21

Cuarto día desaparecida

El cuerpo le pesaba una tonelada, le costaba horrores moverse de la pequeña cama. Giró el cuello en ambas direcciones para desentumecerlo, lo tenía engarrotado debido a la mala postura mantenida a lo largo de las horas de sueño.

Mantuvo la posición unos minutos más, tampoco era que tuviese demasiada prisa por levantarse, lo máximo que podía hacer era pasearse por los escasos metros que tenía el cuarto donde, ya ni sabía los días, la mantenían retenida.

Al igual que cada día que despertaba, intentó calcular en qué franja horaria se hallaba. Después de mucho conjeturar no supo descifrarlo.

Accedió al pequeño baño que disponía el cuarto, por supuesto, sin ventana para evitar cualquier escapatoria. Tras hacer sus necesidades, se duchó. Deseaba con todas sus fuerzas que el agua se llevara consigo la sensación de suciedad, aunque era consciente de que un poco de jabón y agua no lo borraría.

Palpó con recelo el minúsculo camisón transparente que habían dejado aquel día, buscó a la desesperada la ropa interior, aunque —como las demás veces— ese deseo estaba vetado en su encierro.

Se erizó al rememorar lo sucedido el día anterior, por mucho que intentase no pensar en ello, su turbada mente no paraba de revivirlo una y otra vez, culpándose a sí misma de haber disfrutado.

Permaneció alerta al escuchar un sonido, contuvo el aliento pensando que podía ser uno de ellos, no le quedaban fuerzas para soportar alguno de sus juegos. Relajó el cuerpo al oír cómo cerraban la puerta.

Salió en busca de su dosis diaria, se había convertido en adicta a la cocaína, gracias a ella la realidad no era tan macabra. No reparó en la presencia de la sombra apostada junto a la puerta cuando agachó la espalda. Le extrañó encontrar una única raya sobre la mesa que no tardó en esnifar.

El aire se negaba a llenarle los pulmones debido a la mano que lo impedía, no pudo evitar temblar al percibir que era el hombre que con más crueldad la trataba.

—Cuánto menos te resistas, menos dolor sentirás.

Edna quiso revolverse, aquella acción solo le sirvió para recibir el primer golpe en la nariz, la cual no tardó en sangrar. La empujó contra la pared y la inmovilizó. No le llevó mucho percibir que algo se desgarraba en su interior con cada embestida que él hacía, ascendiendo el dolor por la espina dorsal hasta ubicarse en la cabeza.

Las lágrimas mojaban las mejillas a su paso, en ese momento echaba de menos no estar sedada y más drogada, por lo menos la mezcla de sustancias lograban no reparar tanto en el dolor de las brutales prácticas sexuales que hacían con ella cada día.

Sin poco más que hacer, apoyó la mejilla en el ladrillo visto, la cual se arañó debido a los bruscos movimientos a los que era sometido su cuerpo mientras él descargaba su ira contra ella. Se le escapó un gemido placentero que fue malinterpretado cuando los pulmones se le llenaron de aire.

—Así me gusta, que seas buena chica —masculló el hombre sin dejar de avasallarla.

Apoyó la palma de la mano libre en la pared para evitar dañarse más la cara, cerró los ojos y se dejó hacer, en lo único que pensaba su mente era que el hombre finalizara cuanto antes.

Una sensación de impotencia se apoderó de ella cuando él gruñó junto a su oreja al alcanzar el orgasmo.

Mantuvo los ojos entrecerrados a la espera de que abandonase la estancia y le permitiese dejar salir la rabia acumulada por no ser capaz de parar todo aquello.

—Tu turno.

Edna no tuvo tiempo de alarmarse, el hombre la sujetó con fuerza por los bíceps arrastrándola hasta la mesa. La obligó a poner las palmas de las manos sobre la superficie, no había terminado de cumplir las órdenes cuando un grito le desgarró las cuerdas vocales.

—¡Joder, qué placer! No te haces una idea de lo estrecha que está —farfulló sobreexcitado el segundo hombre a la vez que se hundía por completo en el recto de Edna.

Por mucho que intentó revelarse contra ellos, lo máximo que logró fue que el hombre —el que más terror le inducía— se subiese encima de ella para que su compañero terminase. La presión ejercida en el pecho le imposibilitaba respirar con normalidad, haciéndolo con pequeños jadeos que —otra vez— ellos creyeron eran de placer.

—¿Qué hora es? —inquirió el que le daba más miedo una vez acabada la tortura.

—Las seis.

—¿Hay tiempo para uno conjunto? Quiero darle por detrás.

—Tenemos media hora.

—Tiempo de sobra. Túmbate en la cama y te la pongo encima.

Su socio no tardó en situarse, sujetó las muñecas de Edna con fuerza una vez la tuvo encima para que su compañero no tuviese dificultades para esposarla a los barrotes, aunque creía que no presentaría batalla, pero ambos necesitaban las manos libres para llevar a cabo unas de sus fantasías.

El que estaba acostado alargó la mano para hacerse con lo que su amigo le tendía, sonrió con malicia mientras le colocaba las pinzas metálicas en los pezones, tiró una vez de la cadena que las unía y se lamió los labios al oír el quejido de ella. Por un momento abandonó el juego de la cadena para sujetarla por la cintura y encajarla a él. Esperó paciente hasta que su compañero se colocó tras ella, le sujetó el pelo tirando de él con fuerza y la penetró.

Pasados los segundos, Edna no podía decir con exactitud que parte de su cuerpo le provocaba más dolor, ya que eran demasiados puntos expuestos.

Los intensos gemidos masculinos no tardaron en adueñarse de la estancia.

—Venga, perra, no disimules. Disfrutas tanto como nosotros cuando te follamos.

Fue lo último que escuchó antes de desfallecer.

Estaba en posición fetal al despertar, tardó en estirar el cuerpo, no había músculo ni parte de él que no le doliese. El aroma a comida le asaltó las fosas nasales, sabía que debía alimentarse, pero las pocas fuerzas que le quedaban no le permitían moverse.

Giró el rostro para enfocar la mesa y ver qué le habían servido, por mucho que su mente estuviese nublada debido a los efectos del calmante, no le llevó mucho reparar en que no estaba en el zulo de siempre.

Aquel cuarto era más amplio que el que ocupaba a diario. Con pesadez se obligó a moverse. Con suerte dispondría de ventana por la que intentar salir de aquella cárcel que la consumía a cada hora que pasaba.

Tanteó en la oscuridad hasta dar con una pared, guiada en todo momento por el tacto, descubrió lo que buscaba, ese helor solo podía desprenderlo un cristal. Palpó y palpó, aunque no halló nada.

—No se puede abrir.

Edna tragó saliva al escuchar la voz. Desde la pasada noche no había vuelto a saber de él.

—¿Dónde estamos?

—En uno de los cuartos de la planta superior.

—¿Por qué?

—Necesitas descansar y en el camastro dudo mucho que lo hagas.

—¿Por qué te preocupas ahora por mí? Por la noche no parece que te importe mucho cuando los tres… —calló de golpe, no quería ni nombrar lo que hacían con ella.

Escuchó cómo se acercaba a ella por detrás. Paró a escasos centímetros de dónde se encontraba.

—Aunque lo pongas en duda, sí que me preocupo por ti.

—Ya —farfulló Edna.

Su mente adormecida volvía a jugarle una mala pasada, estaba convencida de que el efecto que le producía su presencia era debido a los estupefacientes, pero, aun así, no estaba de más marcar las distancias. Se alejó unos pasos de él.

—Me he enterado de lo que han hecho esta tarde.

Edna tembló al recordarlo.

—No volverá a ocurrir —aseguró él.

Esperó paciente una respuesta por parte de ella, no intentó volver a acercarse, quiso darle espacio, sabía que necesitaba procesar todo lo que estaba ocurriendo desde hacía cuatro días.

—Deberías comer algo y descansar. Regresaré más tarde para cerciorarme de que te encuentras bien.

Avanzó un par de pasos, se ubicó a su lado y pasó las yemas de los dedos por el brazo de ella.

—Te aconsejo que no hagas ninguna tontería.

—¿Cómo qué? —inquirió Edna controlando el tono de voz.

—Como intentar salir de aquí. No quisiera verte más forzada de la cuenta. Ellos no son como yo.

Solo de pensarlo a Edna se le puso el vello de punta. Aunque no supo decir si por la amenaza recibida o por la suavidad con la que le sujetó la mano. Se tranquilizó al comprobar que era un mando lo que le entregaba.

—Solo se ve un canal de películas, te vendrá bien para distraerte y dejar de pensar.

—No lo entiendo.

—¿El qué?

—Los privilegios que me concedes.