Capítulo XII

El Duque de Ordax cambió de uniforme en la posada, y después de rizarse los mostachos ante un espejo roto que le presentó su asistente, se dirigió al palacio de Redín. En la antesala halló a un viejo vestido de negro, con la levita salpicada de rapé. Era el mayordomo tan arrugado y consumido, que parecía una momia descubierta en el fondo de alguna alacena polvorienta. Tenía el rosario entre las manos, y rezaba sepultado en un sillón de cuero, frente a una litografía de Napoleón en Santa Elena. Se levantó consternado:

—¡Señor Duque, qué afrenta para una familia de tanta alcurnia, y para toda la nobleza, y aun para los que servimos en estas casas conociendo lo que representan y lo que fueron en la Historia!

Moviendo el cráneo pelado y amarillo, donde se dibujaban las suturas de los huesos, levantó el tapiz de una puerta para ofrecer paso al Duque. Entraron los dos al salón, colgado de damasco carmesí como una sala capitular, frío y sin alfombra, luciendo dos grandes braseros apagados, uno a cada testero. Y cerca de un balcón muy chato, con cortinas de muselina en los cristales, están como una tradición familiar, la butaca y el velador donde jugaba a las damas la Marquesa. El Duque se detuvo en medio del salón, mirándose en los espejos de las consolas, también velados por muselinas. Se oyó el roce de una puerta y entró Eulalia. Tenía los ojos llorosos, estaba un poco pálida y sonreía:

—¿Lo sabes todo?

—Sí.

—¿Qué te parece?

—Una barbaridad.

—La abuela no ha dejado de delirar. Fue una cosa horrible las burlas del populacho. Iban detrás tirándole lodo. Me la entregaron medio muerta. ¡No, no es posible que pueda resistirlo!

Se cubrió los ojos sollozando. Jorge le tomó una mano, y la retuvo entre las suyas:

—No llores, que te pones más guapa, y eso es terrible para mí.

Eulalia le miró risueña y sofocada:

—Deja ahora esas tonterías, Jorge.

Se levantó del sofá donde estaban juntos, y fue a sentarse algo más lejos, en un sillón, sin mirar al Duque. Al cabo de un instante, preguntó con aturdimiento, y como si quisiera recordar que los separaba un abismo:

—¿Qué es de tu mujer? ¿No habéis hecho las paces?

Se nubló de pronto el rostro del arrogante capitán.

—Ni aun sé por dónde anda.

Dejó caer las palabras lentamente, y sostuvo con afectación en los labios una sonrisa tirante. Eulalia, inquietada por otro pensamiento, murmuró sin advertirlo:

—¡Pobre mujer!… ¡Cómo has labrado su desgracia!

Jorge echó hacia atrás la cabeza, mortificado y violento, mientras la muchacha sonreía mirándole de pronto franca y fraternal:

—¿Pero, tú conoces a mi mujer?

Y el Duque de Ordax, con una expresión extraña, que cambió de ser dolorosa hasta ser cínica, se corrió un poco en el sofá para acercarse a Eulalia. La muchacha recogió el ruedo de su falda y escondió los pies enderezándose en el sillón. Sentía una gran alarma interior, y que le recorría los nervios la memoria sensitiva y oscura de un sueño, el sueño de aquella noche, en que ella iba por un camino desconocido, a la caída de la tarde. Jorge, que estaba un poco pálido, entreabría los labios pasando los dedos por su barba de oro. De pronto, acentuando la sonrisa, exclamó:

—No sé nada de mi mujer… Ni siquiera quién es ahora su querido.

Eulalia se puso roja, con tal llamarada de sangre, que hasta los ojos le encendía. Respiraba con angustia:

—Perdóname, Jorge… ¡Y no me digas a mí esas cosas!

Jorge le tomó la mano:

—¡Perdóname tú!

Quedaron los dos silenciosos y conmovidos. En aquel gran salón de la abuela evocaban el aspecto amoroso y romántico de los héroes novelescos que en las litografías del año treinta se dicen sus ansias bajo una cornucopia, enlazados por las manos en el regazo del sofá, que tiene caído al pie un ramo de flores. Jorge se alejó lentamente, y estuvo algún tiempo en el balcón de la abuela. Su figura desaparecía entre los cortinajes de damasco carmesí. Experimentaba una emoción dulce y familiar en aquella sala, tan distinta de los alojamientos que le solía deparar la vida de campaña. Era el renacer de un amor juvenil y lejano bajo el perfume de las rosas, marchitas en los grandes floreros de las consolas. Del cardo seco que era su alma, volaba una mariposa. Y aquella vida, triste en medio del ruido de una baja locura, abrasada por el aguardiente de todas las cantinas, llenas de todas las músicas plebeyas de los cuerpos de guardia, ahora sentía, como en un tiempo lejano, llegar el amor con la melancolía. Una divina emoción de adolescente, anhelo y recuerdo, era la gracia lustral que le purificaba. Respiró con delicia, cerrando los ojos:

—¡Qué feliz soy!

Sintió abrirse una puerta allá en el fondo, y pensó que salía Eulalia. Pero en el mismo momento oyó la voz melosa de Agila:

—¡Hermana! ¡Hermanita del alma!

Y volvió la cabeza, y en el umbral descubrió abrazados a los dos hermanos.

La Guerra Carlista
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Prologo001.xhtml
Prologo002.xhtml
Prologo003.xhtml
Prologo004.xhtml
Prologo005.xhtml
Prologo006.xhtml
Prologo007.xhtml
Prologo008.xhtml
Prologo009.xhtml
Prologo010.xhtml
Prologo011.xhtml
Prologo012.xhtml
Prologo013.xhtml
Prologo014.xhtml
Prologo015.xhtml
Prologo016.xhtml
Prologo017.xhtml
Prologo018.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml