VDaga

Las Serpientes Marinas eran buenas.

Aterradoramente buenas.

Ciertamente mejores que los Ladrones de Cobre, mejores que todos los piratas con los que Lila se había cruzado durante esos meses en el mar.

Las Serpientes luchaban como si fuera importante.

Luchaban como si su vida estuviera en juego.

Pero también ella.

Lila se agachó y una cuchilla curva se incrustó en el mástil detrás de ella. Giró para salir del camino de una espada que atravesaba el aire. Alguien intentó enlazar una cuerda alrededor de su cuello, pero ella la atrapó, se retorció para liberarse y deslizó su cuchillo entre las costillas del extraño.

La magia pulsaba en sus venas, dibujaba el barco con líneas de vida. Las Serpientes se movían como sombras, pero para Lila, brillaban con luz. Deslizaba sus cuchillos por debajo de sus guardias, encontraba carne, liberaba sangre.

Un puño la golpeó en la mandíbula, un cuchillo le rozó el muslo, pero ella no se detuvo, no desaceleró. Vibraba de poder, en parte suyo y en parte prestado, y todo este resplandecía.

Cayó sangre dentro del ojo bueno de Lila, pero a ella no le importó, porque cada vez que se cobraba una vida, veía a Lenos.

Lenos, quien le había tenido miedo.

Lenos, quien había sido amable a pesar de eso.

Lenos, quien la había llamado un portento, un signo de cambio.

Lenos, quien la había visto antes de que ella supiera reconocerse.

Lenos, quien había muerto con una púa en el pecho y con la misma penosa confusión que ella había sentido en la callejuela de Rosenal, esa horrible compresión grabada en su rostro.

Podía sentir a Kell y a Holland luchando también en lados opuestos del barco, la flexión y el tensamiento de la magia de ellos en sus venas, su dolor como un miembro fantasma.

Si las Serpientes tenían magia, no la estaban usando. Quizá solo estaban intentando no dañar El Fantasma, dado que ya habían hundido su propio barco, pero Lila prefería el infierno antes que caer por intentar salvar este botecito de mierda. El fuego ardía en sus manos. Las tablas de madera gruñeron cuando tiró de ellas. El barco se inclinó violentamente bajo sus pies.

Hundiría todo el maldito barco si fuera necesario.

Pero no tuvo la oportunidad. Una mano salió disparada y la agarró del cuello para lanzarla detrás de un cajón. Liberó un cuchillo de su vaina oculta en el brazo, pero la otra mano del atacante —mucho más grande que la suya— la tomó de la muñeca y la sujetó contra la madera sobre su cabeza.

Era Jasta quien se alzaba sobre ella y por un momento Lila pensó que la capitana estaba intentando ayudarla, intentando, por alguna razón, ponerla fuera de peligro, salvarla de la lucha. Pero entonces vio el cuerpo desplomado en la cubierta.

Hano.

Los ojos de la muchacha brillaban en la oscuridad, abiertos, vacíos, un corte limpio a lo ancho de la garganta.

La furia bulló en ella cuando la comprensión la golpeó. La insistencia de Jasta para capitanear El Fantasma, para ir con ellos al mercado flotante. El repentino peligro en los muelles de Rosenal. La competencia de tragos más temprano esa noche, con su bebida demasiado fuerte.

—Estás con ellos.

Jasta no lo negó. Solo mostró una sonrisa despiadada.

La voluntad de Lila forcejeó contra la de la capitana tránsfuga y la mujer fue obligada a retroceder, apartarse.

—¿Por qué?

La mujer se encogió de hombros.

—Aquí fuera, el dinero es rey.

Lila arremetió, pero Jasta era el doble de rápida de lo que parecía e igual de fuerte y un segundo después Lila estaba siendo estrellada hacia atrás contra el costado del barco, el barandal le dio entre las costillas con suficiente fuerza para quitarle el aire de los pulmones.

Jasta estaba parada exactamente donde había estado antes, parecía casi aburrida.

—Mis órdenes son matar al principito arnesiano —dijo, liberando un filo de su cadera—. Nadie me dijo qué hacer contigo.

Un odio gélido se extendió por las venas de Lila, rebasando incluso el calor del poder.

—Si querías matarme, ya deberías haberlo hecho.

—Pero no tengo que matarte —dijo Jasta, mientras el barco continuaba llenándose de sombras amenazantes—. Eres una ladrona y yo una pirata, pero ambas somos cuchillos. Lo veo en ti. Sabes que no perteneces. No perteneces aquí con ellos.

—Estás equivocada.

—Puedes simular todo lo que quieras —dijo con desprecio Jasta—. Cambia tu forma de vestirte. Cambia de idioma. Cambia tu cara. Pero siempre serás un cuchillo, y los cuchillos solo sirven para una cosa y solo una: cortar.

Lila dejó caer las manos a los lados, como si estuviera considerando las palabras de la traidora. Le caían gotas de sangre de los dedos y movió los labios lentamente, de forma casi imperceptible, las palabras —As Athera— se perdieron bajo el pavoneo de Jasta y el choque de los metales por todos lados.

Lila levantó la voz.

—Quizá tengas razón.

La sonrisa de Jasta se amplió.

—Sé cómo detectar un cuchillo, siempre lo he sabido. Y te puedo enseñar…

Lila cerró el puño con fuerza, llamando a la madera, y los cajones detrás de Jasta se dispararon hacia adelante. La mujer giró, intentó esquivarlos, pero la magia susurrada de Lila había funcionado —As Athera, crecer— y las tablas del barco se habían ramificado hacia arriba por las botas de Jasta mientras esta se regodeaba. Cayó a la cubierta debajo de las pesadas cajas.

Jasta soltó una injuria estrangulada en un idioma que Lila no hablaba, tenía la pierna trabada bajo el peso y el chasquido de huesos rotos quedó colgado en el aire.

Lila se acuclilló frente a ella.

—Quizá tengas razón —dijo otra vez, levantado su cuchillo a la garganta de Jasta—. Y quizá estés equivocada. No elegimos lo que somos, pero elegimos qué hacemos. —El cuchillo estaba listo para morder.

—Asegúrate de cortar profundo —provocó Jasta, mientras la sangre se acumulaba alrededor de la punta y se derramaba en pequeñas líneas por su cuello.

—No —dijo Lila, retirándolo.

—¿No me matarás? —dijo con desprecio.

—Oh, lo haré —dijo Lila—, pero no antes de que me cuentes todo.

Conjuro de luz
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