Jueves, 29 de julio de 2004, y viernes, 30
Ningún país del mundo trata a la Iglesia católica mejor que España
Cena en el Palacio de Buenavista con el cardenal Antonio María Rouco Varela, el obispo Juan Antonio Martínez Camino y mi jefe de prensa, Chunda. Cordialidad personal pero gran distancia ideológica. Hago un recorrido por las relaciones entre la Iglesia y el Estado, medibles en millones de euros: «El presupuesto de Culto y Clero alcanza los ciento cincuenta y seis millones de euros (¡casi veintiséis mil millones de pesetas!). Además, mantenemos la exención del IVA a la Iglesia pese a los requerimientos de la Unión Europea para eliminarla; en conciertos educativos estamos dando más de ciento cincuenta millones de euros a la Iglesia; 5,6 millones de euros anuales que cuestan los ciento setenta y siete sacerdotes católicos en los ejércitos…». Rouco se remueve en la silla y trata de quitar importancia a mis cifras diciendo: «El dinero que va a la enseñanza religiosa beneficia a padres y a alumnos, a la sociedad en definitiva, no a la Iglesia. A lo que no puede renunciar la Iglesia es a su libertad, incluso a riesgo de quedar sin autonomía económica». «No hay ningún país en el mundo —le respondo— que trate a la Iglesia mejor que España. La Iglesia es muy estricta y escrupulosa para defender sus derechos frente al Gobierno socialista, pero es muy laxa y complaciente con la derecha. Así por ejemplo, en la catedral de Santiago no pudieron soportar la presencia del presidente en la ofrenda al apóstol Santiago sin faltarle a la cortesía, pero usted ha casado sin rechistar a una divorciada famosa. Es más, usted, señor cardenal, ha publicado un comunicado asegurando que el matrimonio civil de un católico es irrelevante para la Iglesia, pero no todos los canonistas piensan como usted». Rouco contesta: «Si se refiere a la boda de Doña Letizia, debo decirle que la Iglesia la ha acogido en su seno porque ha demostrado que quiere, humilde y sinceramente, cambiar de vida, como así ha hecho». «Yo no reprocho nada a la Princesa y mucho menos de su vida anterior, sino a quienes tienen una doble vara de medir: a unos divorciados los mandan ustedes al infierno y a otros los vuelven a casar en la catedral con todas las bendiciones. Soy partidario de que casen a todos los que quieran hacerlo aunque no sean adinerados ni famosos».[29]
El principal punto de conflicto durante la cena es la COPE. «El insulto y la calumnia deberían ser el límite, señor cardenal —le digo—. Casi sonroja tener que manifestar estas cosas a dos obispos». Invito al cardenal «a desayunar juntos, el día que quiera, escuchando la COPE». Rouco me contesta: «Le admito que no puedo recoger el guante que me ofrece». A lo largo de la conversación queda la impresión de que nos tendremos que conformar con los paños calientes, porque a esta cúpula eclesial española le gusta la derecha, y como creen tener a Dios de su parte, no parecen necesitar que la coherencia y el sentido común los acompañen.
El viernes, antes de entrar al Consejo de Ministros, Solbes le dice a Zapatero: «En Defensa hay un problema serio y Pepe tiene razón en lo que pide: el paso del ejército de leva obligatoria al profesional no tiene coste cero como ha dicho el PP, sino que supone entre mil ochocientos y tres mil millones de euros que tendremos que ir aportando en los presupuestos del Estado». En el café previo al Consejo, doy cuenta al presidente de los ascensos de los generales Joaquín Tamarit y Juan Yagüe Martínez del Campo. Zapatero calla, pero algunos ministros se oponen y dicen que Yagüe es hijo del general falangista y exministro de Franco que tomó con evidente brutalidad la ciudad de Badajoz durante la guerra civil, y se oponen al ascenso. Defiendo su profesionalidad: «Franquistas hay bastantes más que el padre de Yagüe —replico—. Si queréis empiezo a citar apellidos ilustres que hoy están muy bien colocados en la política y que ayer sirvieron a Franco». Un ministro me invita a hacerlo y le digo: «El mismo Rey, a quien todos aceptamos y valoramos, era general y quien lo propuso como jefe del Estado no fue Napoleón». El presidente ordena muy severamente que nos callemos. Al entrar a la sala del Consejo nadie rechista y ningún ministro se opone al ascenso de Yagüe. Las culpas políticas de los padres no deben pagarlas los hijos.
Almuerzo con Juan Luis Cebrián en el restaurante La Guaira: «Comí con el presidente el lunes y la verdad es que nació de pie —me cuenta—. ¡Qué suerte tiene Zapatero! Tú has gestionado bien el regreso de las tropas y lo del Yakovlev, pero te salió mal la toma de posesión como ministro, especialmente por la presencia de Pedro J. Ramírez. Cené hace unos días con Rajoy y Zaplana —sigue Juan Luis—; ¡nunca he visto a un tío tan decepcionado por no ser presidente como Rajoy! Zaplana, muy cabreado, me acusó de que el PP perdió las elecciones por culpa de la SER, de la que dijo que había convocado a los manifestantes a ir a las sedes del PP. “La SER nos robó la presidencia del Gobierno”, repetía Zaplana».