25

Dejó el pequeño equipaje de la mala gana en la entrada. El apartamento —alquilado en Madrid— disponía de los metros justos, incluso se podía decir que escasos, no superaba los veinte. En una misma estancia estaba todo; cocina, salón y dormitorio. Lo único que tenía privacidad era el baño.

Tomó asiento en el sofá. Cerró los ojos un instante, todo se desmoronaba a su alrededor, si no actuaba de inmediato lo descubrirían. Se puso en marcha sin pensarlo, asió la mochila y cerró la puerta con llave. La dejó caer en el asiento del copiloto y no redujo la velocidad ni paró hasta llegar a Alicante.

La cama se le antojaba extraña, la última vez que la ocupó ella estaba a su lado. Fue directo a casa, deseaba descansar un rato antes de pasar por la comisaría.

Intentó dormitar, dos largos viajes en un mismo día lo habían dejado extenuado. No logró el objetivo, por eso, a las seis y media de la tarde se puso en marcha, no tenía tiempo que perder, cuánto antes apareciese por comisaría antes se enteraría de quién era el agente encargado del caso.

Le extrañó escuchar el timbre de casa, no había avisado a nadie de su regreso a la ciudad. Se acercó a la puerta con extrema cautela, no deseaba revelar sus pisadas a quién estuviese detrás de la madera.

—Jabel, abre. Sé que estás ahí.

Apretó los labios al escuchar la voz de su hermana. Cómo le cabreaba que lo tuviese tan controlado. Quedó estático junto a la entrada, esperaba que su hermana se marchara si no contestaba.

—¿Me vas a abrir o tengo que ir a por mi llave?

Resopló con insistencia, entendía que fuese la mayor y que el suceso de sus padres la hiciese más protectora, pero ya tenía edad suficiente para manejar los hilos de su vida y no tenerla siempre detrás. Aquel fue el principal motivo por el cual solicitó un traslado de ciudad, estaba cansado de tener que dar explicaciones respecto a su vida privada.

—¿Qué haces tan temprano en casa? —inquirió dejándola pasar.

—Tu cuñado está con la gripe y no le gusta quedarse solo, ya sabes lo quejica que es. —Depositó un beso en la mejilla de su hermano, un ritual que siempre hacía cuando se veían—. Te he escuchado llegar.

—No te he avisado porque pensaba que estarías en el trabajo, tenía intención de pasar esta noche por tu casa.

Lo miró de arriba abajo.

—¿Estás bien? —se interesó sin dejar de observarlo.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada en particular.

Jabel no la creyó, sabía con exactitud cuándo mentía.

—Raquel, ¿qué ocurre?

Nerviosa se frotó las manos.

—Hace un par de días me paró un hombre en la entrada del edificio. Preguntaba por la chica que pasó el fin de semana contigo.

Jabel se tensó.

—¿Qué le dijiste?

—Que no la había visto por aquí y que no la conocía.

—Hiciste bien. Y ahora, si no te importa —señaló la puerta—, tengo prisa.

—Jabel, ¿qué pasa? ¿Sabes que puedes contármelo, verdad?

—No ocurre nada, puedes estar tranquila.

—Pero ¿cómo voy a estar tranquila si sé que es la mujer que estuvo desaparecida una semana y es el mismo tiempo que nadie pudo localizarte?

—Raquel, por favor, no te inmiscuyas en mi vida. Ya no soy aquel chiquillo asustadizo.

—Pero…

No dejó que terminara, a la fuerza la sujetó del brazo e hizo que abandonase su casa, cerró la puerta, bajó las escaleras de dos en dos e ignoró las llamadas de su hermana.

Pagó la frustración con el volante del coche, que el detective metiese las narices no le beneficiaba en nada. Estaba seguro de que fue él quien había parado a Raquel, sobre todo porque se había informado de su trayectoria profesional y los contactos que aún tenía. Aceleró de tal manera que los neumáticos dejaron parte de la goma impresa sobre la calzada.

Estacionó en el aparcamiento adyacente a comisaría. Saludó a un par de antiguos compañeros antes de adentrarse en el despacho del comisario, quien lo recibió con una amplia sonrisa.

—Hombre, inspector García, qué alegría volver a verte.

Apretó la mano del que —durante años— había sido su superior.

—Lo mismo digo, Comisario.

—¿Qué te trae por aquí?

—El caso de Edna Cortés.

—¿Qué tenemos que ver con él? Lo llevan desde tu distrito, aunque no lo entiendo porque la mujer es murciana y desapareció aquí.

A Jabel le extrañó la respuesta.

—¿No os han pedido que hagáis el retrato robot del hombre que acompañaba a la señora Cortés la última noche que la vieron?

—No. Pero vamos, ya que estás aquí, déjame que hable con tu superior y por mi parte, no tengo inconveniente en prestaros ayuda.

Cada vez estaba más confuso, él mismo habló con los compañeros de su unidad y todos le dieron la misma información, que serían los compañeros de Alicante los que hiciesen el retrato robot.

—No te preocupes, Comisario. Primero me acercaré yo a hablar con el hombre y dependiendo de lo que diga, te aviso.

—Lo que necesites, ya sabes que nunca quise que te marcharas.

—Lo sé.

Jabel abandonó las instalaciones aturdido, no entendía nada. Cerró las manos convirtiéndolas en puños al reparar en algo que, hasta en ese instante, no había hecho. Todo aquello no era más que una trampa para pillarlo, si no se andaba con más cuidado a partir de ese momento, caería más hondo en ella.

Optó por no visitar el bar, en todo caso, si de verdad el dueño recordaba a la persona que acompañaba a Edna aquel sábado provocaría que lo señalara a él. Comprobó la hora antes de acceder al edificio, sin comprobar el contenido del equipaje lo cogió del sofá y se puso en marcha.

No podía permanecer más tiempo en su ciudad natal, no regresaría hasta que no solucionase el problema que tenía y sabía dónde encontrarlo para atajarlo.