Capítulo 52
De: CatzCampbell@hotmail.com
A: Damiarainbow@hotmail.com
Asunto: Neil Gordon
Damia, siento que me ocultáis algo... ¿Neil está en Salster trabajando contigo en el mural? Háblame, por favor.
Damia cerró de golpe la puerta de entrada tras ella y salió bajo la luz brillante del sol de una mañana que sin ninguna duda era de primavera, con los ojos doloridos como si tuviera arenilla por la falta de sueño. Una noche entera sin dormir era un tiempo muy breve para redactar una respuesta satisfactoria al correo de Catz. Aunque al principio no pudo entender cómo había descubierto su amante que Neil estaba en Salster, Damia llegó a la conclusión de que debía de haber ingresado al sitio web del colegio y leído el nuevo blog con el vínculo del Proyecto del Mural y las revelaciones de Neil sobre Toby.
La implicación de que Catz debía de haberse registrado como miembro del proyecto provocó en Damia una respuesta inesperada. Pese a que, hasta una semana antes, habría rebosado de alegría al ver que Catz se involucraba en el trabajo de Toby, en aquel momento sentía que invadían su territorio y espiaban sus actividades.
Era evidente que su decisión de no salir corriendo a Nueva York, aunque decepcionante para Catz, no le había indicado a su amante que era el final efectivo de la relación.
Catz no era la única persona que se había interesado en el contenido del blog de Damia. La semana que siguió al debate había atraído un interés considerable.
Mientras meditaba en la relación dueño-arrendatarios que existía entre el colegio y los que trabajaban sus tierras, y se preguntaba si eso suponía un cambio de percepción de la lucha de clases a una empresa conjunta, la bandeja de mensajes se inundó de opiniones que iban de la línea dura marxistas-leninistas a nociones más tibias y vagas sobre la fraternidad humana.
Cuando dio a conocer la noticia de que Toby Kineton había muerto ahogado inmediatamente después de la desaparición de John Dacre e hizo conjeturas sobre cómo era posible que un niño discapacitado de ocho años se hubiera ahogado en las aguas de un riachuelo desbordado como el Greyling, las respuestas variaron desde un extenso tratado sobre la muerte infantil en la Edad Media hasta teorías conspirativas que consideraban a la Iglesia como un semillero de cazadores de brujas.
Una semana después de los acontecimientos en el JCR, caminaba hacia el colegio a paso seguro, sabiendo que ya no tenía que soportar el acoso de los huelguistas en la Puerta Romana o en el Patio de Toby. Los días que siguieron al debate vieron disminuir su número rápidamente a cero.
Toby ya estaba a la vista cuando de pronto sonó el teléfono cogiéndola por sorpresa. Rebuscó en la cartera, lo sacó y lo abrió.
—¿Hola?
—¿Damia, has salido ya de casa? —La voz de Norris sonaba monótona y controlada.
—Sí, estoy en la Puerta Romana.
—Bueno, prepárate: han destrozado el colegio.
Era peor que la escena que había evocado en su imaginación durante los segundos que tardó en hacer corriendo el resto del camino hasta Toby. Si bien las obscenidades pintadas en rojo con aerosol sobre las piedras del Patio y las luces rotas y hechas añicos alrededor del Octógono eran simplemente lo que había esperado, Damia no se había preparado para la importancia del daño causado al propio Octógono.
Las enormes ventanas del Gran Salón, cuyos cristales habían sobrevivido, en algunas pequeñas zonas, a la Reforma, a la Commonwealth, a la Restauración y al bombardeo aéreo de la Segunda Guerra Mundial, estaban destruidas. Pedazos de plomo rotos y hechos un embrollo colgaban torcidos o doblados hacia adentro de los alféizares y molduras, dibujando la trayectoria de los proyectiles que habían perforado el cristal y el metal rompiéndolo y retorciéndolo.
Damia levantó una mano temblorosa para que Norris no siguiera avanzando y recorrió en silencio el Octógono, mientras su mente borraba todo lo que veía en el Patio y se concentraba en el edificio arrasado.
Todas las ventanas se encontraban en el mismo estado. Unos pocos cristales, pequeños, algunos intactos, la mayoría rotos en forma irregular, colgaban del marco de plomo en los bordes exteriores y ángulos donde los parteluces se unían con las molduras decorativas; el resto había sido arrancado. La extensa superficie de cristales verdosos y nervados de plomo que habían llenado las enormes ventanas de Simon de Kineton había desaparecido.
En medio de la multitud que se congregaba, el Octógono lucía viejo y abandonado, despojado de su dignidad, como una duquesa octogenaria, con el rígido decoro destruido de un golpe.
Norris se aproximó y se paró a su lado mudo.
Damia se volvió hacia él, conmovida por la consideración que le mostraba, pero muy consciente de que el sentimiento de devastación de Norris debía de ser igual, si no superior, al suyo.
—¿Adentro cómo está? —La pregunta parecía sorprendentemente banal y, en cierto modo, muy prosaica.
Norris meneó la cabeza.
—No lo sé. Cuando telefoneé a la policía, me dijeron que no entrara y que no dejara ingresar a nadie más. —Levantó la cabeza. Su cara era el vivo retrato de la desesperación y la ira controlada—. Me imagino que ahí dentro hay una carnicería. Vidrios, astillas... ruego a Dios que no hayan dañado los murales.
Sus palabras hicieron que a Damia se le pusiera la piel de gallina con la aprensión.
Los hechos eran simples según lo que la policía había establecido.
Alrededor de las 2.30 a.m., una pandilla de jóvenes había entrado al colegio armada con carritos de compras llenos de ladrillos. En un acto bien pensado y premeditado, cuatro de ellos habían procedido a arrojar ladrillos a las ocho ventanas del Gran Salón hasta que todas, grandes y pequeñas, quedaron totalmente hechas pedazos. Los parteluces de las ventanas y las molduras también habían sufrido un daño bastante considerable, junto con las paredes que estaban a cada lado de las ventanas.
—Parece que no tenían mucha puntería —había dicho el sargento en un vano intento de alegrar el ambiente.
Entretanto, los dos restantes habían tirado abajo las luces halógenas del Patio y hecho pintadas obscenas en el suelo con spray. En total habían tardado menos de dos minutos, después de lo cual los jóvenes, desafiados y perseguidos por un par de estudiantes enfurecidos y a medio vestir, escaparon y dejaron los carritos en los que todavía quedaban algunos ladrillos sin arrojar.
Una buena parte del episodio había sido captado con la cámara fotográfica de un teléfono: un estudiante, despertado por el ruido, en lugar de enfrentar a los vándalos, había tenido la presencia de ánimo de filmar la destrucción desde la ventana del primer piso. La policía se había llevado el aparato para analizar las fotos y había cubierto automáticamente con talco los carritos para preservar las huellas, aunque, por la pobre calidad de las imágenes captadas, parecía que todos los jóvenes usaban guantes gruesos.
En el Gran Salón, el daño resultó menos grave de lo previsto. Dos de las mesas de comedor estaban llenas de marcas profundas, dejadas por la voladura de ladrillos, y algunas de las tablas del piso estaban golpeadas y melladas, pero, como la rotura había sido hecha a través de los cristales emplomados, el efecto de frenado de los mismos hizo que por suerte ningún ladrillo hubiera tenido el ímpetu suficiente para llegar hasta las pinturas de la pared.
A pesar de los buenos esfuerzos de la policía por mantener a la gente alejada de la escena del delito, no se pudo impedir que los estudiantes de Toby se reunieran en grupos pequeños en el Patio del Octógono. La magnitud del vandalismo parecía transformar el mero trabajo en algo inapropiado y hasta canallesco, y durante toda la mañana los tobienses salían de las bibliotecas y clases para quedarse de pie rodeando el perímetro del patio, detrás del cordón policial.
Damia y Dominic Walters-Russell organizaron entre ambos aquella necesidad no canalizada de hacer algo. La oficina de Damia se convirtió en una sala de operaciones ad hoc, de modo que trajeron todos los ordenadores portátiles disponibles para hacer funcionar la red inalámbrica de administración del edificio. Los equipos formados por estudiantes recibieron entonces listas con las direcciones de correo de ex miembros para que los pusieran al tanto de la noticia del vandalismo y les solicitaran ayuda.
—No os daré ningún modelo de mensaje —les dijo a los voluntarios—. Presentaos, informadles cómo acceder a las imágenes en el sitio web y decidles cómo os sentisteis al ver lo que había pasado esta mañana en el colegio. Los sentimientos personales siempre serán más efectivos que cualquier pronunciamiento oficial. Y no os olvidéis: indicadles con el mayor tacto posible la página de donación del sitio. Ah, y decidles que hacéis esto porque os pareció que debíais hacer algo, no porque os reclutaron. Eso tiene la ventaja de ser cierto y podría estimular el deseo de intervenir y hacer algo de algunas personas. —«Como darnos mucho dinero», agregó en silencio.
Como las cocinas, junto con el resto del Octógono, habían quedado fuera de los límites establecidos por el cordón policial, Damia envió a uno de los voluntarios a recoger una cantidad apropiada de tazas entre los estudiantes que vivían en el Patio del Octógono y esperaba que su cafetera eléctrica diera abasto con un torrente ininterrumpido de café. Otro estudiante servicial fue despachado a la panadería más cercana.
Damia mientras tanto actualizó el blog.
Blog de Toby
Hoy no es un buen día para Toby. Aquellos que son parte de nuestra red online de miembros tal vez ya sepan el porqué; los estudiantes se ofrecieron a enviar correos durante todo el día en respuesta a la destrucción de anoche.
Para los que todavía no lo saben, hacer clic aquí para ver lo que hicieron los saboteadores en el Octógono y el Patio ayer noche.
Habiendo dicho que este es un día horrible, también debo decir que da muestras de ser conmovedor y extraordinario, un día que me hace comprender cada vez mejor que Toby no es solo el lugar adonde los jóvenes llegan a estudiar durante tres o cuatro años, ya que durante ese lapso Toby se convierte en su hogar. No solo porque aquí es donde comen, duermen y trabajan, sino porque se les hace sentir que pertenecen a este lugar, que este es su colegio y que ellos son quienes hacen que sea lo que es. Y no sólo durante estos breves años, sino para siempre. El que fue tobiense una vez, siempre será tobiense.
Y ellos han querido hacer algo. Incluso con los exámenes finales que para algunos ya están encima, el trabajo ha sido relegado frente al deseo de luchar contra el saqueo sistemático del edificio que es el corazón de nuestro colegio.
Porque lo que se destruyó no solo fueron los cristales, por antiguos e invaluables que sean, sino la presunción de una coexistencia pacífica que existía entre este lugar y la ciudad en la que siempre fue el colegio preferido, hogar del espíritu mismo de Salster.
La acción de seis jóvenes nos plantea preguntas difíciles de responder acerca de esa relación y nadie en Toby sabe muy bien cuáles son las respuestas, porque esto no da la sensación de ser un acto oportunista. Hubo que comprar una gran cantidad de ladrillos, robar carritos de la compra y reunir las dos cosas al amparo de la oscuridad, y transportarlas al Octógono.
Ninguna de las pintadas en las piedras sugieren motivo u ofensa alguno, pero la policía sospecha que hay una vinculación con los problemas económicos del colegio.
¿Quién sabe?
Lo que sé es cómo me afecta. Los estudiantes no son los únicos que terminaron por considerar a Toby como su hogar. Tengo que reconocer que experimento una sensación visceral de insulto personal respecto a lo que hicieron con el Octógono. La rotura de las ventanas y la destrucción de cientos de años de historia no es nada en comparación con la sensación de violación que siento, debido a que esas personas pudieran entrar en este lugar, un lugar de confianza abierta sin puertas ni personal de seguridad, para traicionar por completo esa fe. Me duele el corazón.
Me doy cuenta de que había llegado a considerar a Toby como un santuario no solo para los estudiosos y los maestros, no solo por su personal, del que me enorgullezco de ser parte, sino también por la ciudad. Es posible que sea una élite académica, pero no tiene enormes puertas que excluyen a nadie, no tiene carteles que dicen: «Manténgase alejado», no es un recinto «Exclusivo para socios». Cualquiera puede entrar aquí sin ser mirado con sospecha. Puede mirar, admirar, asombrarse y aspirar a ser parte de este lugar.
Sin embargo, anoche vinieron cinco personas con ladrillos y pintura en aerosol. Miraron, despreciaron, se burlaron y denigraron el lugar. Y todos, ellos incluidos, nos empobrecimos por su causa.
Una vez enviado el blog, dio vueltas por la habitación leyendo los mensajes de e-mail.
Bueno, aparte del impacto, ¿qué significa todo esto para Toby? Desde una perspectiva financiera, es un desastre. Como edificio protegido perteneciente a la Categoría I,