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“Señor Amboto”, comenzaba el informe que me enviaba Benaquiel, el historiador, dando muestras del distanciamiento que pretendía mantener conmigo y que se hacía más evidente por el tono del contenido de su misiva.
“Siguiendo estrictamente sus órdenes, el equipo de historiadores del Archivo Histórico de la Ciudad Estado de Toledo se ha dedicado exclusivamente a la búsqueda de cualquier indicio de asesinato violento vinculado a la Orden de Calatrava o que hubiese tenido lugar en los territorios bajo su control durante los siglos X a XV, ambos inclusive. A pesar de la extensión y dificultad de la investigación requerida le puedo comunicar que se han cubierto la gran mayoría, por no decir todas, las fuentes documentales que están a nuestro alcance. En este sentido le adjunto un breve resumen de nuestros hallazgos que no hacen sino corroborar mis apreciaciones sobre la historia que le hice conocer en nuestra última reunión. En vista de los documentos analizados creo demostrar que no ha existido nunca ningún tipo de sacrificios humanos bajo el auspicio de la Orden de Calatrava y que no es posible encontrar un vínculo entre cualquier episodio ocurrido en la Edad Media en la zona bajo su control y la actualidad. Por lo tanto le agradecería que levantase la orden de investigación, puesto que sólo quedan unas mínimas comprobaciones por efectuar, que yo me comprometo a llevar a cabo personalmente, y así dedicar el resto de mi equipo a sus labores habituales.
Como podrá leer en el resumen que le envío, las contradicciones que encontramos entre las distintas fuentes son las habituales en este tipo de estudios y lo único que hemos intentado es acercarnos lo más posible a la verdad, sin olvidarnos nunca de las motivaciones presentes en cualquier ser humano y en cualquier época”.
Me puse cómodo para leer, apoyando los pies encima de la mesa y acercando la jarra de agua y el vaso, y me pregunté qué mínimas comprobaciones le quedaban pendientes por hacer a Benaquiel.
“Ellos se agrandan con la gloria del rey. Los que alaban a Dios con sus salmos están armados con espadas, y los que rezan están preparados para defender sus tierras. Su comida es escasa y ásperas son sus vestimentas. La disciplina cotidiana es su obediencia, que les pone a prueba y les mejora; honran el silencio, esto es callar y no hablar a no ser ordenados a ello por su superior, ésta es una norma de rigurosa aplicación. Las continuas genuflexiones les hacen humildes; las vigilias nocturnas debilitan sus ansias; las continuas oraciones les educan y el trabajo diario forma sus cuerpos. Un fraile enseña al otro en estas disciplinas, principalmente en la obediencia sin la cual nadie tiene sitio en la orden”.
Estas palabras las escribió Rodrigo Juárez de Lusa, Arzobispo de Toledo, refiriéndose a los calatravos a mediados del siglo XIII, y sirven para mostrarnos el ideal del caballero de esa orden. Se inspiraron en la tradición monástica y los ideales de la caballería, por lo menos durante los primeros siglos de su historia, antes de que el continuo guerrear de la Reconquista y los cambios sociales afectasen a su asceticismo. Es importante tener esta declaración como punto de partida puesto que la degradación posterior de la orden, en sus aspectos espirituales y de lealtad al rey, se pueden ver como consecuencia de las debilidades del ser humano, como siempre.
De estos comportamientos hemos visto innumerables ejemplos en los documentos revisados y sirven como contrapunto al ideal del caballero de la Orden de Calatrava. En estos casos los monjes-soldado dejaban a un lado sus diversos votos de obediencia, castidad y pobreza para convertirse en unos vividores, abiertos a todo tipo de placeres y vicios. Algunos eran aficionados a la caza: “habiendo visto muchas veces a dichos monjes ir a la caza de perdices y liebres con reclamos y con galgos”, según un tal Fray Adrián Ramírez, y otros al juego: “de naypes, a primera, matacán, figurillas y otros, así como a bolos y pelota apostando asta cantidad de quatro o seys reales; pero que al Abad viósele jugar de una sentada, 10, 20 y hasta 30 ducados”. En cuanto a su relación con mujeres, la impresión que hemos obtenido es que el cumplimiento de su voto de castidad era más bien la excepción que la norma, por ejemplo, y aquí cito de diversos manuscritos y diferentes testigos: “Fray Pedro Brilla estuvo amigado mucho tiempo con María de Arguixo, viuda de la que tiene dos hijos casados”; “El caballero Juan de Clavijo estuvo amigado mientras vivió con otra casada de la que tuvo un hijo”. Otro relato elocuente es el de Pedro de Soria, labrador y casado que se presentó un día delante del Abad de la Orden para quejarse de que un caballero de la Orden de Calatrava, que pasaba todas las noches en su casa, no le permitía entrar en ella ni estar con su mujer, teniendo que soportar encima las burlas del vecindario, la respuesta del prelado fue tajante: “Si vuesa merced no quiere sufrir enojos, váyase del pueblo y tome plaza de soldado”. Finalmente no podemos dejar de omitir las orgías preparadas por María de Arnedo para su pariente Fray Pedro, donde participaban Magdalena de Guete, hija de Juan de Guete, y las mujeres de Miguel de Sancha y de Alonso González, ni el espectáculo de travestismo en el que se dejaba ver el caballero Egües “vestido con un sayo verde y capote de la misma color dançando con un tamborín en presencia de Rodrigo Calvo, Francisco Vélez el barbero, Pedro el sastre y otros vecinos”. Como podemos ver lejos quedaban las sanciones estipuladas en el Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava de 1187 donde se condenaba a “qui in fornicatione publica deprenesus fuit anno uno in terra comedat” (aquéllos cuya fornicación se hiciese pública a comer en el suelo durante un año).
Con estos comentarios sobre la laxitud moral de los caballeros calatravos, que no pasarían de la anécdota si no fuesen tan repetitivos, hemos llegado a dos conclusiones; la primera nos indica que la Orden de Calatrava no era tanto una orden monástica sino guerrera y que el comportamiento de sus miembros, una vez alejados del campo de batalla, era el de cualquier ejército desocupado donde la búsqueda del placer terrenal era muy superior a los deseos de acercarse a Dios a través de la oración. En segundo lugar, las denuncias por su comportamiento son tan extensas y descritas con tanto detalle, en los distintos documentos que hemos revisado, que difícilmente pudiese existir alguna anomalía adicional en su manera de actuar, sacrificios humanos incluidos, que no hubiese sido recogida en alguno de ellos. Como añadido a esta última conclusión (esto es de mi cosecha personal), y teniendo en cuenta la forma de vida de muchos de los caballeros de Calatrava a finales del siglo XV, que era bastante disoluta, no creo que fuese posible la existencia de grupos secretos ni otras conspiraciones misteriosas, precisamente por su incapacidad para mantener la discreción tan necesaria para el éxito de esos asuntos.
Aunque rechazamos cualquier teoría conspiratoria de vigencia hasta nuestros días, sí recordamos que la Orden de Calatrava estuvo envuelta en varios episodios de un alto componente político en su época de apogeo. A pesar de las flaquezas morales que hemos observado, queda patente que la Orden de Calatrava era una eficiente máquina de guerra con un ejército experimentado y pertrechado, y una organización financieramente bien dotada de recursos. La combinación de potencia militar y riqueza patrimonial hacían que tuviese un peso político específico y un grado de poder frente al rey y la iglesia considerable, que es preciso recordar en un reducido recorrido por su historia.
En 1164 se aprueba la constitución de la Orden de Calatrava mediante la correspondiente Bula del Papa Alejandro III, que es un manuscrito de apenas dos páginas donde se adopta para ellos la reglamentación de San Benito y las Constituciones del Císter Blanco, cuyo hábito utilizarán con una cruz flordelisada negra como distintivo. Los veinte mil hombres que siguieron a la orden en su inicio fueron estratégicamente desplegados por las villas y aldeas del entorno para la defensa de la zona, así cumpliendo el deseo del rey don Sancho de que formasen una barrera militar en la frontera con los reinos musulmanes. Durante veinte años se mantuvo esta situación de equilibrio inestable, una especie de guerra fría medieval, hasta que, por desgracia para los calatravos el caudillo Almanzor se erigió como único comandante del ejército musulmán. Un contingente de caballeros de la orden formaba parte del ejército cristiano derrotado en la batalla de Alarcos en 1195, a duras penas los supervivientes llegaron al castillo de Calatrava la Vieja perseguidos por las avanzadillas moras, preludio del asedio al cual esta fortaleza sería sometida.
Los caballeros se mantuvieron fieles a su promesa inicial al Rey don Sancho de defender la plaza, sin contemplar la huida, se mantuvieron firmes hasta el último hombre siendo pasados a cuchillo una vez derrotados. Las crónicas cuentan, y no hemos encontrado ningún documento que lo desmienta, que la cruz negra de la orden sería roja a partir de ese momento en memoria de la sangre derramada en la defensa de su plaza fuerte.
Con los últimos restos de sus seguidores, el Maestre Nuño, incapaz de retomar Calatrava la Vieja, ataca, y, después de varios intentos, conquista el castillo de Salvatierra en 1198, lugar donde se instalarían sus mermadas fuerzas. Justo en frente de esa plaza fuerte se encuentra el cerro del Alacranejo y allí se decide la construcción del castillo-convento de Calatrava la Nueva, en recuerdo y memoria del baluarte del Guadiana. La construcción de esta nueva plaza fuerte supondría una importante barrera en la defensa de las incursiones almohades, algo de lo que estos últimos eran conscientes, y que impidieron atacando y derrotando de nuevo a los caballeros de la orden, después de sitiarles durante más de tres meses en su castillo de Salvatierra.
Apenas sí quedaban un puñado de calatravos, y parecían abocados a su extinción como milicia para ser absorbidos dentro del ejército del rey.
Sin embargo los almohades no fueron capaces de mantener el territorio ocupado, algo que benefició a la orden puesto que perdieron el castillo de Calatrava la Vieja, dándoles una vez más un punto de referencia para su existencia. Por otro lado sus hazañas en el campo de batalla les dieron la reputación necesaria para su supervivencia, como unas tropas de choque imprescindibles en la vanguardia de cualquier ejército. Así lo demostraron en la trascendental batalla de las Navas de Tolosa en 1212 donde su Maestre Don Ruy, a la cabeza de sus huestes, quedó herido en un brazo con el cual nunca más pudo volver a levantar su espada.
Si hubo un antes y un después de las Navas de Tolosa para la Reconquista en su conjunto, lo mismo se puede decir en referencia a la Orden de Calatrava. Las obras del castillo-convento de Calatrava la Nueva duraron más de diez años para convertirse en 1226 en la sede de la orden y la más importante fortaleza de Castilla”.
Levanté la mirada del documento que leía, no era necesario que recordarse el dominio de aquella fortaleza sobre dos valles, ni el espesor de sus muros, ni las escaleras de piedra que me llevaron hasta la habitación donde se encontraba el cadáver de Rosario Verdes. Seguí leyendo.
“El apogeo de la Orden de Calatrava, por ponerle una fecha, se puede identificar con la Pontificia del Papa Benedicto XIII en el año 1397 que permitió a los caballeros ostentar su cruz roja sobre sus vestiduras, insignia que se pusieron el día de Todos los Santos.
Para entonces los caballeros de la orden ya se habían convertido en un gran poder militar y financiero, sus territorios se extendían desde Almadén hasta Toledo y desde Argamasilla de Alba hasta Sierra Morena. Sin lugar a dudas era un poder que se habían ganado con la espada, guerreando durante más de doscientos años contra los moros. Sus campañas, asedios y batallas como fuerzas de choque, siempre en primera línea, son en sí mismas la historia de la Reconquista: la toma de Baeza, el asedio de Córdoba, las conquistas de Martos, Andújar y Arjona, las rendiciones de Jaén y Sevilla. Incluso, a requerimiento del Rey de Aragón, se adentraron en tierras valencianas para contener a los moros en Alcañiz.
Pero la Orden de Calatrava no luchaba únicamente por lealtad a su rey y para la mayor gloria de su Dios cristiano, sino también por el botín y las riquezas. El rey aceptó que una parte de las tierras conquistadas por los calatravos serían de su propiedad y que también participarían en el reparto del oro, joyas y tesoros capturados junto al propio monarca. No es necesario mirar un mapa de Al-Andalus para darnos cuenta de que la Orden de Calatrava se había convertido en su principal terrateniente, cobrando arrendamientos, impuestos y todo tipo de tasas en las villas y territorios de su propiedad. Los ingresos generados por la orden, por esta vía, eran inmensos, similares a los del propio monarca y superiores a los de cualquier noble. Adicionalmente los maestres de la orden supieron utilizar sus influencias políticas con habilidad, hasta el punto de convencer al pontífice que una vez disuelta la Orden de los Templarios todos sus bienes en la península pasarían a manos de los Caballeros de Calatrava.
Fue precisamente esta concentración de poder militar y riquezas lo que finalmente causaron la caída de la Orden de Calatrava, una vez que su ejército ya no era necesario para combatir contra los moros.
(Bolto: permíteme un inciso a esta breve historia cronológica de la Orden de Calatrava. Como sabes mi especialización académica se ha centrado sobre las diásporas padecidas por el pueblo judío, y uno de los eventos más significativos sobre este tema es la expulsión sefardí de España por parte de Isabel la Católica. En este sentido me he tomado la libertad de utilizar mis conocimientos sobre esa reina y la sociedad toledana de esa época, para situar en el contexto el contenido de la documentación encontrada en los archivos que marcaban el principio del fin para la Orden de Calatrava. Asimismo me han surgido ciertas dudas sobre lo ocurrido en ese período y en este lugar, que espero poder despejar en breve. No veo que sean especialmente relevantes para la búsqueda de tu asesino, pero espero que no niegues esta satisfacción a mi prurito profesional.)”
Benaquiel había abandonado el tono frío con el cual había empezado su misiva, no creo que fuese porque su opinión sobre mí hubiese cambiado, sino porque, como toda persona entusiasta de su trabajo, se había dejado llevar por sus hallazgos, por muy inútiles que fueran para mis propósitos.