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No hizo falta que Vicente me acompañara para obligarme a contactar con la Mente Global bajo la amenaza de rellenarme de perdigones. Acepté con toda la dignidad que pude el hecho de que, al menos intelectualmente, me había ganado la partida. No sería necesario forzarme físicamente a hacerme cargo de la cuenta de la Orden de Calatrava, lo haría voluntariamente, aun a sabiendas de los riesgos que esto conllevaba. Eso fue lo que le dije y, aun siendo cierto, no incluía todos los motivos para mi aceptación.

Utilicé a Kenyon para contactar con Stirling, en mi nombre, y que éste le devolviese su acceso a la Mente Global. Kenyon cambió el código numérico de la cuenta por uno de reconocimiento unívoco, que me identificaba como su nuevo titular.

Durante la espera a una reacción por parte del presidente de PeaceKeepers, llegó Susie maltrecha por su enfrentamiento con el mercenario. Su tiroteo con el mercenario me facilitó una pieza más del rompecabezas. Sin ser aparente, se trataba de un dato fundamental puesto que, por un lado, servía de nexo de unión entre los crímenes en serie y el conflicto del agua con las Marcas Globales y, por el otro, marcaba radicalmente, sin ninguna contradicción, la separación entre los dos. Sirvió para centrar mis sospechas en Ródenas y permitirme interrogarle sin distracciones.