27.

“Dirudienez, ez zande armaturik,” Veo que no vas armado, me dijo Ezpeleta en euskera.

A pesar de que era nuestra lengua materna, siempre nos habíamos comunicado en castellano y se me hacía raro utilizar ese idioma con él.

“No sé si nos estarán escuchando, o no, pero si es así, no veo ningún motivo para facilitarles su trabajo. Si están realmente interesados en saber lo que decimos que busquen a un intérprete”, se explicó.

Como siempre Ibon iba un paso por delante de mí, y no sería tarea fácil para los servicios de seguridad de las Marcas Globales encontrar a un traductor de nuestra lengua con rapidez. Me había advertido del peligro de que nos espiasen, y me había facilitado la forma de evitarlo, con una sola frase.

Le había localizado en la piscina, tumbado debajo de una sombrilla, con un montón de periódicos a medio leer en el suelo. Había comprobado la eficiencia del hotel, donde me facilitaron el traje de baño que llevaba, cuando me acerqué a él, y era evidente de que no podía esconder un arma con esa mínima vestimenta.

Siempre me fascinaba su capacidad de estar totalmente relajado, con una sonrisa afable y dando la impresión de no tener ningún problema en el mundo; sólo sus ojos le delataban, de vez en cuando, por la frialdad e inteligencia que reflejaban cuando se ponía en guardia. En estos momentos ése no era el caso y pensé que estaba genuinamente relajado, incluso hasta aburrido, por lo que agradeció mi llegada que rompería su tedio.

“¿Qué haces aquí?”, Le pregunté, nos conocíamos demasiado como para perder el tiempo en banalidades. “Y no me digas que estás de vacaciones”.

“Aunque parezca mentira, has acertado. Efectivamente, estoy disfrutando de un bien merecido descanso”.

“No me lo creo”.

“En realidad he venido a firmar una serie de acuerdos y contratos con las Marcas Globales. Alimentos naturales a cambio de componentes informáticos, cursos de alta cocina por medicamentos, patentes transgénicas por petróleo, ya sabes, nada que se salga de lo habitual. Este tipo de cosas, entran dentro de mi nueva responsabilidad de Consejero de Finanzas del Comité de la República de Euskadi. Se trata de una visita principalmente protocolaria y de buena voluntad, donde no existe ningún área de conflicto y que me permite relajarme a costa de mis anfitriones, en lo que son, a fin de cuentas, unas vacaciones”.

Era posible que lo que me estaba diciendo fuese verdad, pero no toda la verdad.

“Me dicen que te estás postulando para ser el próximo lehendakari”.

“Tal vez”, contestó Ezpeleta.

En cuyo caso su presencia en Marbella, o mejor dicho, su ausencia de Euskadi se debía a poderosos motivos. Me costaba creer que, mientras sus colegas y adversarios dentro del Comité de la República estaban conspirando para ver quién se convertía en el próximo mandamás, Ibon estuviese a más de mil kilómetros de distancia tomando el sol. Si de algo estaba convencido era de su ambición.

Le dije lo que pensaba y se rió de mí a la cara.

“Con lo astuto que eres para ciertas cosas nunca deja de sorprenderme tu ingenuidad para otras”, me comentó. Yo no entendía el motivo de ese insulto disfrazado con buen humor.

“Estoy aquí, lejos de Euskadi, precisamente para mantenerme al margen de esa lucha intestina por el poder. Estoy dejando que mis adversarios políticos se descalifiquen entre ellos. Sus pequeñas desavenencias personales se convertirán en odios insuperables, en cuanto cada uno de ellos sienta amenazadas sus aspiraciones”, me explicó.

“Divide y vencerás”.

“Más o menos”.

“Corres el riesgo de que se pongan de acuerdo, a tus espaldas y gracias a tu ausencia, para anularte”, le previne.

“Es improbable. Pienso más bien que, después de haber estado con las espadas en alto entre ellos, todos, cuando regrese, buscarán mi apoyo”.

“¿Y luego?”.

“Me darán su apoyo. Cada uno de ellos preferirá que sea yo quien acceda al cargo, antes de permitir que lo haga alguien con quien acaban de tener un agrio enfrentamiento personal”.

“Esa es tu teoría”.

“Ésa es mi estrategia”.

“Te deseo suerte”, le dije sin pensar y, en el fondo, creo que estaba siendo sincero.

“Gracias. Además, piensa que si no salgo elegido tampoco me habré enemistado con nadie y seguiré en el Comité”.

Esta explicación de su visita a Marbella me resultaba más creíble, encajaba perfectamente con la retorcida forma de pensar de Ezpeleta, sus habilidades como manipulador y su apetito por el poder. La acepté sin reparos y con la tranquilidad que me daba saber que ni Ezpeleta, ni, por extensión, Gonzalerría, estaban involucrados en las desavenencias entre Al-Andalus y las Marcas Globales, aunque fuese lateralmente. Por lo tanto, me podía olvidar de ellos como un posible elemento distorsionador y, si acaso, considerarlos como posibles aliados si hiciese falta.

Ezpeleta era un magnífico conversador, inteligente, divertido e irónico, y nos dedicamos a hablar de la situación actual en la República de Euskadi, en Al-Andalus, de antiguos amigos y enemigos, y de las mejoras que se podían conseguir en nuestros respectivos territorios. Pretendía dirigir la conversación hacia las Marcas Globales y, de forma que pareciese casual, empezar a hablar de Alex Stirling. No me hizo falta ser tan sutil, Ezpeleta me leyó el pensamiento.

“Bolto”, me dijo, “antes de que agotemos todos los temas de conversación, me gustaría que me indicases qué tipo de información pretendes sonsacarme”.

Apelé a su amplia experiencia como ejecutivo de las Marcas Globales, sin mencionar el hecho de que también ejercía, al mismo tiempo, de espía para la República de Euskadi, y le pedí su opinión acerca de la presencia de Alex Stirling en Marbella. Le resumí los comentarios que me había hecho éste acerca de los controles que soportaba, tanto del consejo de administración como de los propios accionistas de PeaceMakers Inc., y su percepción de tener las manos atadas a causa de esa situación.

“Ésa es la teoría”, comentó Ezpeleta.

“¿Y la práctica?”.

“Lo que te expuso Stirling”, continuó, ignorando mi pregunta, “es la versión oficial de cómo funciona el capitalismo, donde los accionistas son los propietarios de la empresa y el consejo de administración sus representantes, que velan por sus intereses y actúan como superiores de los ejecutivos. Este sistema hace ya mucho tiempo que dejó de ser efectivo, desde principios de siglo más o menos, aunque la mentira se sigue perpetuando”.

“No te hagas el interesante Ibon, y dime lo que me interesa saber”.

“Ten paciencia”, me reconvino. “En primer lugar, los accionistas, como individuos, han dejado de existir. Las Marcas Globales Financieras han conseguido, por un lado, canalizar todos los ahorros de los ciudadanos, bien sea a través de planes de jubilación, fondos de inversión, emisiones de bonos y hasta de humildes depósitos a plazo fijo, y, por el otro, invertir esos dineros en las acciones de las otras Marcas Globales propiamente dichas. En este sentido ya no existen propietarios de acciones, o de empresas, sino ejecutivos que gestionan carteras de inversión y cuyos objetivos no tienen porque ser los mismos que los de los pequeños accionistas, tal como se conocían antaño. En otras palabras, son los ejecutivos de las Marcas Globales Financieras quienes actúan como propietarios de las empresas sin haber arriesgado ni un solo céntimo de su patrimonio personal y, a su vez, son los que supuestamente deben controlar a otros ejecutivos, que son los que gestionan la operativa de las Marcas Globales. No hace falta que te diga que un perro no muerde a otro perro, y las connivencias entre los ejecutivos, sea cual sea su origen, están a la orden del día”.

“¿No hay nadie que pueda actuar como propietario?”.

“Es posible que eso ocurra en el caso de una marca menor donde una de las Marcas Globales Financieras haya conseguido un paquete de acciones importante, pero esto sería la excepción más que la regla. Los procesos de fusiones y adquisiciones, que han tenido lugar, diluyeron a cualquier accionista en una empresa original hasta tal punto que su participación en las actuales sería ridícula. Es más, yo te diría que, con un porcentaje extremadamente bajo, de un 0,5% por decir algo, en una Marca Global, como PeaceMakers Inc. o Sherahilton, su propietario, aparte de ser inmensamente rico, también sería su mayor accionista directo”.

“Entonces sí podría actuar como propietario”.

“Tal vez, aunque serían los propios directivos de la Marca los que lucharían con uñas y dientes para mantenerlo lo más alejado posible de ellos. Su influencia vendría, más bien, por el propio valor de sus acciones. Estaríamos hablando de un patrimonio enorme, que dudo que exista en la actualidad en el ámbito particular”.

“¿Qué hay del poder del consejo de administración?”.

“¿Qué poder?”, Me sonrió Ezpeleta. “Los miembros del Consejo de Administración son refrendados por los accionistas, o sea por otros directivos de las Marcas Globales, y son seleccionados por el propio presidente de la empresa. El ser consejero es una autentica bicoca, da prestigio, acceso a todos los actos de relevancia, y no requiere ningún tipo de trabajo que no sea el asistir a reuniones en lugares privilegiados donde los tratan a cuerpo de rey. En este sentido, la propia Marbella se ha convertido en uno de los lugares favoritos para efectuar los consejos de administración de las Marcas Globales ubicadas en Europa. Además de la falta de esfuerzo, los pagos que reciben en concepto de dietas son, cuanto menos, generosos. Hay cola para pertenecer a los consejos de administración de las Marcas Globales, y es el presidente quien decide qué individuos formarán parte de él. Con esto en mente es difícil que ninguno de los elegidos se muestre beligerante con el presidente, le deben su cargo y, además, son conscientes de que si optan por una actitud díscola, éste les cesaría y perderían sus prebendas. Hace ya mucho tiempo que los consejeros no ejercen la labor para la cual fueron instituidos”.

“No entiendo”.

“¿El qué?”, Me preguntó Ezpeleta.

“Las presiones que sentía Stirling. Como presidente de PeaceMakers Inc., según lo que me dices, elige a su Consejo de Administración que, por tanto, le apoyará y, como parte intrínseca del entramado de las Marcas Globales, no habría accionistas de suficiente peso para inquietarle. Por cierto, ¿cómo se le quita el sillón a un presidente de una Marca Global? Parece imposible defenestrarles”.

“Tu estancia en Al-Andalus te está ablandando el cerebro”, contestó. “Todo el idealismo que pretendes defender, el concepto de un hombre un voto, la igualdad y demás sueños, contradice lo ocurrido realmente a lo largo de la historia de la humanidad. A un presidente de una Marca Global se le reemplaza como a cualquier dirigente en una autarquía: después de una lucha de poder interna, de confabular, mentir y traicionar. Utilizando las mismas artimañas que en la antigua Persia, en la Florencia del Renacimiento o en el Politburó de la desaparecida Unión Soviética”.

“¿O en la República de Euskadi actual?”. Mi comentario no le ofendió, tampoco se dignó a rebatirlo.

“Si tu amigo Stirling está inquieto no es por los motivos que te dio, sino porque sospecha que hay alguna conspiración contra él”.

“¿Me estás contando todo lo que sabes?”.

“Te aseguro que no tengo ningún dato más. Únicamente te estoy hablando desde mi experiencia”.

“No es que me importe, pero me gustaría saber quién le quiere arrinconar”.

“No te puedo ayudar. No tengo ningún contacto en PeaceMakers”.

“Me interesaría saber más sobre sus motivos para estar aquí, en Marbella”.

“Tal vez esté guardando las distancias con su oficina central, puesto que es allí donde, generalmente, se cuecen los complots. Siguiendo una estrategia similar a la mía. O, simplemente, esté aquí de vacaciones. No lo sé. Existe otra posibilidad...”, dijo Ezpeleta, pensando en voz alta.

“¿Aparte de preparar la invasión de Al-Andalus?”.

“Para Stirling ése es un simple problema operativo, no sería algo que le preocupase en exceso”.

“¿Tú crees?”.

“Hay algo más, querido Bolto. Algo que ignoro, y que no me incumbe, y de lo que tú no sabes nada, pero que te podría afectar. Existe una variable adicional que desconocemos. Para Stirling aquí se está jugando algo más que el agua de Marbella”.

“Pensaba que yo era suspicaz y hasta paranoico, pero tú me superas”, era mi turno en utilizar la ironía.

“Hazme caso; piensa mal y acertarás. Marbella, Al-Andalus y el conflicto del agua sólo son piezas de ajedrez en la jugada de Stirling, y no las más importantes”.

Empezaba a dar cierto crédito a las palabras de Ezpeleta, sobre todo porque no le había mencionado la manera en que Stirling dejó que mi pequeña representación, ante Klein y Belair, tuviese el efecto que yo buscaba, sin motivo aparente. No me parecía el tipo de persona que hiciese nada sin vislumbrarle un beneficio o una ventaja posterior.

“No dejes que te convierta en uno de sus peones”, concluyó Ezpeleta la analogía ajedrecística.