la pila de clay
Ese lunes, después de que Michael se marchara antes del alba y Clay viera el boceto en la cocina, este se preparó el desayuno y fue a la sala de estar. Las anotaciones, las páginas y los cálculos del Asesino estaban separados en siete pilas en la mesa de café. Unas eran más altas que otras, pero todas ellas tenían un letrero encima. En cada pila había una piedra, o una grapadora, o unas tijeras, para impedir que las hojas salieran volando. Despacio, fue leyendo todos los letreros:
MATERIALES
AYUNTAMIENTO
ANDAMIOS
EL DISEÑO VIEJO (CABALLETE)
EL DISEÑO NUEVO (ARCOS)
RÍO
y
CLAY
Clay se sentó.
Dejó que el sofá lo devorase.
Deletreó el nombre de Carey en las migas de su tostada y luego alcanzó la pila titulada ANDAMIOS.
A partir de ahí, se pasó todo el día leyendo.
No comió ni fue al baño.
Solo leyó y miró y aprendió todo lo posible sobre el puente que Michael Dunbar tenía en la cabeza, y que era un enorme garabato a carboncillo y lápiz grueso. Sobre todo EL DISEÑO VIEJO. Esa pila de papel tenía ciento trece páginas (las contó), llenas de costes de la madera, técnicas y sistemas de polea, y de por qué pudo fallar el puente anterior.
EL DISEÑO NUEVO tenía seis páginas en total; reunidas la noche anterior. La primera hoja de esa pequeña pila de papel decía una única cosa, pero muchas veces.
PONT DU GARD.
Las que seguían estaban llenas de bocetos y dibujos desparramados, y también había una lista de definiciones:
«Sillares» y «Dovelas».
«Salmeres» y «Cimbra».
«Rosca» y «Clave».
Viejos predilectos como «Contrafuerte» y «Luz».
Resumiendo, los sillares eran bloques de piedra estándar; a las dovelas ya se les había dado forma para el arco. El salmer era el punto final de presión, la piedra donde el arco se encontraba con el pilar. Su preferida, sin embargo, aunque no sabía por qué, era la cimbra: la armadura sobre la que se construía el arco; una curvatura construida en madera. Primero lo sostenía, después se retiraba de debajo: la primera prueba de todo arco y su supervivencia.
Luego CLAY.
Miró la pila de CLAY muchas veces mientras leía todo lo demás. La idea de ponerse con ella le emocionaba, pero también lo retenía. Encima, el pisapapeles era una vieja llave oxidada, y debajo había una sola hoja.
Ya era entrada la tarde cuando la leyó por fin.
Levantó la llave, la sostuvo sin fuerza en la palma de su mano y, al darle la vuelta al letrero del título, esto fue lo que encontró escrito debajo:
Clay:
Ve a la página 49 de EL DISEÑO VIEJO.
Buena suerte.
MICHAEL DUNBAR
Página 49.
Allí era donde se explicaba la importancia de cavar una zanja que cruzara los cuarenta metros de ancho del río, y de trabajar en todo momento sobre el lecho de roca. Como constructores de puentes noveles, decía, tendrían que llegar más allá de donde llegaría un experto, para asegurarse de que no corrían riesgo alguno. Incluso había un boceto: cuarenta por veinte metros.
Leyó ese párrafo muchas veces, después se detuvo y lo pensó:
Cuarenta por veinte.
Y a saber con cuánto de profundidad.
Más le valdría haber empezado por esa pila.
Había perdido todo un día de cavar.
Después de una breve búsqueda, vio que la llave abría el cobertizo de detrás de la casa y, cuando entró, Clay encontró la pala esperando con benevolencia en el banco de trabajo. La levantó y miró a su alrededor. También había cerca un pico, y una carretilla.
Volvió a salir y, con la última luz de la tarde noche, se dirigió al lecho del río. Esta vez vio un perímetro marcado con espray naranja brillante. No se había fijado antes porque había estado dentro todo el día.
Cuarenta por veinte.
Se lo repetía mentalmente mientras recorría el borde.
Clay se agachó, se enderezó, contempló la luna que salía…, pero el trabajo no tardó en hacerle llegar su invitación. Sonrió a medias pensando en Henry, y en que sin duda le habría gritado una cuenta atrás.
Estaba ahí fuera él solo mientras el pasado que cargaba sobre las espaldas convergía… Tres segundos más y: ¡ya!
La pala y la unión con la tierra.