Domingo, 7 de noviembre de 2004, y lunes, 8

«¿Qué pinta de rodillas un comandante de la Armada ante la hermana del Rey?»

Camino de Barcelona, el JEMAD me lee una carta de mi amigo y antiguo compañero del Partido Socialista Popular (PSP), Javier Nart, en la que propone que reconozcamos la laureada de San Fernando al coronel de la aviación republicana Leocadio Mendiola, que murió sin que el Gobierno de la República llegara a imponérsela. Inicio el expediente para la validación de las cuatro placas o laureadas concedidas por la República a José Miaja por la defensa de Madrid, a Vicente Rojo por la dirección de la guerra y la toma de Teruel, al almirante Luis González Ubieta por el hundimiento del buque Baleares y a Leocadio Mendiola por el ataque aéreo sobre la madriguera de la Legión Cóndor.

Al llegar al aeropuerto de Barcelona doy instrucciones al AJEMA para que el comandante del buque Almirante Juan de Borbón no se arrodille ante la Infanta Pilar para recibir la bandera de combate. El AJEMA queda contrariado «porque es una tradición recibirla de rodillas —me dice— según establece el libro de Usos y costumbres marineras». Insisto en que arrodillarse es anacrónico y no debe hacerse. Hablo con el Rey, que dice estar de acuerdo conmigo, pero a los diez minutos me llama: «El comandante debería recibir la bandera de rodillas. Pepe, no se deben perder las tradiciones». «Por supuesto —le contesto—, ni las tradiciones ni el sentido común. ¿Qué pinta un comandante de la Armada de rodillas ante vuestra hermana?» Zapatero me da la razón completamente.

«Estoy entre dos fuegos —me dice Maragall en el puerto—: por una parte, Esquerra Republicana y, por otro, el PSOE de Madrid». «El fuego de Madrid es mero fogueo —le contesto— y, sobre el tripartito, estoy más callado de lo que quizá debería, pero ya sabes que no soy partidario de que gobernemos con los separatistas». En ese momento comienzan los honores y suenan varios vivas a España. Cuando van tres o cuatro vivas, Maragall me dice al oído: «Pepe, se ha estropeado el altavoz y no para de repetir vivas a España». «No —le contesto—, son los honores de rigor. En presencia del Rey se repiten siete veces».

El alcalde de Barcelona, Joan Clos, entrega la bandera a la Infanta Pilar, y esta al comandante del buque, que, por supuesto, no se arrodilla. Tomamos una copa en el buque Galicia y la Infanta Pilar me dice: «Nunca pude imaginar que alguien criticase que el comandante de un buque de guerra se pusiera de rodillas para recibir la bandera». «Pues aquí me tiene a mí —le respondo—, que he sido quien lo ha impedido: de rodillas solo debemos ponernos ante Dios». Un oportuno camarero con canapés quita destemplanza a la conversación. Don Felipe alaba a Paco Pardo: «Es un tío estupendo, lo he comprobado en las diez horas de avión que estuvo conmigo la semana pasada con motivo del entierro del emir de Abu Dabi». Zapatero está satisfecho: «¡Qué bien ha salido todo!». Y añade: «Pero estos del PSC no aprenden; en vez de aprovechar que la Caixa ha entrado en Repsol con un presidente como Brufau, y que mañana IBM instala el ordenador más potente de Europa en Barcelona, se dedican a pelear por el idioma valenciano».

Al revisar en el avión los documentos para la cumbre con los alemanes, me entero de que tenemos 96 militares españoles en Alemania. ¿Qué harán allí tantos militares? Reunión, el lunes día 8, en el Parador San Marcos de León. El canciller Gerhard Schröder es un tipo llano: «Lo que más me gusta de la cumbre —dice— es el jamón de pata negra». En Alemania hay 190 generales y en España 260, han suprimido cien unidades militares. Es lo que debemos hacer nosotros y así lo comento con sana envidia al JEMAD. Intervengo en la reunión plenaria: «Tenemos una dificultad insuperable: nos llevamos tan bien con los alemanes que no cabe mejoría». Todos ríen menos el ministro de Exteriores, Joschka Fischer, que duerme. Firmamos el acuerdo de cesión a España de 108 carros de combate Leopard 2. Es lo único que se aprueba en esta cumbre.

Llama Rodríguez Ibarra: «Rafael Vera hará huelga de hambre en cuanto ingrese en prisión y morirá porque no quiere vivir. Lee la sentencia y verás que se le ha condenado injustamente, porque en ningún caso se acredita que se llevara dinero. Rafael Vera está en contra de Felipe, Barrionuevo y Corcuera porque dice que una palabra de ellos manifestando que cumplía órdenes hubiera bastado, pero ninguno quiso hacerlo. Vera no hablará, pero su hijo sí lo hará». Leo la sentencia contra Vera[40] y observo, tal y como me anunció Juan Carlos, que el tribunal que le ha juzgado le tenía ganas y llaman la atención algunos párrafos, como cuando en el 23.º hecho probado se afirma: «Con la precisión de gran jurista que caracteriza al señor Trillo Figueroa». Por cierto, uno de los magistrados que firman la sentencia es quien mató a su mujer en Daimiel y no fue a la cárcel: Jesús Ángel Guijarro López.

Diario de un ministro
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