pasó las manos por el rostro, le gustó el tacto de piel con piel. Comprobó la hora, si se daba prisa llegaría antes de que anocheciera a Valencia.
Condujo sin descanso hasta llegar al motel que lo acogería los días que estuviese en la ciudad. Utilizó un nombre falso para registrarse, no le llevó más de dos minutos disponer de una habitación, era lo que tenía hospedarse en un lugar que era visitado por mujeres de la calle para ejercer su profesión. Dejó el poco equipaje que llevaba y se puso en marcha.
Se mantuvo oculto tras la columna para controlar los movimientos de la vivienda. Gracias a la dejadez de Sergio no le costó averiguar y saber con exactitud en que piso se alojaba Edna. Sabía la zona, pero ese dato le era desconocido hasta su paso por la comisaría de Madrid.
El sobre negro le vino a la memoria, se atrevió a abrirlo en el apartamento, en él había escrita —también en tinta negra— una dirección; la de Jayden Latorre. Aquel fue el motivo que le impulsó a visitar a su anterior comisario, sus años en el cuerpo le decían que el detective ya lo había asociado con Edna y no tardaría en dar el aviso a sus compañeros.
Sabía que poca gente lo entendería, puesto que no era lógico ni coherente su forma de actuar, pero si deseaba llegar hasta el fondo del asunto, no le quedaba más remedio que proceder de aquel siniestro modo.
Todavía le dolía haberle mentido a su hermana, pero no estaba dispuesto a entrometerla en sus asuntos y menos, en aquellos tan peliagudos. Años atrás se prometió, tras la desaparición de sus padres, que la protegería de todo mal y no iba a cambiar su promesa por un error garrafal. Él solo se había introducido en aquel lío de faldas e intentaría hacer todo lo posible para salir airoso sin involucrar al único familiar que le quedaba.
Al percibir movimiento en la terraza enfocó la vista y dejó de lado sus pensamientos, no tardó en reconocerla. Ella era la culpable de que su vida se convirtiese en un auténtico caos las últimas semanas, pero si seguía el plan trazado todo acabaría pronto. Necesitaba la oportunidad de reunirse a solas con la persona adecuada y, de ese modo, atajaría el problema ipso facto.
Desde su posición le costaba descifrar los movimientos de ella, caló la gorra más hondo, no quería arriesgarse a ser reconocido, asomó un poco más la cabeza, lo justo para no descubrirse. Los barrotes que servían de protección para que el cristal no cayera, imposibilitaban verle con claridad las manos, ya que le pareció ver que portaba algo en ellas.
Quedó estático al reparar como el cuerpo de ella caía desplomado sobre las baldosas. Sin llegar a moverse, se mantuvo en la zona hasta que la vio subida en la camilla. Le sorprendió ver salir a Latorre acompañando a la amiga de Edna, el primer instinto fue acercarse para hablar con él, pero comprobar la inquisidora mirada que le dedicaba, fue suficiente para marcharse del lugar.
La desolación de Sara crecía por momentos, ver a Edna de nuevo en aquel estado pudo con la poca paciencia que le quedaba, se había prometido protegerla, pero incluso en eso había fallado.
Recorrió el pasillo del hospital en innumerables ocasiones, no entendía cómo había pasado si en ningún momento la había perdido de vista. Se frotó el rostro para intentar tranquilizarse, aunque la inquietud se apoderaba de ella conforme el segundero avanzaba sin concederle tregua.
Repasó, segundo a segundo, cada instantánea retenida desde que Edna abandonase el salón y se marchase al balcón. En casa estaban ellos tres y Latorre había permanecido a su lado todo el tiempo. «Entonces, ¿quién le había administrado la droga?», esa pregunta le martilleaba sin compasión.
Los pelos se le erizaban cada vez que recordaba la conversación con el médico de urgencias: «Su amiga ha sufrido una sobredosis», había expresado para explicarle por qué Edna estaba dormida, aunque sabía que la realidad era sedada, pero maquillar la palabra la mantenía cuerda.
Las lágrimas se desprendieron de los lagrimales al reconocer la figura de su marido. Corrió y no paró hasta sentirse protegida entre sus brazos. Jacobo no dejó de acariciarle la espalda hasta lograr consolarla.
Tuvo que insistir más de la cuenta para que lo acompañara hasta la cafetería, las visitas a Edna estaban restringidas y a su mujer no le iría mal tomarse una tila. No entabló conversación hasta asegurarse de que se había calmado.
—Cuéntame qué ha pasado —pidió.
Sara tomó un nuevo sorbo antes de responder, aunque los nervios habían disminuido no se veía con fuerzas suficientes para relatarlo de seguido.
Cuando estuvo segura de poder hacerlo sin perder las energías, comenzó por contarle que Edna se había despertado sangrando por la nariz y aseguraba no haberse golpeado durante el sueño. Tras curarla, la obligó a ir a la cocina para comer algo y también le detalló la conversación mantenida entre las dos. La llamada de Latorre instándola a reunirse con él de urgencia, pedirle que se acercase a casa, el descubrimiento de que Jabel era en realidad el inspector García y el fatídico momento en el que Edna había caído redonda en el suelo del balcón.
A Jacobo le llevó un tiempo analizar toda la información ofrecida por su mujer a trompicones, aunque, por suerte, la había entendido a la perfección.
—Cariño, ¿estás segura de que no había nadie más en casa?
—¿Tan tonta me crees para no darme cuenta de algo así?
—Yo no he dicho eso —se defendió Jacobo—. Quizá con los nervios no hayas reparado en ello.
Sara resopló.
—Jacobo, escúchame bien porque no pienso repetirlo, en casa solo estábamos nosotros tres.
—Te creo.
Otra idea le abordó la mente, no tardó en hacerla partícipe:
—¿Qué me dices del detective?
Sara lo miró inquisitiva.
—¿Qué quieres decir?
—Que si estabais los tres, o uno de los dos le ha administrado la droga, y estoy más que seguro de que tú no has sido, o ha sido la propia Edna.
—No digas gilipolleces, Jacobo. Edna jamás se drogaría, las odia.
Sara sabía la mala relación que existía entre los estupefacientes y su amiga, y ponía la mano en el fuego porque sabía que no se quemaría. Que jamás —por voluntad propia— se drogaría.
—Cariño, lamento decírtelo, pero entonces todo se reduce a un sospechoso.
La mente de Sara se despejó veloz. Golpeó la mesa con fuerza.
—Cómo he podido estar tan ciega.
—Cariño, no te martirices, no es culpa tuya.
—Sí que lo es. Sin quererlo la he llevado de nuevo hasta ellos.
—¿Qué quieres decir?
Inspiró profundo, necesitaba calmarse.
—Cuando Edna desapareció le pedí ayuda, en un primer momento me dijo que estaba demasiado ocupado para aceptar otro caso. Cuando las noticias anunciaron su aparición en Madrid y que sería desde allí donde se iniciarían las primeras investigaciones, fue él quien me llamó para decirme que había cambiado de idea. No entendí bien ese repentino cambio, así que me dejé llevar por sus credenciales y la supuesta amistad que nos unía. Todo este tiempo ha tenido la información de primera mano, lo que Edna no le revelaba lo hacía yo.
Se cubrió las manos presa del llanto.
—¿Ha estado solo en algún momento?
No tuvo que pensar mucho la contestación.
—Se ha ofrecido a preparar el café, ha objetado que de ese modo Edna no se quedaría sola.
—Ya sabemos cómo la ha drogado.