Capítulo XVIII

El cabrero sacó del zurrón un ángel, esculpido por él en madera olorosa de limón, y sentado sobre la cama, cerca de la luz, se aplicó a perfilarle el plumaje de las alas con la punta de su cuchillo. Agila le miraba lleno de curiosidad. El pastor, al cabo de un momento, levantó los ojos, que tenían la pureza de los horizontes montañeros:

—¡No es buena cosa la guerra!

Agila respondió moviendo la cabeza:

—No, no es buena cosa.

—¿Extrañas la casa de tus padres, mocé?

Agila, temeroso de que la voz delatase su emoción, afirmó con un gesto. Y el pastor le miraba profundamente:

—Tienes malos pensamientos. Tú dices: Esta vida no es buena, me dejaré matar, y no piensas que si tus padres te la dieron, no será tan mala.

El cabrero se detuvo contemplando el rayado que hacía su cuchillo, en las alas del ángel. Agila le interrogó:

—¿Tú, cómo estás aquí?

—Voy al Santuario de San Miguel.

—¿Muy lejos?

—Cimero, cimero en el monte Aralar.

—¿Tienes allí tu rebaño?

—Tengo mi devoción. Si no te gusta la guerra, bien harías en seguir conmigo.

Agila quedó caviloso:

—No puede ser… Me cogerían.

El pastor le reconvino dulcemente:

—Si no te gusta la guerra, no andes en ella más tiempo.

Agila cerró los ojos y cruzó las manos sobre el pecho. Sólo se oía el cuchillo del pastor rascando la madera olorosa a limón. Al cabo de algún tiempo detuvo la punta, y calentándola en la luz, posó los ojos en Agila:

—Yo también anduve en la guerra… Y me fui por la gran maldad de un capitán que hizo matar a otro.

—¿Tú eras carlista?

—Sí.

—¿Y no temes que te delate?

Agila interrogaba con una sonrisa antipática y llena de indiferencia, sin alzar la cabeza de las almohadas. El pastor contemplaba el cuchillo que enrojecía en la luz del velón:

—No lo temo, no… Algún día pudo ocurrir que nos hallásemos frente a frente en una trinchera para matarnos… Pero ahora ya por nada de este mundo me determinaría a causarte mal. ¿Y tú a mí, compañerito?

Los verdes ojos de Agila eran dos piedras verdes, de una dureza cruel:

—¿Yo a ti?…

Pero los ojos del pastor estaban llenos de luz, y Agila sintió una emoción extraña. Había querido replicar con perfidia, y le quebraba la voz aquella emoción que le invadía. Balbuceó apenas:

—Tampoco yo a ti, compañero.

Se le humedecieron los párpados hasta cegar en gran resplandor, como si volasen sobre ellos las tórtolas de luz que temblaban en los mecheros del velón. Murmuró en voz muy baja:

—¿Por qué no temes, hombre de Dios?

—Hombre de Dios soy… Es la verdad del mundo que todos lo somos.

Agila le miraba sin comprender:

—Todos, sí…

—Los hombres todos son de Dios. Las almas, unas son de Dios y otras del Demonio. ¡Pero los hombres, todos de Dios!

—Todos, sí…

—Tú, por muy malo que seas, siempre eres de Dios. Tienes tú que morir para ser del Demonio.

Agila hizo un esfuerzo para responder:

—¡No hay Demonio!

El pastor se rió abrazado a su ángel:

—¡Dice que no hay Demonio! Mi San Miguel pequeño, dice que no lo hay porque tú le tienes puesta la lanza encima.

Agila repitió con mayor firmeza:

—¡No hay Demonio!

Empezó a temblar el pastor:

—¡Lo hay! ¡Lo hay! ¡Lo hay! ¿Pues quién está hablando dentro de ti?

Agila sintió que le recorría la carne una sabandija veloz. Se cubrió los ojos con la mano:

—¡Calla, hombre de Dios!

—¡De Dios, porque todos en el mundo lo somos! Digo, tocante al nombre que me dieron con la santa agua, Ciro Cernín.

Agila le sonrió como a un hermano infeliz:

—¿Y por qué no temes, Ciro Cernín?

—Porque el Ángel se me apareció, ordenándome ir con los pastores que tienen sus ganados por los contornos del Santuario. Y el mandato del Ángel toda su vida se ha cumplido. Un caballero que murió sin quererlo cumplir, tuvo por castigo hacerse piedra. Y rodando, rodando por los caminos miles de años, llegó aquella piedra a la misma puerta del Santuario. Y conforme llegó fue perdonada.

Agila pensó desesperado:

—¡Piedra mía, corazón mío, piedra la más dura, qué caminos aún rodarás para ser perdonada!

Osciló la luz. Una patrulla de caballería pasaba trotando bajo la ventana.

La Guerra Carlista
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