VII
Holland seguía odiando estar en el mar —el subibaja del barco, la constante sensación de desequilibrio—, pero moverse ayudaba, un poco. Los grilletes aún emitían esa presión sofocante, que embotaba, pero el aire en la cubierta era fresco y vigorizante, y si cerraba los ojos, casi podía imaginar que estaba en otro lado, pero dónde estaría, Holland honestamente no lo sabía.
Sintió una punzada en el estómago, que seguía vacío desde las primeras horas a bordo, y se abrió paso hacia la bodega a regañadientes.
El anciano, Ilo, estaba parado ante el estrecho mostrador de la cocina, enjuagando papas y canturreando para sí. No se había detenido cuando Holland entró, ni siquiera bajó el volumen de su melodía, tan solo siguió como si no supiera que el mago estaba ahí.
Había un bol con manzanas en el centro de la mesa y Holland se estiró hacia ellas, las cadenas rasparon la madera. Aun así, el cocinero no se movió. Entonces, el gesto era intencionado, pensó Holland, al girar para irse.
Pero el camino estaba bloqueado.
Jasta estaba parada en el umbral de la puerta, le llevaba media cabeza de altura a Holland, sus ojos lo apuntaban. No había amabilidad en esa mirada y tampoco había rastros de los demás detrás de ella.
Holland frunció el ceño.
—Qué rápido…
Se quedó callado al ver el cuchillo en la mano de la capitana. Una muñeca esposada se apoyó en la mesa, la manzana en la otra mano, una cadena corta entre ambas. Había perdido la astilla que tenía entre el metal y la piel, pero había un cuchillo de pelar cerca en la encimera, el mango a mano. No se movió hacia este, todavía no.
Era una habitación estrecha e Ilo seguía lavando y canturreando como si nada pasara, ignorando intencionalmente la tensión creciente.
Jasta sostenía el cuchillo sin apretar, con una comodidad que le dio que pensar a Holland.
—Capitana —dijo cuidadosamente.
Jasta bajó la mirada hacia su cuchillo.
—Mi hermano está muerto —dijo lentamente— por tu culpa. La mitad de mi tripulación se ha ido por tu culpa.
Dio un paso hacia él.
—Mi ciudad está en peligro por tu culpa.
Él se mantuvo firme donde estaba. Ella estaba cerca ahora. Lo bastante cerca como para usar el cuchillo antes de que él pudiera detenerla sin que las cosas se pusieran feas.
—Quizá dos antari basten —dijo, llevando la punta del cuchillo a descansar sobre el cuello de Holland. Ella le sostuvo la mirada mientras presionaba hacia abajo, probando, hundiendo el cuchillo s’plo lo suficiente como para que saliera sangre, antes de que una nueva voz hiciera eco más allá en el pasillo. Hastra. Seguido por Lenos. Sus pasos bajaban rápidamente por la escalera.
—Quizá —dijo otra vez ella, dando un paso atrás—, pero no estoy dispuesta a arriesgarme.
Se dio vuelta y se fue raudamente. Holland se inclinó hacia atrás contra la encimera y se limpió la sangre de la piel, cuando aparecieron Hastra y Lenos e Ilo comenzó otra canción.