Capítulo 14

Salster, junio de 1387

La primavera del año 1387 de Nuestro Señor era tan brillante a los ojos de Simon de Kineton y tan llena de promesas como un penique recién acuñado. Aunque el tiempo era inseguro cuando menos, y los días soleados pocos, el humor de Simon renacía tras la resolución final del disputado derecho de Daker sobre las tierras del colegio. Durante interminables semanas apenas durmió y pasaba las horas que precedían al amanecer y después del crepúsculo trabajando a la luz de las velas en el taller de bocetos junto al cobertizo, porque no soportaba estar alejado de las obras que había temido no ver empezadas nunca.

Mientras las celidonias en los setos y los acónitos en los bosques daban paso a los escaramujos y a las estrelladas, Simon pasaba los días supervisando las etapas finales de la demolición de los negocios aplazada desde hacía tanto tiempo y esperando cavar los cimientos tan pronto se pudiera.

Gwyneth, cuya ansiedad por ver terminada la disputa y que comenzara la edificación se había atenuado a sabiendas de que, con tal resolución, Simon intentaría volver a atraerla al terreno de su oficio, estaba sobre ascuas mientras esperaba que él mencionara el cimborrio.

El libro con los patrones de Ely le había mostrado a Gwyneth que, después de todo, aquella labor estaba dentro de sus posibilidades, siempre que pudiera contar con obreros y artesanos cualificados como los que había tenido en otros edificios, pero aun así le negaba a Simon la promesa de su maestría.

El tema, igual que un perro muerto a quien nadie le corresponde enterrar, inficionaba lentamente el aire mismo que respiraban. Pero no era el único motivo que los dividía. Gwyneth lo reconoció para sí, si bien no se lo manifestó a ninguna otra alma viviente.

Aunque no pensaba más que en el tierno cuidado de su hijo, no había dejado de notar la mirada sin amor que Simon les dirigía a ella y al niño. Lo observaba por encima de la cabeza de Toby cuando éste tomaba el pecho y la expresión que veía en sus ojos le helaba el alma, pues por mucho que Simon hubiera anhelado al niño, era evidente que ahora lo odiaba. Si los años de espera habían sido largos, los minutos en que los tres se encontraban en mutua compañía eran más largos aún y no menos llenos de angustia.

Gwyneth luchaba una y otra vez por convencerse de que el hecho de que Simon no demostrara amor o aceptación por su hijo no eran más que celos y resentimiento ante su reticencia a quedarse en la casa y ser solo madre. El techo —el maldito cimborrio— le importaba más que su hijo, se decía ella. Y de ese modo alimentaba su resentimiento contra Simon y era capaz de resistirse a él.

Pero ahora se encontraba una vez más frente a ella, con el libro de patrones que se había transformado en el centro de toda la enemistad que había entre ellos, en la mano.

—Gwyneth, no te rogaré. No puedo obligarte a que hagas esto por mí; tenía la esperanza de que desearas hacerlo por ti misma. Sabes que la tarea no está más allá de tus posibilidades.

Gwyneth guardó silencio, sabiendo que él no había acabado, que todavía no se requería ninguna respuesta.

—Tú misma dijiste que con estos principios —agitó el libro frente a ella— puedes diseñar y construir tu propio techo. No está por encima de tu habilidad.

—No. —Lo dijo con serenidad, agregando un: «no lo está», para que supiera simplemente que ella coincidía con su opinión.

—Luego no hay nada que te aparte del taller de dibujo —gritó Simon dominando a ojos vista su enojo.

—Nada, excepto Toby.

—¡Por el amor de Dios, mujer! No te estoy pidiendo que construyas el techo hoy mismo. Solo deseo que me demuestres que accedes y me des cierta tranquilidad para la terminación de la obra. Sabes que sin ti no puedo poner el techo. ¡Cómo puedo seguir edificando, sin saber nunca si me harás el favor de hacerlo!

Los ojos de Gwyneth se dirigieron con un movimiento rápido e involuntario a la cuna, donde Toby se encontraba despierto. Como sabía que Simon lo había advertido, trató de aplacarlo.

—Simon...

Pero Simon no estaba dispuesto a dejarse aplacar. Quería que le diera su promesa.

—Con el tiempo, el niño te necesitará menos —dijo con voz casi suplicante—. Y cuando llegue el momento de techar el colegio, podrás dejarlo...

Gwyneth se tapó la cara con las manos, para no escuchar sus ruegos insistentes y armarse de coraje.

—Simon, tú y yo sabemos —dijo por fin, descubriéndose la cara y mirando a su marido con los ojos nublados por la presión los dedos—, que Toby me necesitará mucho más tiempo que la mayoría de los niños. —Lo miraba de hito en hito, pero él no dijo nada—. No tiene fuerza en las fibras musculares —continuó—, por eso se le desvía tanto un ojo del otro y es tan difícil que sus brazos y piernas se queden quietos. —Aún no había reacción de parte de Simon y debió continuar—. Me necesita hasta para mantener la cabeza erguida, Simon, y no dejará de necesitarme como lo hacen otros chicos...

—Pero Alysoun ama al niño. —Parecía que las palabras se arrancaban a la fuerza de la boca de Simon—. ¿No puede ser ella quien lo cuide?

Embargada de dolor por la frialdad con que Simon recibía sus palabras, Gwyneth sollozó:

—Simon, ¿eres sordo para todo lo que no te conviene? Alysoun ama a Henry y se casarán, no sé cuándo, y tendrá hijos propios. Yo tendré que cuidar a Toby porque conozco sus necesidades.

Se puso de pie y se habría acercado a Toby que lloriqueaba, pero Simon se enardeció y se interpuso entre ella y la cuna.

—No, Gwyneth —dijo—, tú no las conoces; conoces las tuyas y las ves reflejadas en él. Porque debes tenerlo siempre cerca, crees que necesita estar abrazado a ti todo el tiempo. No quieres ninguna otra compañía y por eso crees que él quiere estar siempre contigo, con una cercanía asfixiante. Necesitas y quieres hacer cosas por él porque crees que no puede hacer nada por sí mismo.

Giró en redondo y arrancó de un tirón las mantas que cubrían a su hijo.

—Míralo, Gwyneth, y fíjate lo que has hecho de él. Sus fibras son débiles, dices, sus miembros caen desmadejados. Si lo hubieras fajado, como te aconsejaron, esas fibras se habrían tonificado, pero ahora se han estirado y enflaquecido por dejarlo acostado como él quiere o apoltronado en tu regazo. Y si siempre lo llevas alzado contra ti —hizo la mímica con la parte interna de su brazo, demostrando que observaba a Gwyneth mucho más de lo que ella había supuesto—, ¿cómo puede aprender a mantener erguida la cabeza? Tu devoción lo ha debilitado. ¡No es que te necesita más, Gwyneth, sino menos!

Gwyneth estaba de pie junto a la cuna; la sorpresa y el dolor le impedían hablar o siquiera moverse para coger al niño que lloraba.

Cuando al fin recobró el habla, dijo en voz baja, con la mirada puesta en Toby:

—¿Y los ojos? ¿Cómo hice para debilitarle los ojos, Simon?

—A menudo es así con los niños, los ojos se fortalecerán con el tiempo.

—Nunca he visto un niño tan aquejado de los ojos, Simon. Y vi muchos niños... muchos más que tú. Créeme cuando te digo que sus ojos nos muestran la verdad... que en él hay algo que no es como debería. Podrá crecer como los otros, con el tiempo, no puedo decirlo... pero no es como es porque lo he amado.

—No digo que sea porque lo has amado, Gwyneth, sino porque tu amor no ha sido sensato; nadie te aconsejó, has hecho lo que te parecía...

—Y si soy como tú en eso —estalló—, ¿quién puede culparme? He vivido la mitad de mi vida contigo, Simon de Kineton, ¡tú me has aconsejado y he aprendido de ti!

Volvió a producirse un impasse de silencio entre ellos, llenado por el llanto de Toby. Simon observó cómo Gwyneth cogía al niño y lo acariciaba, entonces giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Testamento
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