Lunes, 2 de mayo de 2005, a jueves, 5
España sigue pagando cien mil dólares mensuales a los abogados que contrató el PP para conseguir la medalla del Congreso de Estados Unidos para Aznar
Ayer aterricé en el aeropuerto militar de Andrews, en Washington. Nos recibió nuestro embajador Carlos Westendorp y me informó de que «el Rey habla frecuentemente con el presidente Bush, y ya he advertido a Exteriores que hagan saber al Rey que los norteamericanos pueden llegar a convencerse de que llevarse bien con el Monarca es suficiente, y que pueden maltratar al jefe del Gobierno si cuidan al jefe del Estado».
Me cuenta el embajador Westendorp que España sigue pagando cien mil dólares al mes al despacho de abogados que contrató el PP para conseguir la medalla del Congreso de Estados Unidos para Aznar. Uno de esos abogados ha venido a mi conferencia en el Wilson Center, y me ha dicho que él es quien ha conseguido que mañana me reciba el senador y presidente de la Comisión de las Fuerzas Armadas; digo al embajador que «no pienso asistir a una entrevista que no he solicitado. Y, además, es una desvergüenza que se siga pagando a esta gente que contrató Aznar[68] para que le dieran una condecoración». Carlos contesta: «Ese lobby lo contrataron los del PP, pero voy a cortar los pagos y les diré que no tenemos dinero. Es verdad que le estamos pagando cien mil dólares al mes, pero haber cortado el pago al principio podría habernos supuesto algún daño en la relación con Estados Unidos; estos lobbystas son así».
El martes desayuno con la magnífica traductora e intérprete Susana Millaruelo, a fin de que se vaya acomodando al contenido de cuanto voy a trasladar a Rumsfeld. Ensayamos. Salimos del hotel con cuatro motoristas abriendo camino y dos coches de escolta. El embajador Westendorp se sorprende: «Cuando vino el ministro Alonso tuvimos que amenazar con quitar la vigilancia de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, porque no le querían poner escolta. En el protocolo que hoy te ofrecen hay una mano invisible». Me sorprende que Rumsfeld esté esperando a pie de coche en el Pentágono. Mientras subimos a su despacho me dice: «Tengo que contarle un secreto: me ha llamado Óscar de la Renta para decirme que usted es una persona leal a su partido, pero amigo de Estados Unidos, y que quiere que yo me porte bien con usted; así lo estoy haciendo, ¿no?». Nada más entrar en la sala de reuniones, saco de mi bolsillo un pin con las banderas de España y de Estados Unidos y se lo pongo en el ojal de la solapa. Yo ya llevo uno. Rumsfeld lo celebra. Entro rápidamente en materia y lo primero que saco a colación es la venta de material militar español a Venezuela: «La prensa no ha sido fiel a la verdad. Aquí tiene los protocolos firmados en Caracas. Además, son muchos los países que han vendido material militar a Venezuela, sin que haya habido reacción contraria por parte de Estados Unidos; aquí tiene el listado de los países vendedores según la revista militar Jane’s». Rumsfeld contesta: «Conocía perfectamente las ventas de material militar de España a Venezuela y me preocupa más la venta de cien mil fusiles AK-47 rusos a Caracas». Rumsfeld salta de Venezuela a China y se manifiesta «muy preocupado por el posible levantamiento del embargo de las armas por parte de la Unión Europea a China, país que sigue sin respetar los derechos humanos. ¿Por qué ustedes los españoles son tan permisivos cuando se violan los derechos humanos en China o en Cuba, y tan exigentes cuando denuncian a otros países?». Me comprometo a hacer declaraciones públicas a favor de la restricción de la venta de armas a China. Quedo muy sorprendido del poco interés que ha puesto en la venta de material militar a Venezuela.
El siguiente tema es la reestructuración de la OTAN: «Si no se adoptan las medidas adecuadas —asegura—, la Alianza podría morir a causa de la burocracia». «España apoya a Estados Unidos —le digo— en sus planes de reducción del 30 por ciento de los funcionarios de la OTAN». Sobre Afganistán, le explico las características y las fechas del despliegue español en Qala-i-Naw y en Herat, y pido la cooperación de Estados Unidos —a través de tres aviones C-17— para trasladar las tropas y material español a Afganistán el próximo mes de junio. Al acabar, improvisamos en la escalera de salida una rueda de prensa con los periodistas españoles que esperaban en el exterior. Deja claro que el asunto de Irak es agua pasada. Quedo muy satisfecho porque se han cubierto todos los objetivos. Visitamos la zona del Pentágono donde impactó un avión el 11-S. Ángel Expósito, el director de Europa Press, se da cuenta del pin que lleva Rumsfeld en la solapa y le pregunta por él. El secretario de Defensa le dice, con una sonrisa, que se lo ha regalado el ministro Bono.
Viajamos a Nueva York para visitar el buque-escuela Elcano en un acto al que asisten, entre otros, miembros destacados de la colonia española en Nueva York, como son el psicólogo Luis Rojas Marcos, el juez Garzón, el médico Valentín Fuster y el escritor Antonio Muñoz Molina. Al finalizar la recepción ofrecida a bordo del buque-escuela, salgo a cenar con algunos de los invitados. Elvira Lindo comenta que en El País le publican cosas porque vende, pero que no la quieren mucho. Muñoz Molina le dice a Roberto López algo parecido, en el sentido de que dejó de publicar en El País porque la idea que tiene de España no le interesa a Prisa. Al entrar en el restaurante oí hablar en catalán y miré hacia la mesa, pero los comensales no hicieron un gesto de simpatía. Me quedé con la copla y a la salida les dije: «Perdonen que les interrumpa para saludarles, pero no puedo irme a dormir sin dar las buenas noches a un grupo de compatriotas como ustedes». Uno de ellos me dice: «¿Y cómo sabe que somos españoles si hablamos en catalán?». Me acordé de una anécdota parecida que cuenta Savater, y le contesté: «Por eso mismo, porque hablan en catalán son españoles. Si hablasen castellano podrían ser peruanos, argentinos…». La mayoría sonríe; el de más edad pone cara de pocos amigos.
El miércoles, desayuno en Nueva York con los periodistas que nos acompañan, y la periodista Magis Iglesias me comenta: «No leas hoy la prensa para no tener que pecar de soberbia, porque se habla muy bien de tu viaje a Estados Unidos».
Visita en Norfolk a la fragata Álvaro de Bazán, que está integrada en el grupo de combate del portaaviones Roosevelt. Honores extraordinarios para nuestra bandera. Subimos al Roosevelt en el ascensor de aeronaves y quedo impresionado al llegar a la altura de una cubierta de 18.000 metros cuadrados —«4,5 acres en movimiento y 97.000 toneladas de diplomacia», como dice el comandante—, y ver a más de mil marineros formados que presentan armas a nuestra bandera. Los periodistas españoles están emocionados, como yo. Llamo al presidente Zapatero desde la cámara del comandante y le doy cuenta de la visita: «Si a nuestra bandera le rinden los honores que acabo de ver, ¿qué no harán con la suya? ¡Ahora comprendo su disgusto por no levantarte en el dichoso desfile de Madrid!». Cena con periodistas, a los que digo que no seguiré mucho tiempo más en el ministerio, pero no creen ni una palabra. Uno de ellos me dice: «En el Roosevelt te han dado diecinueve cañonazos como salvas de honor, pero en el Consejo de Ministros te van a dar diecinueve tiros de fuego real por las envidias que has generado con este viaje».
El jueves día 5 viajamos a Tampa, donde nos ofrecen una sesión informativa muy interesante sobre la lucha de Estados Unidos contra el terrorismo. Me agrada y me llama la atención la confianza de los norteamericanos para trasladarnos información clasificada. Desde Tampa volamos a Orlando, donde saludamos a Javier Monzón, presidente de Indra, que nos explica el trabajo que realiza esta empresa para la marina norteamericana: «Ganar dinero no es el elemento esencial para esta empresa —asegura—; del mismo modo que no vivimos para respirar, tampoco vivimos para ganar dinero. Sin embargo, si no respiramos no vivimos, y si no ganamos dinero no podemos plantear nuestro objetivo, que es el de desarrollar un gran proyecto… Una tercera parte del tráfico aéreo del mundo se gestiona con sistemas de Indra, y en China más de siete aeropuertos operan a través de nuestros productos de alta tecnología».