La guerra campesina en China y el proletariado [529]
22 de septiembre de 1932
Estimados camaradas:
Con mucha demora, recibimos su carta del 15 de junio. Demás está decir que nos alegramos enormemente por el resurgimiento de la Oposición de Izquierda china, pese a la feroz persecución policial que tiene que soportar.
Por supuesto, nuestra posición intransigente respecto a la posición democrática vulgar del stalinismo hacia el movimiento campesino no implica adoptar hacia éste una actitud pasiva o desinteresada. En el manifiesto de la Oposición de Izquierda Internacional[530] publicado hace dos años, que caracterizaba el movimiento campesino de las provincias del Sur de China, declaramos: «la revolución china, traicionada, derrotada, agotada, muestra que todavía está viva. Esperamos que no esté muy lejano el momento en que levante nuevamente su cabeza proletaria». Y más adelante: «Es indudable que la enorme corriente de revueltas campesinas puede impulsar el resurgimiento de la lucha política en los centros industriales. Contamos firmemente con ello».
Su carta atestigua que bajo la influencia de la crisis y la revolución japonesa, con el trasfondo de la guerra campesina, estalla una vez más la lucha de los trabajadores urbanos. En el manifiesto planteamos esta posibilidad con lógica cautela:
Nadie puede predecir desde ya si la hoguera de la revuelta campesina seguirá ardiendo durante todo el tiempo que necesite la vanguardia proletaria para reunir sus fuerzas, llevar al combate a la clase obrera y coordinar su lucha por el poder, en la ofensiva general de los campesinos contra sus enemigos más inmediatos.
En este momento contamos con elementos sustanciales los cuales nos permiten suponer que, con una política correcta, se podrá unificar el movimiento obrero y urbano en general con la guerra campesina, lo que constituiría el comienzo de la tercera revolución china. Pero en el ínterin se trata sólo de una esperanza, no de una certeza. Todavía queda por hacer lo más importante.
En esta carta quiero plantear un solo problema que, por lo menos desde lejos, me parece el más importante y espinoso. Una vez más debo recordarles que la información de la que dispongo es totalmente insuficiente, casual y dispersa. Por supuesto, aceptaré gustoso cualquier ampliación o rectificación.
El movimiento campesino creó su propio ejército, conquistó grandes extensiones territoriales e impuso sus propias instituciones. En el caso de que siga avanzando —lo que, por supuesto, todos nosotros deseamos apasionadamente—, el movimiento se ligará con los centros urbanos e industriales y por este mismo hecho se encontrará frente a frente con la clase obrera. ¿Cómo será este encuentro? ¿Estamos seguros de que será pacifico y amistoso?
A primera vista la pregunta puede parecer superflua. El movimiento campesino está encabezado por comunistas o por simpatizantes. ¿No es evidente de por sí que, en el caso de juntarse, los obreros y los campesinos se nuclearían unánimemente bajo las banderas comunistas?
Desgraciadamente el problema no es tan simple. Permítanme referirme a la experiencia de Rusia. Durante la Guerra Civil, en diversas partes del país el campesinado creó sus propios destacamentos guerrilleros, que a veces se convirtieron en verdaderos ejércitos. Algunos de estos destacamentos se consideraban bolcheviques y a menudo estaban dirigidos por obreros. Otros eran apartidarios y frecuentemente estaban dirigidos por ex oficiales campesinos sin graduación. También había un ejército «anarquista» comandado por Majno[531].
Mientras las guerrillas operaron en la retaguardia de las Guardias Blancas, sirvieron a la causa de la revolución. Algunas se distinguieron por un heroísmo y una fortaleza excepcionales. Pero dentro de las ciudades estos destacamentos a menudo entraron en conflicto con los obreros y con las organizaciones partidarias locales. Y cuando se encontraban los guerrilleros y el Ejército Rojo regular, también surgían problemas que en algunos casos asumieron un carácter extremadamente penoso y agudo.
La dura experiencia de la Guerra Civil nos demostró la necesidad de desarmar a los destacamentos campesinos inmediatamente después de que el Ejército Rojo ocupaba las provincias que ya se habían liberado de las Guardias Blancas. En estos casos, los mejores elementos, los de más conciencia de clase y más disciplinados se incorporaban a las filas del Ejército Rojo. Pero una considerable proporción de los guerrilleros quería mantenerse como fuerza independiente, y muchas veces entraron en un conflicto armado directo con el poder soviético. Es lo que sucedió con el ejército anarquista de Majno, de espíritu totalmente kulak. Pero ése no fue el único ejemplo; muchos destacamentos campesinos que lucharon espléndidamente contra la restauración de los terratenientes se transformaron después del triunfo, en instrumentos de la contrarrevolución.
Más allá de cuál haya sido su origen en cada caso aislado —provocación consciente de los guardias blancos, falta de tacto de los comunistas, o una desgracia combinación de circunstancias—, los conflictos entre los campesinos armados y los obreros tenían una sola y única raíz social: la diferencia en la situación y educación de clase de unos y otros. El obrero encara los problemas desde el punto de vista socialista; la posición del campesino es pequeñoburguesa. El obrero quiere socializar la propiedad que se le arrancó a los explotadores, el campesino pretende repartirla. El obrero desea convertir los palacios y los parques en lugares de uso común; el campesino, ya que no puede repartirlos, tiende a incendiarlos palacios y destruir los parques. El obrero brega por resolver los problemas a escala nacional y de acuerdo a un plan, el campesino encara todos los problemas a escala local y adopta una actitud hostil hacia la planificación centralizada, etcétera.
Por supuesto, un campesino también puede elevares a la perspectiva socialista. Bajo un régimen proletario, masas campesinas cada vez más amplias se reeducan en el espíritu socialista. Pero esto exige tiempo, años, tal vez décadas. Hay que tener muy claro que en las etapas iniciales de la revolución las contradicciones entre el socialismo proletario y el individualismo campesino adquieren a menudo un carácter extremadamente agudo.
Pero, después de todo, ¿acaso no están los comunistas a la cabeza de las fuerzas rojas de China? ¿Acaso esto no excluye de por sí la posibilidad de que haya choques entre los destacamentos campesinos y las organizaciones obreras? No, no lo excluye. El hecho de que los individuos que dirigen los ejércitos actuales sean comunistas no cambia en lo más mínimo el carácter social de estos ejércitos, aún cuando sus dirigentes comunistas sean definidamente proletarios. ¿Y cómo andan las cosas en China al respecto?
Entre los dirigentes comunistas de los destacamentos rojos hay indudablemente muchos intelectuales y semiintelectuales desclasados que no pasaron por la escuela de la lucha proletaria. Durante dos o tres años viven como comandantes y comisarios guerrilleros; libran batallas, conquistan territorios, etcétera. Absorben el espíritu del ambiente que los rodea. Mientras tanto, la mayoría de los comunistas de base de los destacamentos rojos está indudablemente constituida por campesinos que con toda honestidad y sinceridad se consideran comunistas pero que en realidad siguen siendo revolucionarios pobres o pequeños propietarios revolucionarios. El que juzga de acuerdo a las denominaciones y rótulos y no a los hechos sociales está perdido en política. Y más aun cuando se trata de una política que se aplica con las armas en la mano.
El verdadero partido comunista es la organización de la vanguardia proletaria. Pero no debemos olvidar que la clase obrera china estuvo sometida durante los últimos cuatro años a una situación opresiva y ambigua y que apenas ahora evidencia síntomas de reanimamiento. Una cosa es que un partido comunista, firmemente apoyado sobre el proletariado urbano, se esfuerce por dirigir, por intermedio de los obreros, una guerra campesina; pero otra cosa muy diferente es que unos cuantos miles o incluso decenas de miles de revolucionarios, que realmente son o sólo se llaman comunistas, asuman la dirección de una guerra campesina sin contar con una seria base de apoyo en el proletariado. Esta es precisamente la situación en China, que favorecerá el incremento del peligro de choques entre los obreros y los campesinos armados. De cualquier modo, podemos estar seguros de que no van a escasear los provocadores burgueses.
En Rusia, en la época de la Guerra Civil, el proletariado estaba ya en el poder en la mayor parte del país, la dirección de la lucha la llevaba un partido fuerte y templado y todo el aparato de mando centralizado del Ejército Rojo estaba en manos de los trabajadores. A pesar de todo, los destacamentos campesinos, incomparablemente más débiles que el Ejército Rojo, frecuentemente entraban en conflicto con éste cuando se acercaba triunfante a las guerrillas campesinas.
La situación en China es totalmente diferente y mucho más desfavorable a los obreros. En la mayor parte de las regiones importantes de China el poder lo tienen los militaristas burgueses; en las demás regiones, los dirigentes de los campesinos armados. En ningún lado ha surgido, hasta ahora, un poder proletario. Los sindicatos son débiles. La influencia del partido entre los trabajadores es insignificante. Los destacamentos campesinos, entusiasmados por los triunfos logrados, se cobijan bajo el ala de la Comintern. Se llaman a sí mismos «Ejército Rojo», es decir se identifican con las fuerzas armadas de los soviets. En consecuencia, parece como si el campesinado revolucionario chino, a través de su estrato dirigente, se hubiera apropiado de antemano del capital político y moral que por derecho le pertenece a los obreros chinos. ¿No es posible una situación que determine que en un momento dado se dirija este capital directamente contra los obreros?
Naturalmente, el campesino pobre —que en China constituye una inmensa mayoría—, en la medida en que piensa políticamente —lo que sucede con una pequeña minoría— desea sincera y apasionadamente la alianza y la amistad con los obreros. Pero el campesinado, aun cuando está armado, es incapaz de aplicar una política independiente.
En los momentos decisivos, el campesinado, que normalmente ocupa una posición intermedia, indefinida y vacilante, puede seguir al proletariado o a la burguesía. No encuentra fácilmente el camino que lo lleva hacia el proletariado; y sólo lo hace después de una serie de errores y derrotas. El puente entre el campesinado y la burguesía lo constituye la pequeña burguesía urbana, generalmente los intelectuales, que por lo común levantan las banderas del socialismo y hasta del comunismo.
El estrato dirigente del «Ejército Rojo» chino indudablemente ha adquirido el hábito de impartir órdenes. La ausencia de un fuerte partido revolucionario y de organizaciones proletarias de masas hace virtualmente imposible el control sobre ese sector dirigente. Los comandantes y comisarios aparecen como amos absolutos de la situación y es muy posible que al ocupar las ciudades desprecien a los trabajadores. Las exigencias de éstos a menudo les parecerán inoportunas o poco aconsejables.
Tampoco hay que olvidar «bagatelas» tales como que dentro de las ciudades, los cuarteles y oficinas del ejército triunfante no se instalan en las chozas proletarias sino en los mejores edificios, en las casas y departamentos de la burguesía; todo esto favorece la tendencia de la capa superior del ejército campesino a sentirse parte de las clases «cultas» y «educadas», no del proletariado.
Por lo tanto, en China no están eliminados los motivos de conflicto entre el ejército, campesino por su composición y pequeñoburgués por su dirección, y los obreros. Por el contrario, las circunstancias incrementan en gran medida la posibilidad e incluso la inevitabilidad de tales conflictos; además, las oportunidades del proletariado son desde el comienzo mucho menos favorables que lo que lo eran en Rusia.
Desde el aspecto teórico y político el peligro se hace mucho mayor dado que la burocracia stalinista oculta la contradictoria situación con su consigna de «dictadura democrática» de los obreros y los campesinos. ¿Es posible concebir una trampa de apariencia más atractiva y más pérfida en su esencia? Los epígonos no construyen sus razonamientos basándose en los conceptos sociales sino en las frases estereotipadas; el formalismo es el rasgo fundamental de la burocracia.
Los narodnikis acusaban a los marxistas rusos de «ignorar» al campesinado, de no trabajar en las aldeas, etcétera. A esto los marxistas replicaban: «Levantaremos y organizaremos a los obreros avanzados y por su intermedio levantaremos a los campesinos». En general, ésa es la única línea concebible para el partido proletario.
Los stalinistas chinos actuaron de otra manera. Durante la revolución de 1925-1927 subordinaron directa e inmediatamente los intereses de los obreros y los campesinos a los de la burguesía nacional. Durante la contrarrevolución pasaron del proletariado al campesinado, es decir, asumieron el rol que en nuestro país cumplieron los eseristas cuando todavía eran un partido revolucionario. Si estos últimos años el Partido Comunista Chino hubiera concentrado sus esfuerzos en las ciudades, las industrias, los ferrocarriles; si hubiera apoyado los sindicatos, los clubes y círculos propagandísticos; si, sin alejarse de los obreros, les hubiera enseñado a comprender lo que está ocurriendo en las aldeas, hoy la relación de fuerzas sería mucho más favorable para el proletariado.
El partido realmente se separó de su clase. Por lo tanto, en última instancia puede perjudicar también al campesinado. Porque si el proletariado continúa marginado, sin organización, sin dirección, el campesinado, aun cuando obtenga un triunfo total, llegará inevitablemente a un callejón sin salida.
En la vieja China cada revolución campesina victoriosa culminó con la creación de una nueva dinastía y, en consecuencia, de un nuevo grupo de grandes propietarios; el movimiento estaba atrapado en un círculo vicioso. En las condiciones actuales la guerra campesina aislada, sin el liderazgo directo de la vanguardia proletaria, sólo podrá traspasarle el poder a alguna nueva camarilla burguesa, a tal o cual Kuomintang «de izquierda», a un «tercer partido», etcétera, que en la práctica se diferenciará muy poco del Kuomintang de Chiang Kai-shek. Y esto significará a su vez una nueva masacre de los trabajadores con las armas de la «dictadura democrática».
¿Qué conclusiones se siguen de todo esto? La primera es que hay que enfrentar resuelta y abiertamente los hechos tal como son. El movimiento campesino es un poderoso factor revolucionario en la medida en que está directamente dirigido contra los grandes terratenientes, militaristas, señores feudales y usureros. Pero en el propio movimiento campesino hay tendencias propietarias y reaccionarias muy poderosas, y en una determinada etapa puede volverse hostil a los obreros y sustentar esa hostilidad con las armas. El que olvida este carácter dual del campesinado no es marxista. Hay que enseñarles a los obreros avanzados a diferenciar los rótulos y banderas «comunistas» de los procesos sociales reales.
Es preciso seguir atentamente las actividades de los «ejércitos rojos» y explicar detalladamente a los obreros el curso, significado y perspectivas de la guerra campesina y, a la vez, ligar las exigencias y tareas inmediatas del proletariado con las consignas de liberación del campesinado.
En base a nuestras propias observaciones, informes y otros documentos, debemos estudiar incansablemente los procesos reales de los ejércitos campesinos y el régimen que implantan en las regiones ocupadas por ellos; tenemos que descubrir en lo hechos concretos las tendencias de clase contradictorias y señalarles claramente a los obreros qué tendencias apoyamos y a cuáles nos oponemos.
Hay que seguir con especial cuidado las relaciones entre los ejércitos rojos y los trabajadores locales, sin pasar por alto ni el menor malentendido que se suscite entre ellos. Dentro de los límites de las ciudades y las regiones aisladas, los conflictos, aun cuando sean muy agudos, pueden parecer insignificantes episodios locales. Pero con el desarrollo de los acontecimientos, los conflictos pueden extenderse a escala nacional y llevar la revolución a una catástrofe, es decir, a una nueva masacre de los obreros por los campesinos, espoleados éstos por la burguesía. La historia de las revoluciones está llena de ejemplos de ese tipo.
Cuanto más claramente comprendan los obreros avanzados la dialéctica viva de las relaciones de clase entre el proletariado, el campesinado y la burguesía, con mayor confianza buscarán la unidad con los sectores campesinos que están más cerca de ellos y con mayor efectividad neutralizarán a los provocadores contrarrevolucionarios que están tanto en los ejércitos campesinos como en las ciudades.
Hay que construir las células sindicales y partidarias, educar a los obreros avanzados, unificar a la vanguardia proletaria y llevarla a la lucha.
Debemos dirigirnos a todos los militantes del Partido Comunista oficial de manera explicativa y desafiante. Es muy probable que los comunistas de base, confundidos por la fracción stalinista, no nos entiendan enseguida. Los burócratas proclamarán nuestra «subestimación» del campesinado, tal vez incluso nuestra «hostilidad» hacia el campesinado. (Chernov [532] siempre acusó a Lenin de hostilidad hacia el campesinado). Naturalmente, esos clamores no confundirán a los bolcheviques leninistas. Cuando antes de abril de 1927 previnimos contra el golpe de estado de Chiang Kai-shek, los stalinistas nos acusaron de hostilidad hacia la revolución nacional china. Los hechos demostraron quién tenia razón. Los hechos también lo demostrarán esta vez.
En esta etapa la Oposición de Izquierda puede ser demasiado débil para orientar los acontecimientos de acuerdo a los intereses del proletariado. Pero ya somos lo suficientemente fuertes como para señalarles a los obreros el camino correcto y, en el proceso de la lucha de clases, demostrarles lo acertado de nuestra perspectiva política. Esta es la única vía posible para un partido revolucionario que intente ganarse la confianza de los trabajadores, crecer, fortalecerse y ocupar el lugar que le corresponde a la cabeza de las masas populares.
Posdata, 26 de setiembre de 1932:
Para expresar mis ideas más claramente, permítanme esbozar la siguiente variante, teóricamente bastante posible.
Supongamos que en un futuro próximo la Oposición de Izquierda china realiza un trabajo amplio y fructífero en el proletariado industrial y logra una influencia preponderante sobre éste. Mientras tanto, el partido oficial continúa concentrando todas sus fuerzas en los «ejércitos rojos» y en las regiones campesinas. Llega un momento en que las tropas campesinas ocupan los centros industriales y se enfrentan cara a cara con los obreros. En esa situación, ¿cómo actuarían los stalinistas chinos?
No es difícil prever que opondrán hostilmente el ejército campesino a los «trotskistas contrarrevolucionarios». En otras palabras, incitarán a los campesinos armados contra los obreros avanzados. Es lo que hicieron los eseristas y los mencheviques rusos en 1917; cuando perdieron a los obreros se dedicaron fundamentalmente a conseguir apoyo entre los soldados, azuzando al cuartel contra la fábrica, al campesino armado contra el proletario bolchevique. Kerenski, Seretelli y Dan, si bien no acusaban directamente de contrarrevolucionarios a los bolcheviques, los calificaban de «colaboradores inconscientes» o «agentes involuntarios» de la contrarrevolución. Los stalinistas son menos selectivos en la aplicación de la terminología política. Pero la tendencia es la misma: incitar maliciosamente a los elementos campesinos y generalmente a los pequeñoburgueses contra la vanguardia de la clase obrera.
El centrismo burocrático, por ser centrismo, no puede contar con un respaldo de clase independiente. Pero en su lucha contra los bolcheviques leninistas se ve obligado a buscar apoyo en la derecha, es decir, en el campesinado y la pequeña burguesía, oponiéndolos al proletariado. De este modo, la lucha entre las dos fracciones comunistas, los stalinistas y los bolcheviques leninistas, lleva implícita la tendencia a transformarse en una lucha de clases. El desarrollo revolucionario de los acontecimientos en China puede llevar esta tendencia hasta sus últimas conclusiones, a la guerra civil entre el ejército campesino dirigido por los stalinistas y la vanguardia proletaria dirigida por los leninistas.
Si estallara este conflicto trágico, cuyos únicos responsables serian los stalinistas chinos, significaría que la Oposición de Izquierda y los stalinistas dejaron de ser fracciones comunistas para convertirse en partidos políticos hostiles, cada uno con una base de clase diferente.
Sin embargo, ¿es inevitable esa perspectiva? No, no lo creo. Dentro de la fracción stalinista (el Partido Comunista Chino oficial) no sólo hay campesinos, no sólo hay tendencias pequeñoburguesas, también hay tendencias proletarias. Es sumamente importante que la Oposición de Izquierda trate de establecer conexiones con el ala proletaria de los stalinistas planteándoles la caracterización marxista de los «ejércitos rojos» y de las relaciones entre el proletariado y el campesinado en general.
A la vez que mantiene su independencia política, la vanguardia proletaria debe estar siempre dispuesta a garantizar la acción conjunta con la democracia revolucionaria. Mientras nos negamos a identificar los destacamentos campesinos armados con el Ejército Rojo como fuerza armada del proletariado y enfrentamos la realidad de que la bandera comunista oculta el contenido pequeñoburgués del movimiento campesino, por otra parte tenemos una perspectiva absolutamente clara de la tremenda importancia democrático-revolucionaria de la guerra campesina. Enseñamos a los obreros a comprender esta importancia y estamos dispuestos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para lograr la necesaria alianza militar con las organizaciones campesinas.
En consecuencia, nuestra tarea no consiste solamente en evitar que la democracia pequeñoburguesa, que se apoya en el campesinado armado, asuma el comando político-militar del proletariado sino también en preparar y garantizar la dirección proletaria del movimiento campesino, especialmente de sus «ejércitos rojos».
Cuanto más claramente entiendan los bolcheviques leninistas chinos los acontecimientos políticos y las tareas que ellos plantean, más se extenderá su influencia en el proletariado. Cuanto mayor sea la persistencia con que apliquen la política del frente único respecto al partido oficial y al movimiento campesino liderado por él, más seguras serán sus posibilidades, no sólo de evitar que la revolución caiga en un conflicto terriblemente peligroso entre el proletariado y el campesinado, y de garantizar la necesaria acción conjunta entre las dos clases revolucionarias, sino también de transformar su frente único en el peldaño histórico hacia la dictadura del proletariado.