Capítulo XIX

Aquella retaguardia de enfermos y bisoños, perdido el contacto con las compañías de vanguardia, desfilaba entre dos lomas que parecían los pechos de una giganta. Más lejos se perfilaba un puente de madera que tenía el pretil blanco de nieve, y a uno y otro lado, enriscados montes, con las quebradas cubiertas de pinar. Y entre el pinar y el río, al flanco izquierdo, una siembra encharcada. Gil García espoleó su asno al mismo tiempo que le gritaba a un capitán muy joven, ocupado en liar el cigarro, con las riendas abandonadas sobre el cuello de su montura:

—¡Buen sitio para asar carne!

—¡No es malo!

—¡De órdago!

El otro se puso el cigarro entre los labios y miró en torno, inclinándose para cobrar las riendas. En el mismo instante sonó un tiro, y el veterano se volvió con la sonrisa oronda de un clérigo glotón:

—¿Tengo buen atisbo?

Nadie le respondió. Los soldados aclaraban las filas, y el otro capitán se apeaba guiñando el ojo izquierdo con una contracción que le movía todo el lado de la cara. Sobre el pretil del puente aparecieron los cañones de algunos fusiles que brillaban al sol como una gloria fuerte. Al verlos, los cazadores hicieron alto en medio de la carretera, con movimiento instintivo y unánime. Algunas nubes de humo, cirros negros, volaron sobre los matorrales del monte. Sonó una descarga y se aclararon más las filas. Cuatro o cinco soldados cayeron a lo largo de la carretera como peleles en un tinglado de feria. Emboscados en el monte, los carlistas hacían fuego por los dos flancos. El veterano capitán gritó enfáticamente:

—¡Celebraremos consejo a caballo!

Era en todas partes el capitán más antiguo, y siempre lo recordaba en la ocasión oportuna, y lo hacía valer para su gloria. El asno, estacado en medio de la carretera, saludaba el paso de las balas moviendo la cabeza con cierto aire bufonesco. García le halagó el cuello y le habló paternal:

—¡So!… Tengo que ponerte arracadas si te abren bien los ojales, hijo mío.

Cuatro oficiales y el capitán imberbe se congregaron para deliberar en torno del capitán García. Miraban, azorados, de dónde venían las balas, y a hurto procuraban guarecerse con la figura del veterano que, alzado sobre el asno, se acariciaba las barbas, sonriendo beatíficamente, como pudiera hacerlo en un Concilio un Padre de la Iglesia. Sin apresurarse hizo un gesto pidiendo su parecer al oficial más joven, que miró a los otros, retorciéndose el bigote con los dedos temblorosos. Apremió el veterano:

—¿Su opinión?

El oficial, que oía silbar las balas por primera vez, cerró los ojos, murmurando con la voz seca y desesperada.

—¡Ataquemos, mi capitán! ¡Aquí nos abrasan!

El veterano, que exploraba el campo, se alzó sobre los estribos con un grito animoso:

—¡Allá van! ¡Allá van!

Algunas boinas rojas salían de los riscos y bajaban corriendo hacia el puente. Se veía la silueta negra de los soldados destacándose sobre el claro azul de las alturas, ágiles y saltantes. Oyendo sus gritos, sonoros en el silencio de las rocas, aquella hilada de cazadores que cruzaba como un rebaño por la carretera, sintió de pronto el aire encendido de la guerra agitar las almas, revolar en ellas, hincharlas y darlas al viento como el paño de una bandera. Cada sargento veterano fue un caudillo y un ejemplo en la ocasión. El veterano capitán se apeó dando gritos heroicos:

—¡Hijos míos, vamos a cubrirnos de gloria! ¡Es nuestro honor el honor de la patria! Tenemos dos madres: La santa que preside el hogar, y nuestra bandera. Corrió a la cabeza de la tropa con la barba trémula y los ojos brillantes, prontos a llenarse de lágrimas, porque era siempre el primero en sentir la emoción de sus arengas. Un zagal de doce años, hijo de un bagajero, gritaba a par del capitán, huroneando por las filas para cobrar el asno. El animal, libre del peso del jinete, sacudía con esperezo los lomos, y daba rebuznos tan sonoros, que el eco milenario de aquellas montañas pudo despertarse recordando el son de la bocina de Rolando. Cuando alcanzó al asno, el muchacho cabalgó alegremente, y espoleándole con los talones, corrió confundido entre los cazadores. Cerca del puente, una bala le abrió un agujero en la frente. Siguió sobre el asno con las manos amarillas y un ojo colgante sobre la mejilla, sujeto de un pingajo sangriento. Fue inclinándose lentamente hasta caer, y el asno quedó inmóvil a su lado. El padre, que le vio de lejos, acudió corriendo, muy pálido. Los cazadores hacían fuego por descargas sobre los carlistas que ocupaban el puente, y sólo respondían con un tiroteo graneado. Advertíase que apuntaban y disparaban despacio, como a las liebres en el acecho y a las codornices en los trigales. El bagajero, inclinado sobre el cuerpo yerto del hijo, movía incesantemente la cabeza al oír el silbido de las balas. Un soldado que cayó herido en medio de la carretera le llamó suplicante, para que le arrastrase hasta la cuneta. Gemía con ambas manos apretadas sobre una herida que le desgarraba el vientre:

—¡Amigo, dame la mano!

El bagajero se incorporó con los ojos secos y le arrastró por el cuello del capote, dejándole en la cuneta a la par del hijo muerto. El soldado le miró agradecido, con una sonrisa dolorida, inmóvil sobre la boca pálida:

—Iban a pisarme como a la uva.

El bagajero, alzando los brazos, le dijo con violencia:

—¡Cata al mi hijo muerto!

Los cazadores retrocedían sobre el flanco izquierdo, y dejaban la carretera, derramándose en huida por una siembra. En tanto, al flanco derecho, un pelotón procuraba escalar los riscos para dominar el puente que intentaban volar los mutiles de Miquelo Egoscué. A la cabeza de los cazadores daba sus voces heroicas el capitán García:

—¡Firmes, hijos míos! ¡Vais a ceñir vuestras frentes invictas con el lauro de victoria! ¡Acordaos de Numancia!

Y sucedíanse los ataques de corneta, que tenían una vibración animosa y luminosa. Algunos oficiales iban confundidos con los soldados. Uno, muy joven, sólo parecía preocupado de no enredarse en la vaina del sable, que al correr le golpeaba las piernas. Todos dejaban a los sargentos veteranos que ordenasen las filas. Aquellos soldados, derramándose por la siembra, tenían, con los movimientos de un rebaño, la conciencia oscura de que podían vencer. Los sargentos gritaban roncos:

—¡A formar! ¡Firmes!

El bagajero se levantó rechazando con fiereza a un soldado que, al retroceder de espaldas, iba a poner sobre el rostro del niño muerto su zapato lleno de clavos. El soldado volvióse con ojos de espanto, y siguió corriendo, sin darle ya cara al enemigo. A mitad de la carrera soltó el fusil, un poco más lejos tropezó y cayó. Retrocedían otros soldados pisoteando la yerba ensangrentada, y el bagajero, cargando a la espalda el cuerpo del hijo, entróse por la siembra. De pronto se vio envuelto, empujado, sacudido: No podía andar, no podía moverse. Una corneta cambió el toque. Los cazadores, rehechos lejos del fuego carlista, atacaban para tomar el puente. El bagajero tuvo que abandonar el cuerpo de su hijo, bajo los pies de los soldados. Las boinas rojas aparecían sobre los riscos. Al ver el empuje de los cazadores, hacían fuego a pecho descubierto y se enardecían con alegres voces, como en la siega y en el zorzico.

La Guerra Carlista
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Prologo001.xhtml
Prologo002.xhtml
Prologo003.xhtml
Prologo004.xhtml
Prologo005.xhtml
Prologo006.xhtml
Prologo007.xhtml
Prologo008.xhtml
Prologo009.xhtml
Prologo010.xhtml
Prologo011.xhtml
Prologo012.xhtml
Prologo013.xhtml
Prologo014.xhtml
Prologo015.xhtml
Prologo016.xhtml
Prologo017.xhtml
Prologo018.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml