el puente de clay
Esa noche, cuando Carey se marchó de Los Aledaños y Clay abrió el paquete envuelto en papel de periódico, fue de la siguiente manera:
Quitó el celo con suavidad.
Alisó y dobló la sección de hípica del Herald y se la remetió debajo de la pierna. Solo entonces miró el regalo en sí, una vieja caja de madera, y la sostuvo, marrón castaño y llena de rozaduras, con ambas manos. Tenía el tamaño de un viejo libro de tapa dura, bisagras oxidadas y un pestillo roto.
A su alrededor, Los Aledaños parecían espaciosos, abiertos.
Ni una brizna de brisa.
Levedad.
Abrió la tapita, que rechinó como un suelo de madera y cayó hacia atrás.
Dentro había otro regalo.
Un regalo dentro de un regalo.
Y una carta.
Normalmente Clay habría leído primero la carta, pero para llegar a ella tuvo que levantar el mechero. Era un Zippo hecho de peltre, más o menos de la forma y el tamaño de una caja de cerillas.
Antes de pensar siquiera en cogerlo, ya lo tenía en la mano.
Después lo hizo girar.
Después lo dejó caer en su palma.
Le sorprendió lo pesado que era, y cuando le dio la vuelta, vio las palabras; deslizó los dedos por ellas, grabadas en su pecho metálico:
«Matador en la quinta».
Esa chica era especial.
Cuando abrió la carta, estuvo tentado de abrir también el Zippo, para alumbrarse con su luz, pero la luna le bastaba para leer.
Su letra era pequeña y precisa:
Querido Clay:
Cuando leas esto ya habremos hablado, pero solo quería decir que sé que pronto te marcharás, y que te echaré de menos. Ya te echo de menos.
Matthew me ha hablado de un lugar lejano y de un puente que tal vez construyas. Intento imaginar de qué estará hecho ese puente, pero, en fin, no creo que importe. Quisiera decir que esta idea es mía, pero seguro que de todas formas la conoces, de la sobrecubierta de El cantero: TODO LO QUE HIZO JAMÁS NO SOLO ESTABA HECHO DE BRONCE O DE MÁRMOL O DE PINTURA, SINO DE ÉL MISMO…, DE TODO LO QUE LLEVABA DENTRO.
De una cosa estoy segura:
Ese puente estará hecho de ti.
Si te parece bien, me quedaré el libro de momento, quizá para asegurarme de que vuelvas a por él, y de que vuelvas también a Los Aledaños.
En cuanto al Zippo, dicen que nunca hay que quemar los puentes, pero te lo ofrezco de todas formas, aunque solo sea para que te dé suerte, y para que te acuerdes de mí. Además, un mechero parece tener sentido. Ya sabes lo que dicen del barro, ¿no? Claro que lo sabes.
Besos,
CAREY
P. D.: Perdona por el estado de la caja de madera, pero, no sé por qué, creo que te gustará. Supuse que no te vendría mal, para guardar tus tesoros. Llévate algo más que una pinza.
P. D. 2: Espero que te guste la inscripción.
Bueno, ¿qué hacer?
¿Qué decir?
Clay siguió sentado, en un silencio inmóvil, en el colchón.
Se preguntó:
¿Y qué es lo que dicen del barro?
Pero entonces, enseguida, lo supo.
En realidad lo había comprendido antes de terminar la pregunta, y se quedó en Los Aledaños un buen rato, leyendo la carta una y otra vez.
Al final, cuando interrumpió su inmovilidad, solo fue por el pequeño mechero pesado. Lo sostuvo contra su boca y por un momento casi sonrió:
«Ese puente estará hecho de ti».
No era tanto que Carey hiciese las cosas a lo grande o que reclamara atención o amor, ni siquiera respeto. No, con Carey se trataba de pequeños gestos, de su sencillo toque de autenticidad. Y así, como siempre, lo había conseguido:
Le había transmitido el valor que le faltaba.
Y le había dado nombre a esta historia.