Capítulo 16

Salster, agosto de 1388

—¿A Henry no le importa que tú misma lo alimentes? —le preguntó Gwyneth a Alysoun cuando se abrió el vestido para darle el pecho a su hijo de cuatro meses.

—Ya conoces a Henry mamá. Todavía no es capaz de considerarse como un hombre al que sirven y rinden pleitesía. Puede admitir a cocineros y niños de cocina, puesto que casi no los ve, pero tener una mujer sentada con nosotros alimentando al pequeño Sim... los ojos se le salen de las órbitas de pensarlo.

—¿Y tú, muchacha? ¿Estás contenta?

Alysoun la miró con timidez.

—Mis amigas se ríen y sacuden la cabeza —le confió—, pero desde el instante en que nació no pude soportar que nadie más lo cargue. —Miró a su madre—. Es lo mismo que sentías con Toby.

Toby, sentado en la falda de su madre, se sobresaltó al oír su nombre y Gwyneth lo calmó con dulzura, acariciándole el pelo y los brazos y piernas para que volviera a quedarse quieto.

—Sí, pero me pareció que era la larga espera la que me hacía sentir así.

—Sea lo que sea, me lo has transmitido.

—No a través de la sangre, muchacha.

—No. —Alysoun la miró a la cara—. Quizás haya sido mediante tu amor.

Sonrieron, disfrutando de la intimidad que les permitía estar a solas con sus hijos.

—Simon extrañará a su pequeño tocayo mientras esté fuera —dijo Gwyneth apuntando con un gesto de cabeza al niñito que Alysoun acunaba.

—Contemplar cómo crece su iglesia lo compensará de no ver crecer a Sim durante un mes.

—No estés tan segura. Ama a ese niño, y no solo porque le pusiste Sim por él. —Apartó los ojos de Alysoun y se inclinó a besar la cabeza de Toby—. Además, el cliente de Norfolk resulta bastante fastidioso, motivo por el cual se despega con poco esfuerzo de Salster.

Se despega con esfuerzo de Salster y del colegio de Daker, pensó, pero se aleja con alegría de mí y de su hijo.

La noche antes de que Simon cabalgara hacia Norfolk habían intercambiado palabras ásperas y se había ido sin ser perdonado ni perdonar. El pequeño Sim había provocado la pelea pero, como siempre, el problema de fondo era Toby.

Gwyneth había visto toda la tarde cómo Simon jugaba con el bebé de Alysoun y Henry, agitando una llave que colgaba de una cuerda frente a él para ver cómo se estiraba y la cogía, ocultando la cara entre las manos y asomándola luego; soplando en la cara del niño y mirándolo arrugar los ojos y riendo tontamente. Gwyneth sentía por Sim la ternura apasionada de una abuela, pero el enamoramiento de Simon comenzaba a despertar en ella resentimiento hacia el chico. Sentía dolor por Toby cuando su padre lo ignoraba y jugaba encantado con un niño que no era suyo. Habiéndose adiestrado desde hacía mucho tiempo en dejar que Toby se quedara acostado a veces mirando lo que sucedía a su alrededor, había empezado a llevar a su hijo con ella a todas partes. Sentía su cuerpo tirante y huesudo, que era más liviano que el de otros niños de tres años, tenso contra su cuerpo, y buscó con caricias suaves suplir la cruel falta de atención de Simon.

Cuando lo tendió en su camastro, sobre un colchón suave hecho de ropa vieja envuelta en una sábana, vio que Toby miraba a Simon jugar con el bebé. El estrabismo de recién nacido de Toby nunca se había compuesto; sus ojos no podían funcionar juntos y Gwyneth, sintiendo la frustración de su hijo, le había envuelto un paño alrededor de la cabeza que le tapaba el ojo que parecía más desviado. Aunque ponía en blanco el otro ojo cada vez que movía la cabeza o levantaba un brazo, Gwyneth sabía que Tobías estaba mirando a su padre y a Sim. Miraba y veía y, a su manera trastornada algo comprendía.

El corazón de Gwyneth sangraba por el hijo menoscabado y el dolor de éste motivaba su protesta furiosa contra Simon.

—¿Cómo puedes babearte tanto con el pequeño Sim cuando jamás le echas una mirada a Toby? ¿No ves el dolor que le causas a tu hijo?

Simon se abstuvo con resolución de mirar a Toby, que dormía en su camastro, y dijo:

—No, no lo veo porque no existe nada de eso. El chico es incapaz de sentir dolor, por lo menos de esa clase. —Miró a Gwyneth con frialdad—. No me crees cuando te digo que no puede pensar ni sentir, Gwyneth, pero es así. El chico es un idiota, tiene menos sesos que un perro. Al menos, un perro puede venir cuando lo llamas.

—Un perro domina sus miembros. Toby sabe cuando llamas, y siente la crueldad de tu llamada porque sabes que él no puede acudir. —Miró fijo al hombre que tenía frente a ella—. Te has vuelto como la piedra que trabajas, Simon, duro e inflexible.

—No, no es así. —El tono de voz de Simon era monótono y desprovisto de emoción—. Eso es lo que tú quieres creer, Gwyneth. Así como quieres creer que la mente de tu hijo está sana cuando es tan claro hasta para un zoquete que él no es nada de eso. La mente está escrita en el rostro, Gwyneth; los que tienen la boca fláccida son idiotas, los inteligentes tienen la mirada aguda. Sus ojos se ponen en blanco pese al vendaje, sus facciones son fláccidas y no veo ni una chispa de inteligencia en ellos.

—¡Jamás lo miras!

—He mirado, Gwyneth. He... mirado, y dejé de mirar porque no hay nada que ver. El chico es deforme de cuerpo y alma. Ojalá nunca hubiera nacido. —Clavó en ella una mirada implacable—. Rogué por un hijo que prolongara mi nombre y mi habilidad y Dios se ha reído en mi cara. Este —lanzó un brazo en dirección a Toby, aunque sus ojos se prendían con firmeza a Gwyneth— es el hijo que me da. Esta es la bolsa de huesos temblorosos y cerebro desvariado que heredará lo que tengo.

Gwyneth, incapaz de seguir soportando sus palabras, apretó las manos contra los oídos, el rostro contorsionado de dolor mientras trataba de contener sus lágrimas amargas y furibundas.

Gwyneth había volcado todo su amor en Toby durante tres años y medio y había sentido su amor por ella. Había derramado lágrimas de amor por su incapacidad de articular ni siquiera un mínimo sonido entrecortado, por su dificultad para comer y beber sin que casi todo lo que se ponía en la boca escapara antes de que él pudiera tragar y por sus lastimosos y frustrados intentos por coger y sostener las cosas.

Parecía que cuanto más se esforzaba él en hacer algo, más lejos estaba de lograrlo. No podía mantenerse derecho, aunque ella lo sostuviera; sus brazos se disparaban hacia arriba, haciendo que la espalda se arqueara y se echara hacia atrás con todo el cuerpo. Y tampoco podía arrastrarse; puesto boca abajo en la cama de sus padres, Toby no podía ni siquiera levantar la cabeza y mirar a su alrededor, solo jadeaba y resoplaba sobre la colcha.

Pero no era el estado de Toby lo que le causaba el dolor más terrible, sino la dureza de Simon con él. Parecía que había terminado por verlo como un ser sin esperanza, un ser cuya necesidad de alimento y amparo debía satisfacerse por simple deber cristiano y cuya vida llegaría a su fin lo más rápido posible si Dios era misericordioso.

Toby había abierto un abismo entre ambos que Gwyneth se sentía impotente para sortear.

—Cuando Simon regrese, la temporada de construcción casi habrá terminado —dijo Alysoun, mientras reacomodaba los pliegues de su vestido y sostenía a un feliz y abotagado Simon sobre la rodilla.

—Sí, apenas queda un mes más, por eso tiene tanto interés en que se haga todo lo posible para adelantar el trabajo.

—¿Es verdad que les pagará a sus albañiles para que trabajen todo el día en los días de fiestas menores?

Gwyneth lanzó una carcajada.

—Sí, es verdad. —Cambió a Toby de posición en su falda y señalando el alféizar de la ventana dijo—: Mira, Toby, ¡un pájaro! —El ave desapareció en un frenesí de alas cuando esforzándose por mirar hacia donde su madre señalaba, Toby agitó sus mal controlados miembros haciendo un movimiento violento. Gwyneth, previendo la acción, había levantado las manos para impedir que sus brazos volaran hacia arriba, pero no había previsto el repentino espasmo de Toby, que casi lo había hecho caer en su falda—. Tranquilo, hijo —dijo, tirándolo con suavidad hacia atrás—, tranquilo, vamos. —Volvió a prestar atención a Alysoun—. Ya sabes cómo son los canteros, se la pasan rezongando por la falta de pago de los días feriados que caen tan a menudo. Simon les ha dado la posibilidad de ganar el dinero que reclaman con tanto interés. Y parece que la mayoría trabajará.

Pero los días de fiestas de guardar son días sagrados decretados por la Iglesia y es temerario alterar la costumbre donde hay intereses de la Iglesia. Según era su costumbre, Robert Copley, obispo de Salster, residía en la ciudad en el verano, y si Simon esperaba poner en orden sus asuntos como a él le parecía mientras el obispo miraba, desgraciadamente se equivocaba.

Testamento
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