Viernes, 16 de abril de 2004
Berlusconi: «Yo era contrario a ir a Irak»
Ayer, al acabar la sesión de investidura, voy al encuentro del presidente y, con una emoción comprensible, me dice: «Pepe, estando mi madre muy enferma, le pregunté para animarla si creía que llegaría a ser presidente del Gobierno, y me contestó que sí». Nos damos un abrazo.
Viajo al Reino Unido con Trinidad Jiménez, y en el avión comienzo a redactar la carta de dimisión como presidente de Castilla-La Mancha. El ministro de Defensa, sir Geoffrey Hoon, me espera en la puerta del Old War Office Building de Londres, e inicia la conversación apuntando, cortésmente, algunos paralelismos personales: «Los dos somos abogados, hemos ejercido la docencia universitaria, somos socialistas, nacimos en el mismo mes, tenemos el mismo número de hijos…». Le recuerdo «el compromiso que el nuevo Gobierno español adquirió, mucho antes del 11-M, en relación con el regreso de nuestras tropas. ¿Qué os pedimos a los británicos? En primer lugar, vuestra comprensión. Pero, también, ayuda en el operativo del regreso». «Es mucho más en lo que estamos de acuerdo —responde— que en lo que discrepamos. Os vamos a ayudar. El Reino Unido no aceptará nunca poner sus tropas al mando de la ONU. Pero ¿esperaréis a que las Naciones Unidas se pronuncien?» «Nos vamos —le respondo— sin esperar a la ONU, porque ni vosotros ni Estados Unidos aceptaréis la condición que colmaría el compromiso del PSOE, y es que la ONU tome el mando de las tropas ocupantes». «Por supuesto —se sincera—, esperar de nuestra parte una decisión en tal sentido es esperar en vano».
Vuelo de Londres a Roma para entrevistarme con el presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi, en el Palacio Chigi. Salas rectangulares, disposiciones simétricas, paredes enteladas con tonos dorados y gruesos mármoles en el mobiliario. Hasta hay algún falso espejo que permite ver sin ser visto desde otra habitación: el Chigi es un palazzo auténtico. El italianismo de Berlusconi se hace notar desde los más nimios detalles. Las conversaciones son sin traductor, con apoyos aclaratorios de Valentino Valentini, su jefe de gabinete e intérprete personal. Berlusconi, en apariencia, es un hombre físicamente ágil, a pesar de que está cerca de los setenta. Il Cavaliere escucha atentamente sin dar pista alguna sobre lo que está pensando. Cuando su interlocutor termina, él se despliega con toda su expresividad. Cada media hora le hacen llegar una carpeta con las últimas noticias de internet y de las agencias. Detiene la conversación, les echa un vistazo y prosigue. Me pide que traslade su felicitación a Zapatero por el éxito electoral.
Le explico el sentido de la visita y las fechas de nuestra retirada. «¿No era el 30 de junio?», indaga Berlusconi, buscando una aclaración. «No. Esperar a la anunciada resolución de la ONU para ese día sería una torpeza, porque británicos y americanos me han asegurado que no pondrán nunca sus tropas bajo mando de la ONU. Nos iremos inmediatamente», le respondo. Dice ser amigo de Felipe González: «He encontrado más dificultades para llegar a serlo de Aznar, debido a su carácter. Tengo una gran relación con Blair, que también deberíais cultivar en España. Para mí —asegura—, lo importante es llevarme bien con todos los de fuera, porque con los de dentro es imposible. Habréis podido comprobar que no he comentado negativamente vuestra retirada de Irak: he resistido esa presión porque yo era contrario a ir y quise convencer a Bush en su día, pero por encima de mi criterio está la alianza con quienes nos han salvado del fascismo, del nazismo y de Rusia. Mi generación —afirma— está muy agradecida al pueblo americano».
Berlusconi nos muestra las salas más importantes del palacio. Nos presenta a su cocinera, que, por cierto, es gallega, y nos invita a admirar la bimilenaria Columna de Marco Aurelio en la piazza Colonna, desde uno de los balcones del Chigi. Al despedirse, sostiene una sonrisa inmóvil, como fotográfica, que no se altera conforme las puertas del ascensor se van cerrando.
Llamo a Zapatero para informarle. «Enhorabuena —me dice—, lo estás haciendo fenomenal. Respecto del director del CNI, lo nombramos el lunes porque todo el mundo quiere influir y no lo voy a consentir: lo de no saber inglés es una servidumbre; ser del PSOE, un honor; son dos características que comparto con Alberto Saiz,[11] con Felipe González y con unos cuantos millones de españoles».