el tradicionalista
En la estación de Silver, vio acercarse el resplandor del tren nocturno.
Desde lejos parecía una antorcha lenta y mágica.
Dentro, sin embargo, se estaba en la gloria.
El aire era fresco, el asiento lo acogió con calidez.
Su corazón era como una parte del cuerpo rota.
Sus pulmones, una especie de figuras de cera.
Se reclinó ligeramente y durmió.
El tren llegó a la ciudad justo pasadas las cinco de la madrugada del domingo, y un hombre lo sacudió para despertarlo.
—Eh, chaval, ¡chaval!, que ya hemos llegado.
Clay se sobresaltó, consiguió levantarse y, a pesar de todo —del enorme dolor de cabeza, de las punzadas de las agujetas al levantar la bolsa de deporte—, oyó la llamada inconfundible.
Casi percibió la luz trémula de su hogar.
Mentalmente ya estaba allí, contemplando el mundo de Archer Street; subido en lo alto del tejado, viendo la casa de Carey. O, detrás, Los Aledaños. Incluso oía la película de nuestra sala de estar… Pero no. En realidad tuvo que recordarse que no podía presentarse allí, y menos aún así.
Para ir a Archer Street todavía tendría que esperar.
En lugar de eso, echó a andar.
Descubrió que cuanto más se movía menos le dolía todo, y así peinó la ciudad hasta Hickson Road, hasta llegar bajo el puente. Allí descansó contra su pared inclinada. Los trenes pasaban traqueteando por encima. El puerto, tan azul que casi no podía mirarlo. Las hileras de remaches sobre sus hombros. El gran arco gris que llegaba hasta el otro lado.
En femenino, pensó, por supuesto que en femenino.
Se reclinó y le costó horrores marcharse.
Llegada la tarde por fin consiguió ponerse en marcha, sin embargo, y recorrer las curvas de Circular Quay; payasos, un músico con una guitarra. Los tradicionales didgeridoos.
El ferry de Manly le saludó.
El olor a patatas fritas calientes estuvo a punto de acabar con él.
Fue a pie hasta el tren, hizo transbordo en Town Hall, luego contó las paradas y volvió a caminar. Habría sido capaz de arrastrarse si hubiera hecho falta para llegar al barrio del hipódromo, porque por lo menos había un lugar al que sí podía ir.
Cuando llegó, casi en lo alto de la colina, por primera vez en mucho tiempo le prestó la debida atención a la lápida:
PENELOPE DUNBAR
UNA MUJER DE MUCHOS NOMBRES:
la Cometedora de Errores, la Chica del Cumpleaños,
la Novia de la Nariz Rota, y Penny
******
MUY AMADA POR TODOS
PERO SOBRE TODO
POR LOS CHICOS DUNBAR
Tras leerla, se puso en cuclillas.
Cuando más sonrió fue en la última parte. Nuestro hermano se tumbó, su mejilla fue lo primero en tocar la tierra, y se quedó un buen rato allí solo. Lloró en silencio, casi una hora…
Últimamente pienso en ello muy a menudo, y desearía haber podido estar allí. Ya que sería el siguiente en darle una paliza y castigarlo con dureza por sus pecados, no sé cómo, pero desearía haberlo sabido todo.
Lo habría abrazado y se lo habría dicho en voz baja.
Clay, vuelve a casa, le habría dicho.