Capítulo 7

En el exterior de Kineton y Dacre College, en la actualidad

La fecha de pago de las rentas venció el día de Michaelmas[3] y los huelguistas se reunieron fuera del colegio, como de costumbre, a las 8 a.m. Aunque los rostros individuales cambiaban a diario en deferencia a las necesidades de la tierra y del ganado, los huelguistas se habían convertido en parte del paisaje de la Puerta Romana tanto como los coches que se arrastraban por el asfalto emparchado yendo y viniendo del congestionado centro de Salster.

La televisión, que previamente había perdido interés a la luz de un silencio unánime y poco cooperativo de las autoridades del colegio, había regresado atraída por los rumores de renovación del conflicto como niños ante el grito de «pelea» en el patio de juegos. La institución no había retirado la solicitud de declaraciones juradas y los inquilinos persistían en su negativa de proporcionarlos; se había montado el escenario para un enfrentamiento entre «académicos de torre de marfil contra honestos hijos de la tierra» que incentivaría el índice de audiencia.

Mientras el equipo de transmisión de exteriores finalizaba los rituales electrónicos, Damia y Norris retomaban una conversación que empezaba a hacerse habitual en su relación laboral.

—Damia, debes comprender que esto es lo único que puedo hacer para limitar los daños. Créeme, comprendo que es un desastre en cuanto a relaciones públicas, pero no me queda otra salida.

—Sí, ya lo sé. Tienes la responsabilidad de todo y ningún poder.

La frustración de Damia se debía, al menos en parte, a que sabía que Norris era víctima de sus propios instintos democráticos. Meses antes, un miembro del consejo administrativo había presentado una moción para tratar la venta de parcelas de tierra del colegio. Tras un debate notoriamente enérgico, según se informó, se votó a favor de seguir adelante con la propuesta.

—No soy fanático de las teoría conspirativas —dijo Norris cuando explicó la situación—, pero me pregunto si la moción no se presentó para provocar una crisis.

—¿Dirigida por mí otra vez?

El suspiro de Norris fue audible, como si se preparara para recitar su papel de un solo tirón.

—Vender la tierra es un tema controvertido, en particular cuando supone el problema de edificar en terrenos de zonas rurales. Admito que podríamos generar mucho capital...

«¿Edificar?». El entusiasmo de Damia era tal que se olvidó de los inquilinos al instante.

—Edmund, podrías hacer un gran negocio si vendes a los promotores inmobiliarios...

—Pero ese tipo de decisión también origina enormes resentimientos. —Norris ignoró la interrupción y desvió la mirada—. Mi argumento de que tenemos un contrato social con nuestros inquilinos y que no podemos decidir en forma arbitraria dividir el colegio y las tierras sin consulta... bueno, no prevaleció.

—¿Qué fue lo que cambió el voto?

—El carácter persuasivo de Charles Northrop. Es economista, Damia, y sabe de qué habla cuando a negocios se refiere.

—¿Y ese es el tema conflictivo, verdad? —El tono de Damia era neutral—. La economía dura del decano contra la tradición y el contrato social.

—Sí, es así cuando estás tan cerca de la bancarrota como lo está hoy Toby.

El líder de los huelguistas, Rob Hadstowe, empezó a batir palmas en actitud irónica mientras Norris y Damia atravesaban el arco noroeste del colegio. El aplauso, imitado por el resto de los huelguistas, fue grabado como ruido de fondo por la gigantesca jirafa del micrófono que se inclinaba para seguir a la presentadora de la emisora televisiva en escena, Abbie Daniels.

—¡Doctor Norris, doctor Norris!

Norris alzó una mano imponiéndole silencio.

—¿Podemos hacer esto con cierta dignidad?

La periodista se detuvo en forma abrupta, dejando que la mano que arrojaba el micrófono en dirección a él cayera a un costado.

—¿Y eso qué significa?

—Una entrevista sensata con el señor Hadstowe en mi oficina.

Un rumor repentino de alboroto corrió entre los huelguistas que arrastraban los pies, desviando la atención de Damia lejos de Abbie Daniels.

Una figura que Damia reconoció al instante bajaba de un coche que ronroneaba de forma ilegal sobre las líneas amarillas al lado de la Puerta Romana. Puso una mano en el brazo de Norris apuntando con la barbilla al recién llegado.

—Tenemos problemas.

Más tarde, mientras Damia observaba el espacio de dos minutos en el noticiero de televisión local, tuvo que reconocer con admiración la habilidad del editor. De la pantalla surgía una mayor coherencia que la que en realidad había tenido el caótico intercambio de opiniones.

—Todavía no se ha llegado a una decisión firme sobre la venta de la tierra. —Norris hablaba con el tono de superioridad calmo y reconfortante de quien le habla a un suicida que está sobre una cornisa—. Se trata solo de una de las posibilidades que el consejo rector se ve obligado a contemplar mientras consideramos la futura seguridad financiera de la institución. Pero, ya sea que coloquemos o no nuestras tierras en el mercado, es impensable que el colegio se mantenga en una posición en la que no puede probar la titularidad de sus propiedades. Tenemos que solucionar el problema de la documentación, sea lo que sea lo que nos depare el futuro.

La leyenda de identificación al pie de la pantalla se encendía y apagaba mientras Norris era reemplazado en el visor de la cámara y la voz de Abbie Daniels señalaba que el líder de los inquilinos, Robert Hadstowe, veía las cosas desde una perspectiva diferente.

—Está muy bien que el doctor Norris diga que no hay un plan final y definido de vender la tierra —decía Hadstowe, que no podía enmascarar bien el tono de emoción de su voz—, pero si es tan solo una vaga idea que podría o no concretarse en algún momento en el futuro, ¿por qué el colegio no está preparado para negociar con nosotros los términos de venta si alguna vez hiciera uso de esa posibilidad? —Su imagen parpadeó de una forma casi imperceptible durante un empalme de la filmación—. Pensamos que lo justo es que si el colegio decide vender la tierra, se les ofrezca a los inquilinos la primera opción de compra, en lugar de venderles a los promotores, que encontrarán una forma de librarse de nosotros.

El rostro de Hadstowe desapareció con el acompañamiento de otras frases pronunciadas con la monotonía del acento regional de Abbie Daniels y apareció «Sir Ian Baird, el rector de Northgate College». Por lo que Damia sabía, Ian Baird, jamás había jugado rugby profesional, pero su físico enorme y brutal habría sido muy adecuado para ese deporte. Su voz, agradable y culta, resultó una sorpresa.

—Esta desgraciada crisis es una prueba más de que las pequeñas instituciones que existen aquí en Salster encontrarán cada vez más difícil sobrevivir en las actuales circunstancias económicas. Si todos los colegios entraran dentro de una estructura universitaria formal, como yo y otros creemos que debería suceder, y por la que determinadas funciones son delegadas a empleados universitarios en lugar de que cada colegio duplique el personal, ahorraríamos muchos recursos financieros. La única forma eficiente de que los colegios de Salster respondan a los desafíos del siglo XXI es como una universidad adecuadamente incorporada. Por más que ame a Salster tal como es, por desgracia todo lo demás es un anacronismo sentimental.

La interrupción de Norris fue dejada en tiempo real, aunque sus frases iniciales de incredulidad: «Ah, vamos Ian, a ti no te gusta para nada Salster tal como es» fueron cortadas, presumiblemente, porque indicaban demasiada humanidad en él, a quien la noticia estaba decidida a representar como un dinosaurio sin tacto.

—Northgate tiene un parecido muy remoto a un colegio tradicional de Salster. —Norris volvió a mirar la cámara—. No tiene nada que ver con cuando se fundó o con la antigüedad de los edificios —dijo con calma, impidiendo el intento de interrupción de Baird—. Tiene que ver con el ethos. Creo que la tarea de los colegios de Salster es enseñar a los jóvenes a pensar, a ser críticos, a cuestionar la sociedad en que viven para que se transforme en un espacio mejor donde se pueda vivir...

Baird intentó otra vez interrumpir fuera de cámara.

—Sí, Ian, lo confieso: estoy hablando de una educación liberal y no me avergüenzo de ello. Sé que está de moda hablar de la relevancia de la educación y del material enseñado, pero creo que enseñar a pensar, a analizar y a ser críticos es algo que no depende de eso. Y también creo que debería ser un asunto independiente de los negocios a quienes se atraiga para financiar materias específicas o campos especiales de investigación.

Se escuchó un comentario incomprensible de Baird al que Norris replicó:

—El que paga al flautista, tiene derecho a escoger la melodía, Ian, y creo que nuestra tarea en Salster debería ser comentar la melodía y decir «apesta» cuando eso sea verdad.

Fuera de cámara, la voz del entrevistador, desviándose de ese paréntesis, remarcó que las muy publicitadas dificultades económicas de Kineton y Dacre debían de ser embarazosas para Northgate como colegio asociado.

Baird se las arregló para dar la impresión de que estaba compungido e irritado al mismo tiempo.

—Sí, así es. —Hizo una pausa momentánea—. Nadie, y el doctor Norris menos que nadie, puede desconocer mi punto de vista —continuó mientras echaba un vistazo al costado del objetivo como asegurándose del nivel de conciencia de Norris—. Creo que ha llegado la hora de que los colegios de Salster abandonen el sistema arcaico en dos niveles: colegios de fundación y colegios asociados. Es degradante para estos últimos (algunos de los cuales existen desde hace doscientos años) seguir insistiendo en que solo pueden otorgar títulos y participar de la vida comunitaria colegial pegándose a la cola de un colegio más antiguo, llamado «de fundación». Es insultante, pasado de moda y atrofiante para el desarrollo continuo de Salster como un lugar de educación e investigación de nivel mundial. Si todos pertenecieran de manera igualitaria a una universidad (en lugar de que cada uno de los colegios de fundación actuaran como una entidad absolutamente independiente, que otorga sus propios títulos y selecciona a sus estudiantes sin relación con los otros colegios), nos encontraríamos en una posición mucho más sólida cuando llegara el momento de negociar la administración de los fondos. Es evidente que los colegios pueden funcionar juntos con eficacia, si no fuera así no tendríamos ningún departamento de ciencias en Salster, pero debemos tratar esto como un tema urgente.

Se le preguntó a Robert Hadstowe si creía que la crisis financiera de Kineton and Dacre se hubiera evitado si los institutos estuvieran incorporados a una especie de federación donde cada uno asumiera la responsabilidad del bienestar financiero del conjunto.

—Bueno, es obvio; si existiera algún tipo de planificación centralizada para decidir cómo debería albergarse a los estudiantes universitarios en una ciudad tan pequeña y tan poblada de estudiantes como Salster, quizá Toby (es decir, Kineton y Dacre College) no se habría metido en este follón...

—¿Se refiere al nuevo complejo universitario que ha desbordado el presupuesto de una forma tan espectacular?

—Sí, un diseño maravilloso y al que, como universidad, deberían aspirar los colegios de Salster, pero me parece absurdo esperar a que ellos puedan darse el lujo de semejantes emprendimientos, salvo que estén mucho mejor dotados que Kineton y Dacre.

Damia apretó el botón de apagado del control remoto y repitió mentalmente la escena que se había producido después de que la gente de la televisión se hubiera retirado. Baird, mudando la suave bonhomía por el pugilismo verbal, le aseguró a Norris, sin lugar para el equívoco, que si él no votaba por la abolición del sistema de colegios asociados en la próxima reunión del consejo del colegio y no apoyaba su propuesta de que éste organizara un grupo de trabajo para considerar el desarrollo de la estructura universitaria formal, entonces: «Compraré tu parte, Ed. Y no creas que no cuento con el apoyo de tu propia gente. De una forma u otra, más pronto que tarde apartaré a Northgate de tus incompetentes prácticas».

Testamento
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